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Capital mental: Miquiztli y la mujer trepidante

Miquiztli -que en náhuatl significa reposo o quietud-, presentó al nacer una sucesión incontrolable de Uixkayótls, que –en la misma lengua- significa calambres o convulsiones

Desde que Miquiztli comenzó a expresarse con palabras nunca se sintió sola y, a diferencia de otras niñas, pronto aprendió a compartir sus gustos, temores y pensamientos con una amiga que vivía fuera de su cuerpo, aunque era parte de sí misma. Pasó mucho tiempo antes de saber que aquella compañera inseparable, había sido una alucinación o la expresión artificiosa de un cerebro dañado por negligencia médica en las horas previas a su nacimiento.

Cuando, veintidós años atrás, su madre acudió al hospital con dolores de parto (contracciones musculares de la matriz), la devolvieron a su casa pues aún no era el tiempo correcto . Tres días después el daño ocasionado por la prolongada falta de oxígeno en las células del cerebro de la bebé, era ya algo irreversible y Miquiztli -que en náhuatl significa reposo o quietud-, presentó al nacer una sucesión incontrolable de Uixkayótls, que –en la misma lengua- significa calambres o convulsiones.

Hoy día Miquiztli es una hermosa joven, de piel morena, que estudia una carrera universitaria y es mamá de una bebé de tres meses. Su pareja, un hombre joven también, tuvo que interrumpir los estudios y trabaja en la construcción –según dice- hasta que mejoren las cosas.

En el sexto mes de embarazo Miquiztli presentó crisis convulsivas similares a las que tuvo de pequeña. Se desmayó, cayó al piso y cuando a los cuantos minutos fue recuperándose era incapaz de recordar lo ocurrido. Al día siguiente, su madre la acompañó a consultar un neurólogo de mucho prestigio, quien le hizo un mapeo cerebral por electroencefalografía.

Este estudio se realiza con un sofisticado aparato con el cual es posible registrar y evaluar las ondas eléctricas de áreas superficiales del cerebro. Simultáneamente, una computadora transforma los trazos en una serie de imágenes de diferentes zonas del cerebro, presentadas en atractivos colores, que pueden servir para ratificar o rectificar algún diagnóstico anterior. Sin embargo, estos datos son insuficientes –por sí solos- para proporcionar un diagnóstico definitivo del paciente.

El problema para Miquiztli, y por lo tanto también para su familia, fue que el prestigioso médico consultado, valiéndose de la ilusoria cientificidad que a veces suele otorgar la tecnología de las computadoras, le informó que el resultado del electroencefalograma descartaba el diagnóstico de epilepsia, pero que en cambio señalaba claramente el de esquizofrenia.

Ese mismo día, a las once y media de la noche, Miquiztli angustiada ante la noticia del ominoso trastorno mental, tuvo una nueva crisis epiléptica. En el momento en que cayó al piso sin alcanzar a protegerse con la manos, se golpeó la nariz y la boca con fuerza. Al recuperar la conciencia se dio cuenta que había perdido dos dientes y se sintió muy avergonzada al verse frente al espejo.

Por fortuna, Miquiztli no tiene síntomas sugestivos de esquizofrenia y es poco probable que la llegue a desarrollar esta enfermedad psiquiátrica. Sin embargo, su epilepsia deberá ser tratada con la seriedad que merece. Es una lástima que la charlatanería siga causando estragos en una sociedad urgida de educación e inmersa en la inpunidad.

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