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Arte e Ideas

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Capital Mental: Música, maestro

Para que podamos disfrutar de la música, nuestro cerebro exige de la participación de capacidades intelectuales superiores del hemisferio izquierdo entrelazadas funcionalmente con áreas cerebrales, más primitivas y animales, del registro emocional.

¿Cuántas veces no sucede que tras escuchar una pieza musical por primera ocasión quedamos desconcertados, extrañados y con una sensación inefable de desagrado y decepción? Sin embargo, a menudo ocurre que al cabo de un tiempo y algunas exposiciones adicionales, esa misma pieza -que al principio tan fastidiosa pudo parecernos- se convierte en nuestra música predilecta, como aquella pasión desatada a partir del primer y feroz desencuentro entre dos perfectos desconocidos.

Para quienes militamos durante nuestra adolescencia en el rock sesentero bastaría recordar el trauma sufrido cuando los Beatles lanzaron, después de una melódica y armónica luna de miel, su abigarrada y -hasta entonces- indescifrable propuesta con el álbum Rubber Soul. El mismo que más tarde sirvió para reconocer el comienzo de uno de los fenómenos musicales más trascendentes de la historia.

Algo similar podría decirse de la música concreta de Edgar Varese y del sonido contemporáneo, electroacústico o aleatorio a mediados del siglo pasado. Las composiciones de estos innovadores dejaban al público perplejo, confuso, decepcionado y, no pocas veces, violentamente irritado. Al cabo del tiempo, a consecuencia de la evolución mental y las circunstancias sociales, pudo reconocerse el carácter trascendente, emotivo y estético de esta nueva música.

Los efectos de la Segunda Guerra Mundial no pasaron inadvertidos en la expresión artística. Un caso ejemplar es el del compositor alemán Stockhausen cuya madre, pianista y cantante, fue una de las víctimas mortales del nazismo por su enfermedad mental.

Para quienes se interesen en la visión neurocientífica de la apreciación musical, vale la pena leer en la revista Salud Mental del Instituto Nacional de Psiquiatría, el trabajo de José Luis Díaz: Música, lenguaje y emoción: una aproximación cerebral (2010).

Lo más relevante del artículo, fruto de un grupo interdisciplinario de mexicanos, es haber encontrado que la apreciación y el disfrute emocionales en la música requiere de la participación de regiones y circuitos del cerebro que anteriormente se adjudicaban a tareas mentales del hemisferio izquierdo comprometidas con el lenguaje.

En palabras de José Luis Díaz: Parece verosímil postular que las amplias redes neuronales involucradas en el procesamiento de música agradable y que implican al hemisferio dominante para la destreza manual y el lenguaje son en cierta medida las mismas...La estructura narrativa estaría siendo usada en el lenguaje y en la música para la generación de emociones musicales utilizando un sustrato común para dos medios o tareas fenomenológicamente distintas .

Es decir, para que podamos comprender y, por lo tanto, disfrutar emotiva y placenteramente de la música, sobre todo de la buena música, nuestro cerebro exige -por así decirlo- de la participación de capacidades intelectuales superiores del hemisferio izquierdo entrelazadas funcionalmente con áreas cerebrales, más primitivas y animales, del registro emocional.

Ha surgido el campo de la neuroestética, cuyo fin consiste en explorar científicamente la actividad artística a través de ciertos mecanismos simbólicos complejos, capaces de funcionar dentro de cosmovisiones específicas y de producir experiencias emocionales particulares.

A fin de cuentas no está por demás recordar que nuestros oídos únicamente sirven para registrar sonidos que mediante impulsos eléctricos y sustancias químicas se transmiten al cerebro, donde ocurre la maravilla de la vida que nos permite descifrar los sonidos y disfrutar de la música.

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