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Conversaciones sobre 6G
La industria global de telecomunicaciones se encuentra sumida en una importante discusión centrada en 5G. La complejidad de la tecnología hace que la comunicación entre las partes en ocasiones sea fluida mientras en otras sea presa de una cacofonía que impide el intercambio de perspectivas.
Obviamente cada uno de los protagonistas de esta discusión quiere reforzar un aspecto muy importante relacionado tanto al desarrollo de 5G como al bienestar futuro de la entidad que representa. Esta simple razón es la que origina la diversidad de opiniones en los encuentros internacionales de armonización de espectro y en más de una ocasión ha culminado en el enfrentamiento entre representantes del sector privado con aquellas entidades públicas encargadas de regular las tecnologías de información y comunicaciones (TIC).
El desarrollo de 5G enfrenta muchos obstáculos tanto en México como el resto de América Latina. Por un lado nos enfrentamos con el tema de costos, cuál es la inversión necesaria para el despliegue de 5G y los tiempos de recuperación del dinero invertido por parte de los prestadores de servicio. Por otro lado, el freno lo provee la regulación existente al carecer de un sistema homogéneo de entrega de permisos que abarate y acelere el despliegue de una nueva infraestructura.
Superados estos obstáculos, queda convencer a los distintos actores sobre la importancia de utilizar la plataforma tecnológica más eficiente para conectar la red móvil 5G con la red dorsal de fibra óptica del país. No siempre la fibra óptica se prestará como mejor alternativa para servicios de backhaul; poder reconocer cuando los servicios de microonda o satelitales son convenientes es sumamente necesario para llevar 5G a las regiones más remotas de América Latina.
Sin embargo, un peligro presente que también existe es el discurso miope que observa en 5G como el epitome de una modernidad simplificada con apellidos complejos, pero familiares, como “Internet de las Cosas” o “Computación en la Nube”. No reconocen a 5G como lo que es, un paso más de una evolución constante de la redes móviles que en alrededor de diez años comenzará a ser reemplazado con aquella tecnología que para entonces se denomine 6G.
Recordemos que las generaciones móviles tienen como lapso de vida unos veinte años, pero cada diez comienza la comercialización de una nueva generación. Esto prácticamente garantiza la coexistencia de un mínimo de tres redes móviles distintas en aquellos operadores que superen al menos la década de existencia.
Comenzar a hablar de 6G no es algo precipitado, sólo es recordar a todos los actores del ecosistema de telecomunicaciones que las decisiones que se tomen hoy día pensando en 5G tendrán repercusiones a largo plazo que impactarán tecnologías aún más avanzadas que las que terminen bajo el paraguas del IMT-2020.
Aunque entidades tan importantes para la historia del mundo móvil como Carphone Warehouse avisen que el 6G nunca llegará a existir, la realidad nos muestra todo lo contrario. Por ejemplo, en Finlandia la Universidad de Oulu recibió 250 millones de euros para que durante los próximos ocho años siente las bases de lo que sería 6G.
Por otro lado, nuevas entidades como ComSenTer están surgiendo para establecer algunas de las condiciones mínimas de 6G, tecnología que debería comenzar a explotar bloques de espectro que van desde los 100 GHz a 1 THz. Otros ven en la llegada de 6G una tecnología que es mucho más fácil de desplegar gracias a los inicios de la virtualización que se han dado en los pasados años.
Un elemento que cada vez estará más presente en las futuras generaciones de tecnologías inalámbricas es la creciente densificación de dispositivos conectados. Esa historia en la que apenas estamos en el prólogo y que seguramente experimentará cambios drásticos en la próxima década.
Lo dicho: 5G es solo un letrero más en el largo camino de la innovación. No será la panacea, pero sí mejorará los servicios que tenemos en la actualidad.