Buscar
Arte e Ideas

Lectura 3:00 min

El final de la monotonía

Ella cumplía tan bien, que todo esos cuidados y esa disposición únicamente podían compararse con la infatigable devoción de una madre dedicada, responsable y valiente que siempre está al cuidado de su único hijo

Y los agonizantes, a los que ha acompañado con compasión y valentía hasta la muerte, que llegaban a tener una dependencia de ella mucho más fuerte de la que tenían de los calmantes y los sedantes, porque necesitaban su voz y el contacto de sus manos en sus torturados cuerpos. David Grossman, La memoria de la piel (2007)

Es difícil de creerlo, aún cuando ya pasó lo peor que pudo pasar, incluso aunque jamás sea posible saber realmente cómo es que suceden estas cosas que luego, más tarde, en el punto terrible en el cual es imposible regresar atrás y se escuchan las voces de quienes aseguran que, por supuesto, era obvio que las cosas -tarde o temprano- habrían de terminar mal, terriblemente mal, aún así, cuesta trabajo convencerse de que aquello, me refiero claro está, a lo que sucedió y nunca debió haber sucedido, en estos momentos, no tiene ya ningún remedio.

Fue hace meses, ¿cuándo me puede dar una consulta?, preguntó sonriente y casi por casualidad, algo habitual en ella, siempre jugueteando con quien estuviera disponible, palabras ligeras y huidizas, protagonistas de telenovelas, los variados cortes de su negra y lacia cabellera, el acero vidrioso de aquellos ojos, casi asiáticos, mirando siempre desde un sitio indescifrable de la mente, recelosa en ocasiones de su menuda e impaciente figura.

La petición tan casual y simpática, no parecía urgente, ni siquiera necesaria. Cuando tú quieras, solamente haz la cita y ahí nos vemos, respuesta obvia e inmediata, sobre todo tratándose de una compañera de trabajo, una de las mejores enfermeras, dedicada, particularmente en momentos difíciles cuando los pacientes terminales parecían desmoronarse de dolor y desesperación.

Solamente ella era capaz de administrar aquellas medicinas feroces que dan nausea, oscurecen la piel y dejan la cabeza pelona. Ella cumplía tan bien, que todo esos cuidados y esa disposición únicamente podían compararse con la infatigable devoción de una madre dedicada, responsable y valiente que siempre está al cuidado de su único hijo, su niño adorado, su razón de ser y de vivir, la única persona en el mundo, además de los enfermos, por la cual sería-capaz-de-cualquier-cosa.

La consulta psiquiátrica nunca sucedió, o más bien, no cuando tal vez, mera posibilidad del destino, todavía existía alguna oportunidad de que las cosas pasaran de una forma distinta. Ella nunca solicitó formalmente la cita y el médico prefirió no insistir. Todo quedó en manos de una ética profesional, en este caso absurda, que procura salvaguardar la decisión personal de buscar ayuda solamente cuando así lo juzgue conveniente, sin presiones y sin la obligatoriedad que las circunstancias pudieran ameritar, no importa cuan graves sean.

Un día llegó la noticia. Después de una inexplicable ausencia en el trabajo la policía la halló en su casa, confusa, con varias cortadas en el cuerpo y sobre el piso estaba su hijo de diez años, degollado y mutilado. Cuando pudo hablar dijo, ni siquiera pude protegerlo de mi misma, de mi vida rutinaria y monótona… por favor, necesito un celular, he estado llamando y no me contesta.

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Noticias Recomendadas

Suscríbete