Buscar
Arte e Ideas

Lectura 3:00 min

Capital Mental: Una sonrisa permanente o la enfermedad invisible

El día que Josefina llegó sin su anciana madre a la consulta le pregunté cómo se sentía ella y, sin dejar de sonreír aunque con los ojos enrojecidos, respondió de manera sorprendente: Siento coraje, mucho coraje

De años atrás había visto llegar a Josefina acompañando a su madre a la consulta psiquiátrica, quien a sus 87 años sorprendía por la lucidez de su pensamiento y la claridad con que aún se expresaba. No obstante, la anciana se lamentaba de no poder dormir por las noches y de un desasosiego que la embargaba hacía muchos años. Pasaba las horas sola, postrada en una silla de ruedas y pensando en tantas personas a las que, bien sabía, no volvería a ver, al menos no en esta vida, pues –como ella decía– ya toda esa gente está bien muerta.

Josefina, por su parte, acudía siempre a las citas para resolver cuestiones prácticas, ya fuera el surtido de recetas o los traslados al laboratorio. Todo lo hacía con una sonrisa en los labios y un tenso acomodo del cuerpo. Algo de esa disposición afable, sin embargo, no cuadraba con el resto de su presencia. Era como una especie de incongruencia situacional que nadie entonces había puesto en palabras.

Un día Josefina llegó sin su madre a la consulta.

-Sólo vengo por la receta –dijo con la misma expresión alegre de costumbre precisando-. Mi mamá hoy no quiso venir.

Sin saber muy bien por qué le pregunté cómo se sentía ella y, sin dejar de sonreír aunque con los ojos enrojecidos, respondió de manera sorprendente.

-Siento coraje, mucho coraje.

-No sé por qué, pero eso es lo que ahora siento.

Unicamente fue necesario mirarla detenidamente –por primera vez- para que comenzara a poner en palabras algo de lo que desde hacía mucho llevaba oculto bajo la piel. Contó, con el rostro apretado, que en menos de diez años su esposo había fallecido en un accidente carretero y el mayor de sus dos hijos se había suicidado a la edad de veintitrés años en su habitación. Nuevamente Josefina dijo sentir coraje por no haber hecho algo, en aquel entonces para evitar la muerte de su hijo.

También narró que, al poco tiempo de quedar viuda, ella y sus hijos habían acudido conmigo en busca de ayuda. Hasta entonces - y como en sueños – se dibujó en mi memoria la imagen de aquella familia brutalmente lastimada, al tiempo que sentí en el pecho una desagradable sensación de impotencia y deseperación. Probablemente, la misma sensación que durante mi infancia sentía cuando recordaba que mi abuela quedó viuda con dos pequeñas hijas, la menor mi madre de dos años, a partir del accidente carretero en que falleció el abuelo antes de cumplir los treinta años.

Ese día Josefina también habló de su única hermana, quien padece una enfermedad renal que la obliga a pasar varias horas en el hospital, tres veces por semana, donde una máquina purifica su sangre. De pronto apareció en mi mente la imagen de mi padre enfermo y fatigado. El murió hace ocho años. Sus riñones también dejaron de funcionar.

Cuando pregunté a Josefina qué otro sentimiento reconocía en ese momento, contestó que no podía saberlo, pero estaba segura de que no debía mostrarlo para evitarles a sus familiares aún más daño y sufrimiento.

Yo sentí entonces, al igual que ella, mucho coraje. Apenas ahora, al estarlo escribiendo, puedo saberlo.

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Noticias Recomendadas

Suscríbete