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Opinión

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Sánchez y la normalidad en Cataluña; Iglesias y la grilla mexicana

Pedro Sánchez ha logrado colocar una pista de aterrizaje a la crisis del independentismo a través de dos reformas negociadas con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC): desaparición de la figura judicial de la sedición y la de malversación de fondos públicos.

En el primer caso, su gobierno lo reemplaza por el delito de desórdenes públicos agravados, y sobre el tema de la malversación la nueva disposición la sanciona siempre y cuando haya sido utilizado el dinero en beneficio personal.

Ambos temas habían puesto contra la pared a una decena de políticos catalanes incluyendo al fugado expresidente Carles Puigdemont.

Dos fueron los sucesos de origen que convirtieron al independentismo en un problema mayúsculo: la judicialización del proceso independentista que abarcó prácticamente una década, iniciando en 2006 con la imagen de Mariano Rajoy recorriendo las calles de España para recolectar firmas en contra del estatuto catalán aprobado por el Congreso español, el parlamento catalán y refrendado en urnas en Cataluña, y concluyendo con la encarcelación de varios dirigentes (2017).

El segundo elemento fue la violación a la Constitución española desde el Parlamento catalán en septiembre de 2017, cuando los partidos independentistas aprobaron dos leyes que supuestamente servirían para crear el Estado catalán, las llamadas leyes de desconexión.

Sin contar con mayoría absoluta y cogobernando con el partido Unidas Podemos, que no deja dormir a Pedro Sánchez (así lo dijo el propio presidente español en septiembre de 2019), son los nacionalismos vasco y catalán quienes le han dado oxígeno al actual Gobierno.

Entre los sucesos imponderables que han hecho corrientes a favor de Pedro Sánchez destacan las diferencias entre ERC y el partido de Puigdemont (Junts per Catalunya), estas han crecido sustancialmente desde que este partido abandonó el gobierno del presidente Pere Aragonès (de ERC). Al parecer, los pleitos de Oriol Junqueras (ERC) y Puigdemont son irreconciliables. Aragonès ha apoyado al gobierno de Pedro Sánchez en diversas reformas, pero principalmente en la aprobación de los presupuestos.

Por lo que toca a Unidas Podemos, la salida de Pablo Iglesias del Gobierno de Sánchez ha facilitado la cohabitación.

Yolanda Díaz, líder de Unidas Podemos y vicepresidenta de Gobierno, ha logrado desmarcarse de Iglesias, lo suficiente para crear una nueva agrupación con la que buscará la presidencia de España en las próximas elecciones generales, situación que ha hecho enfurecer a Pablo Iglesias, que si bien está fuera del partido, en realidad no lo está. Irene Montero es ministra de Igualdad en el gobierno de Sánchez y esposa de Iglesias.

Juan Carlos Monedero (fundador de Podemos) y Pablo Iglesias han viajado recientemente a México para ponerse a las órdenes del Gobierno del presidente López Obrador. Monedero se ha acercado principalmente a Adán Augusto López por si llegara a necesitar de una asesoría electoral.

Por lo que respecta a Pablo Iglesias, visitó Palacio Nacional la semana pasada. A Iglesias no le inquieta la pausa que AMLO decretó en su relación con España. Iglesias no es un político de lealtades. Poco le importa que Irene Montero esté en el Gobierno español. Su doctrina se asimila a la del Grupo de Puebla, una agrupación zombie compuesta por políticos que promueven fórmulas populistas y venden el modelo de la dictadura latinoamericana como esencia anti yankee.

Este jueves en Barcelona, habrá una cumbre interesante entre los presidentes Macron y Sánchez. Es parte de la pista de aterrizaje de Pedro Sánchez. Por supuesto, las huestes de Puigdemont saldrán a protestar. Desean la inestabilidad.

@faustopretelin

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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