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El problema es el crecimiento
En los últimos meses, diversos analistas hemos resaltado la preocupación sobre el estado de las finanzas públicas que recibirá el nuevo gobierno el primero de octubre. Sin embargo, a mi parecer, en esta discusión ha faltado resaltar el papel que juega el denominador en cualquier análisis sobre niveles de déficit o deuda adecuados: el crecimiento económico.
El déficit, entendido en su sentido más amplio como los Requerimientos Financieros del Sector Público (RFSP), alcanzará este año 5.9% del PIB y en los Pre-Criterios Generales de Política Económica entregados en abril por Hacienda, se plantea que se reduzca a 3% en 2025. Como se ha comentado, esa reducción, en términos de gasto, se antoja por lo menos complicada. El argumento de que los grandes proyectos de infraestructura terminaron es una falacia: no están terminados, falta mucho por invertir y esos ahorros no permitirían un ajuste en el gasto de tal magnitud.
Como tampoco habrá reforma fiscal que permita aumentar los ingresos, por lo menos en 2025, la única manera de afectar las dos razones, los RFSP y el Saldo Histórico de estos, es afectando el denominador, es decir, el PIB y su crecimiento.
Aunque 2023 fue un buen año para México, en el que crecimos 3.2%, el panorama a mediano plazo no parece tan alentador. En los Pre-Criterios se planteaba un crecimiento del 3% para este año, pero diversos analistas y organismos han reducido sus expectativas: el Banco Mundial recortó su pronóstico a 2.3%, mientras que especialistas del sector privado encuestados por el Banco de México estiman un crecimiento de 2%, y la encuesta de Citibanamex, 1.9 por ciento.
Los datos reales muestran que en el primer trimestre el crecimiento fue de 1.9%, que el indicador de actividad económica (IGAE) tuvo un avance anual de 0.9% en abril, y el indicador oportuno —sujeto a muchos ajustes— anticipó un crecimiento de 2% para mayo. Pero lo más preocupante es el indicador de empleo formal —con sus limitaciones— publicado mensualmente por el IMSS, donde el empleo formal se contrajo por segundo mes consecutivo en junio. Al mismo tiempo, los indicadores de consumo e inversión, que habían mostrado alto dinamismo, parecen estarse desacelerando. Sí, la inversión creció 10.5% en abril, pero viene en franca caída, habiendo empezado el año en 13% y mostrando cifras el año pasado superiores al 20 por ciento. El consumo cayó 0.9% en abril frente a marzo, aunque sigue creciendo de forma anualizada y también muestra una franca desaceleración.
El conjunto de estos indicadores muestran señales inequívocas de un enfriamiento de la economía mexicana. Sin duda habrá sectores que seguirán con dinamismo, pero todo indica, tanto desde la oferta como de la demanda, que en la segunda mitad del año la economía mexicana continuará un proceso de desaceleración, reforzado por la pausa en muchas inversiones por la incertidumbre en México y de la elección en EU.
Estas no son buenas noticias para el próximo gobierno en términos de finanzas públicas. Será muy complicado reducir los gastos y, sin una reforma tributaria, los ingresos dependerán en gran medida del comportamiento de la economía. ¿Qué se puede hacer? Crear otros consejos empresariales no sobra, pero es necesario que se les tome en cuenta y que no sean solo un adorno. Crear incertidumbre con una reforma judicial a todas luces mal pensada e imposible de implementar, sin duda, no ayuda. Pero hay mucho más por hacer, como una política energética sensata y realista, que ojalá el próximo gobierno entienda y ejecute sin dogmas ideológicos.