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Arte e Ideas

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El primer trago de cerveza

El sabor de la cerveza provoca la liberación del neurotransmisor responsable de que los humanos experimentemos placer, alegría, satisfacción y bienestar.

Nunca vi a mi padre borracho. Con el primer trago de cerveza comenzaba a sonreír, disfrutaba como nadie de los tacos de frijoles a las brasas frente al mar y su habitual crispación nerviosa se sosegaba al punto de dejarse abrazar sin que el contacto físico le resultara equivalente a una descarga eléctrica letal.

Por eso me llamó la atención el artículo publicado la semana pasada en la revista Neuropsychopharmacology, en el que B.G. Oberlin afirma que el sabor de la cerveza –independientemente del grado de alcohol- provoca la liberación en el cerebro del neurotransmisor responsable de que los humanos experimentemos placer, alegría, satisfacción y bienestar.

La dopamina es la sustancia que venturosa y naturalmente está disponible en todas las personas durante el encuentro sináptico de las células nerviosas cerebrales cada vez que percibimos algo agradable.

Sin embargo, cuando los receptores específicos de la dopamina se saturan debido a la competencia obstructiva de otras moléculas, por ejemplo, los alcaloides de cocaína, entonces disminuye –e incluso puede llegar a desaparecer– la posibilidad de sentir algún grado de satisfacción, a menos de que vuelva a suministrarse dicha sustancia.

En quienes ya han desarrollado una verdadera adicción, sin droga no hay posibilidad de sentir gusto, felicidad o tranquilidad. El destino del adicto es la de una forma de esclavitud impuesta debido a la trastocación de los mecanismos naturales de satisfacción.

De manera esquemática, ésta sería la explicación de por qué quienes se hacen dependientes o adictos a cualquier sustancia que nuestro organismo no produce de manera natural, llámese alcohol, marihuana, cocaína, morfina o nicotina, terminan perdiendo la capacidad de gozar de los placeres normales de la vida. Las adicciones no son actos inmorales ni necesariamente transgresiones a ley, pero sin duda sí son cambios en la manera en que nuestro cerebro define, discrimina, confirma o rechaza las experiencias subjetivas.

Habiendo dicho lo anterior, hay que reconocer que no existe civilización sin consumo de drogas, ya que éstas cumplen una función esencial de la inteligencia que modifica el pensamiento, las emociones y la conducta.

Las drogas nos humanizan en el sentido en que afinan, deprimen, estimulan o distorsionan los procesos indispensables para vincularnos con nosotros mismos, nuestros semejantes y con el medio ambiente.

El sabor de un trago de cerveza, el aroma del bizcocho proustiano o la tersura de una piel suave y fugitiva son tres ejemplos de la posible liberación de dopamina en los núcleos de recompensa del cerebro.

Entre más poderosa sea la respuesta inicial, mayor será la probabilidad de echar a andar los mecanismos neurales subyacentes de aquella forma especial de placer.

Medio siglo después, cada vez que bebo el primer trago de cerveza helada, su sabor me hace revivir la playa de Caleta de mi infancia, el ardor del sol sobre la piel, el gusto salobre de las vacaciones, las percusiones trasnochadas del bongó y el placer renovado de un instante en el que el estímulo liberador de dopamina jamás se desperdició por el embrutecimiento de una intoxicación. ¡Salud!

rozanes@prodigy.net.mx

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