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Arte e Ideas

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Alice Munro

Cada vez que se entrega un premio Nobel de literatura hay un país feliz. Este año el país feliz es Canadá, que no había sido premiado, y ya contaba los minutos.

Cada vez que se entrega un premio Nobel de literatura hay un país feliz. Un autor honrado que, por más conocido que fuera, subirá a una pasarela insólita donde su nombre nunca se escribirá o sonará igual. Un editor en cada idioma que ordena reimpresiones o apura la compra de derechos. Librerías que hacen pedidos apurados a medianoche. Lectores que buscan con curiosidad y temor, a veces justificado, alguna obra del laureado.

Este año el país feliz es Canadá, que no había sido premiado, y ya contaba los minutos. Desde hace algunos años, la lista corta de probables barajaba dos de sus autoras más respetadas, pero la apuesta era incierta. Una se dedicaba al cuento, la otra a la ciencia-ficción. Si el primero es un género subestimado, al segundo no suele tomársele en serio para estos menesteres. Las dos (encima) mujeres, que han ganado apenas un puñado (13) de los Nobel desde que se entregan hace más de un siglo. Ninguna reivindicaba una causa política que permitiera a la Academia Sueca hacer su habitual pronunciamiento, guiño o censura.

La primera de la lista era Margaret Attwood; la segunda, Alice Munro. Así, su premio, aun siendo un reconocimiento incuestionablemente literario, puede sumarse a esas otras causas, si vamos a llamarlas así: un Nobel para Canadá, para las mujeres, y para la narrativa breve: para el cuento.

Horas después de anunciarse el premio, Attwood dedicó unas palabras a su amiga y compatriota en The Guardian. Ahí relata cómo cuando Munro empezó, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado escribir era poco más que una transgresión, particularmente siendo canadiense y mujer.

Algunos se referían a ella como la ama de casa , sus temas se etiquetaban como domésticos y aburridos. Por esas fechas, relata, un escritor se acercó a Munro y le dijo escribes buenas historias… pero no me acostaría contigo .

No sorprende, entonces, que los escritores salgan mal parados en los relatos de Munro. Aparecen como seres pretenciosos, dispuestos a explotar a los demás, eso cuando no son constantemente cuestionados por sus familiares por no ser famosos, o si son mujeres (peor): por no ser bonitas.

Munro nació en 1931, en plena Depresión y vivió la adolescencia durante la segunda guerra mundial en el suroeste de Ontario, escenario recurrente en sus relatos. Durante su juventud, ganó una beca para estudiar periodismo en la Universidad de Western Ontario, donde se mantenía vendiendo su sangre y desmalezando tabaco, entre otras ocupaciones. Publicó su primer relato en 1950. Años después, abrió junto a su primer marido una librería que todavía despacha en Victoria, British Columbia: Munro’s Books.

Dice Munro: Es cierto que cuando era joven, escribir me parecía tan importante que hubiera sacrificado casi lo que fuera para hacerlo. Porque pensaba que el mundo en que escribía el mundo que creaba estaba mucho más lleno de vida que el mundo en que yo estaba viviendo .

El Nobel a Munro no sólo es inusual por las razones expuestas, también porque hasta ahora era una autora de culto, un tesoro que literario que algunos mirábamos con orgullo en nuestra biblioteca. Una autora lejos del mainstream, placer casi secreto que era posible recomendar sin temor.

No hablamos de la perenne poeta ucrania anónima (sic Les Luthiers), que a veces anuncia la Academia Sueca. Munro es una autora traducida cuya obra ha circulado y no necesitaba el cintillo del Nobel para justificar sus tirajes. Casi todos sus libros se han editado en español, sea por RBA, Lumen o DeBolsillo. Ganó el prestigiado Man Booker en 2009 por Demasiada felicidad y una docena de otros premios importantes. Sin embargo, nunca dejó de ser modesta y discreta.

Apenas hace unos meses, Munro anunció su retiro. Acababa de publicar Dear Life (Querida vida, Lumen), la más autobiográfica de sus colecciones. Como en casi toda su obra, los relatos transcurrían en pequeños poblados, habitados por gente solitaria y excéntrica, donde las ambiciones (más aún las artísticas) eran vistas casi con burla. Nunca subestimes la maldad en el alma de la gente…incluso cuando están siendo amables…especialmente cuando están siendo amables .

Al escribir cuento, era inevitable que su obra fuera comparada con la de Chejov, y la comparación era más que un gimmick de marketing, por la manera en que ambos revolucionaron el relato breve. Munro es reconocida por su exploración constante de las posibilidades y la forma en el relato. La descripción puede parecer un tanto técnica, pero es la que nos lleva a tantos de sus colegas a una admiración profesional que raya en la reverencia. La suya es una técnica perfecta, y las palabras no son mías (aunque las suscribo) sino de Jane Smiley, jurado del Man Booker de 2009.

Para el lector la sensación es distinta, dentro de la forma inmensamente cuidada de sus textos es capaz de respirar calidez e intimidad, el misterio y la importancia de lo que parece banal, de lo cotidiano. Sus historias son a veces hermosas, otras inquietantes, brutales o perturbadoras. Lo cierto es que atrapan la atención del lector, sometido a todo el espectro de experiencias emocionales, excepto la indiferencia.

Para quién nunca la ha leído, quizá el mejor sitio para empezar sea Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (editado a veces como Lejos de ella, por la película inspirada en uno de sus relatos). Sin embargo, es perfectamente posible que aquel que la conozca y recomiende, mencione otro título. Ese que dejó una marca profunda en su experiencia lectora. En el caso de Munro, probablemente el primero que haya leído.

Twitter: @rgarciamainou

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