El Romanticismo, los prodigios y nuestros medios de acceso

No soy fan de los gadgets ni ando persiguiendo los aparatos conforme van saliendo al mercado. Al contrario. Detesto que apenas me siento cómodo con un aparato salga otro modelo u otra marca que prometa hacer más cosas y mejor.

Así que cuando José Soto, editor de Internet aquí en El Economista, me preguntó si quería probar el nuevo modelo del dispositivo de lectura Kindle (Kindle Paperwhite WiFi + 3G), de Amazon, le dije que no. Tengo el primer modelo que salió y no me interesaba saber qué cosas podía hacer el nuevo.

Pero Soto es hábil y sutil. Me mostró el aparato y comentó sobre un libro que tenía cargado: La edad de los prodigios (The Age of Wonder) de Richard Holmes.

La edad de los prodigios cuenta una serie de episodios sobre cómo se concebía y se hacía la ciencia en el periodo romántico, la misma época en que Beethoven se desmelenaba escribiendo su música y en la que Goethe imaginaba al desventurado joven Werther; la época en que la idea del arte como expresión de la pasión y la emoción cobró tal fuerza que aún ahora la impulsa…

No pude resistirme. Acepté probar el nuevo Kindle para poder leer el libro de Holmes.

Y descubrí con deleite que en el romanticismo también se generaron muchas de nuestra ideas actuales sobre cómo se hace la ciencia y se concibe.

Por ejemplo, la idea de que hacer ciencia, sobre todo ciencia de altura, se trata de emprender un viaje de exploración peligroso y solitario, pues el explorador es un incomprendido que debe luchar contra la Naturaleza para arrancarle sus secretos y contra su sociedad para hacérselos comprender, es una idea absolutamente romántica. Y Holmes nos muestra que en esa época sí se daban así los descubrimientos…

Pero de regreso al tema, a principios del 2010 escribí sobre cómo el Kindle modificó mi forma de leer libros de consulta, ya que en el aparatito por primera vez en mi vida me olvidé del cuidado rayano en la veneración fanática con que trataba a los libros y empecé a subrayarlos. Mi relación con los libros cambió en ese momento, incluso con los de papel, aunque sigo sin subrayar los de literatura.

Con la semana y unos días que tuve para probar el Kindle no llegué a experimentar un cambio tan drástico, pero con su pantalla táctil, su tenue luz, su tamañito adecuado para una sola mano y su ligereza, el aparato cambió mi relación con mi viejo Kindle, que ahora me parece, si no tanto un trasto inmanejable, sí una antigualla.

Pero me queda la pregunta, si llamamos al romanticismo La edad de los prodigios , qué nombre le podríamos poner a esta época en la que no hace falta tratar de armar un finísimo telescopio en una isla perdida sino que basta tocar una pantalla para leer sobre la fascinante historia de Wilhelm Herschel o cualquier otra cosa… Ojo, que para mí el prodigio siguen siendo Herschel y sus observaciones de la Luna o el Curiosity explorando Marte, el aparatito con que accedamos a esos prodigios y sus historias está muy bien pero es sólo el medio para hacer de los prodigios algo cotidiano… Ese no es mal nombre: Vivimos en la edad de los prodigios cotidianos .

A continuación, algunas características del aparato, que recuperamos de la ficha técnica que nos hizo llegar el equipo de Amazon en México:

manuel.lino@eleconomista.mx