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Arte e Ideas

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Por favor no le cambies

Durante años, la TV abierta apostó por el top 10 de los ratings con fórmulas probadas. Después llegó el cable, Internet y el futuro; y todo cambió.

¿Qué hace que un programa televisivo sea un éxito? Es la pregunta de los 64,000 (para quienes recuerdan el concurso conducido por Pedro Ferris Santacruz). Durante años, la apuesta estaba en buscar eso: el elusivo sitio en el top 10 de los ratings, fuera firmando con algún actor o guionista célebre o apostando a las fórmulas probadas del sitcom y el serial policiaco; después llegaron las producciones de cable, Internet y todo cambió.

En los setenta y ochenta, los productores establecían la pauta como pequeñas franquicias dentro de las cadenas. Los televidentes aprendían a conocer sus nombres como una suerte de sello de garantía. La tele abierta aún reinaba y tanto la oferta como la exigencia del público era menor. La programación diurna la conformaban series, noticieros y programas de variedades.

Después se da el boom de los canales de cable: la televisión se acerca a su nueva edad de oro; las producciones se sofistican y van costando más. Los dueños de la mejor televisión se vuelven los canales de cable, que no necesitan de comerciales, horarios estelares, ni están regulados por los códigos de censura de la tele abierta.

Desde HBO hasta el despegue reciente de AMC, la tele de cable hizo a un lado al productor televisivo de antaño y al programa acarreado por el elenco. Apostó por el elemento creativo: sus nuevos productores fueron cineastas, escritores y los pocos elementos salidos de las cadenas que ansiaban correr riesgos sin la presión de la medición semanal de audiencia.

El veleidoso público de la televisión abierta era capaz de pasar la noche haciendo zapping, mientras que el público de cable que pagaba HBO veía los programas completos. Los ejecutivos de las cadenas tomaron el control. Hicieron números y correlaciones entre rating esperado, público deseado, competencia y el costo del programa; buscaron caras conocidas, fórmulas probadas.

Las reglas del juego se vuelven distintas en ambos lados del espectro televisivo. Por un lado, un grupo de canales con costos de producción menores, pues no están colgados de los salarios de actores estrella; con ratings menores (público principalmente adulto), pero todo el reconocimiento, admiración y respeto del medio; apostando por aumentar sus suscriptores -ahora globalmente-, algo que hacen con bien. Aún con el advenimiento de la televisión satelital y los servicios de televisión para banda ancha, HBO, Showtime, Starz, AMC y otros siguen siendo contenido premium. La cara más reciente de esta línea son las producciones realizadas por proveedores de video online (como Netflix y Hulu).

Del otro lado, las cadenas se volvieron impacientes en su incansable carrera por los ratings. Con el refinamiento del marketing y eso que se llamaba target groups, de pronto hubo más formas de atacar el pastel. Las cadenas empezaron a apostar por programación específica -principalmente en edad- para asegurar cierto posicionamiento frente a sus clientes publicitarios. En el cable básico surgieron canales de programación juvenil, para mujeres, para cocineros, amantes de los animales, de la historia, del deporte extremo.

La tele abierta seguía en lo mismo: Los Soprano podía tener todo el respeto, pero Friends, Seinfeld, ER -y más tarde NCIS- tenían los millones de espectadores y con ello el dinero publicitario. Nadie navegó mejor los encabezados de las noticias como la franquicia que inició con La ley y el orden y aún sobrevive -casi dos décadas después- en uno de sus spin-offs más sensacionalistas.

Más tarde que temprano, las cadenas observaron que conforme el gusto del público se volvía más sofisticado, atinar al éxito de la temporada era cada vez más difícil. Apostar por pilotos más caros, creaciones más riesgosas y mucha publicidad podía ser la solución. Mientras algunos canales respaldaron la nueva camada de productores televisivos, que iba desde la cara televisiva de Jerry Bruckheimer hasta J.J. Abrams, el resto apostaba por el producto derivado. ¿Tiene éxito ER? Hagamos series de médicos. ¿Funciona CSI? Series de investigación pseudocientífica del crimen. ¿La agenda son los militares? Series sobre unidades de comando, esposas de soldados, policía militar, etcétera. ¿Lost fue un éxito? Venga un puñado de series con conceptos esotéricos de espacio-tiempo y otra ciencia ficción. ¿El tema es el terrorismo? Etcétera.

Hay que recordar que, mientras tanto, los estudios de Hollywood empezaban a apostar todo al fin de semana de estreno, sabiendo que un buen lanzamiento era la oportunidad para recuperar el dinero, generar buzz mediático, permanecer unas semanas más en las salas, vender mercancía derivada y colocarse en las ventanas de explotación por cable, tele y video.

Uno de los subproductos de la bipolaridad creativa de la tele estadounidense se da cuando los productores dejan de considerar hacer el nuevo hit y se concentran en crear un piloto que: a) sea recogido por la cadena, b) consiga un rating decente, c) no sea cancelado y d) sea un éxito. El pensamiento había evolucionado desde llenar la programación a hacer el programa de éxito; a copiar el programa de éxito; a evitar ser cancelado antes de concluir el primer pedido de episodios (y con suerte, atinarle al zeitgeist).

Esto ha llevado a que los nuevos pilotos -ese primer capítulo de las series nuevas- apuesten por echar toda la carne al asador ; por convencer y abrumar, exhibiendo todas sus cartas y posibilidades antes de que alguien le cambie de canal y el ejecutivo corte el cable de alimentación. Quizá por ello series como Hostages presentan pilotos donde todos los elementos posibles se insertan a la fuerza. Detrás de cada minuto al aire, casi se puede ver a un equipo de producción saltando detrás, gritando como locutor de antaño no le cambies, va a estar bien bueno .

Twitter @rgarciamainou

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