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Arte e Ideas

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Capital mental: Los monólogos de mis testículos

Se afirma que la testosterona incrementa la capacidad de discernir con equidad y justicia. Entonces, ¿será que la violencia actual se solucionará excluyendo, aún más, a los jóvenes excluídos o mejorando sus condiciones de vida?

El martes pasado la Federación de Futbol de Turquía, a fin de recordar a los aficionados la belleza y los valores de este deporte , prohibió la entrada al estadio más moderno de ese país a todos los hombres mayores de 12 años. Solo se permitió el acceso al encuentro a mujeres y niños. El diario turco Hurriyet destacaba que esa noche especial las más de 40,000 aficionadas que dominaban las gradas, habían logrado desplazar la testosterona (sic) con su desbordante entusiasmo.

Independientemente de cómo se las gasten los hooligans estambulís, esta ocurrencia bien podría ser tomada como referente por otras federaciones de futbol.

En ese mismo tenor -más bien, contratenor- podrían las directivas proponer que en los estadios únicamente se permitiera la entrada a varones castratti. Así, las porras corearían bellos trémolos en tesitura de falsete, con lo que el popular "juego del hombre" quedaría exento de riesgos disruptivos debidos al desagradable exceso de testosterona.

Claro está que difícilmente alguien sugerirá que aquellos revoltosos que arman tremendo desmadre en los estadios, son en su mayoría jóvenes desempleados, académicamente marginados, socialmente humillados, políticamente manipulados e ideológicamente apocados. Si se comportan como bestias salvajes, seguro no es solo por sus destos, sino porque el negocio multimillonario del futbol profesional subsiste por una publicidad que incita a la borrachera y a la enajenación para disipar las frustraciones.

El relacionar la testosterona con las causas de la violencia es un mito y una estupidez. Ya se ha demostrado que no es la hormona que producen los testículos -también las mujeres generan testosterona en menor proporción- la responsable de irrupciones de agresividad destructiva, sino más bien son las condiciones de inequidad e injusticia en que sobreviven millones de personas, así como a la falta de escrúpulos de algunos medios de comunicación.

En 2009, en la Universidad de Zurich, se realizó un curioso estudio científico bajo la batuta del profesor Ernst Ferh. Se formaron dos grupos femeninos. A unas se suministró cierta dosis de testosterona y, a las otras, solo un placebo haciéndolas creer que habían recibido la misma sustancia. Lo sorprendente fue que aquellas con testosterona adicional se comportaron con mayor ecuanimidad, tuvieron menos conflictos y se desenvolvieron mejor. Mientras que las "engañadas" por el profesor Ferh y su equipo, es decir, aquellas mujeres que únicamente recibieron una sustancia inerte, presentaron un comportamiento conflictivo fuera de lo común.

La semana pasada se publicó otro interesante estudio científico indicando que los hombres que conviven más tiempo con sus hijos e hijas, tienden a bajar sus niveles de testosterona y a ser más fieles con sus parejas, en comparación con quienes son solteros o aquellos que, teniendo descendencia, conviven poco y distanciados de la vida familiar.

Se afirma también que la testosterona incrementa la capacidad de discernir con equidad y justicia. Entonces, ¿será que la violencia actual se solucionará excluyendo, aún más, a los jóvenes excluídos o mejorando sus condiciones de vida?

Una respuesta equivocada podría costarnos uno y la mitad del otro.

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