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Arte e Ideas

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La deconstrucción de la enfermedad mental

Si mi paciente pregunta cómo sé que tiene esquizofrenia, trastorno bipolar, ansiedad, depresión, autismo u otro padecimiento, tendré que responderle: Porque así me lo parece .

Cuando quiero saber si mi paciente tiene la presión elevada, solamente necesito un aparato que me permita medir cuantitativamente la tensión arterial. Si la duda diagnóstica apunta hacia una diabetes mellitus, entonces un examen sobre el nivel de glucosa en una muestra sanguínea resulta de mucha utilidad. Pero si mi paciente o algún familiar, pregunta cómo es que yo sé que tiene esquizofrenia, trastorno bipolar, ansiedad, depresión, autismo o cualquier otro padecimiento mental, tendré que responderle con la verdad: Porque así me lo parece .

Aún cuando la mayoría de enfermedades generales cuenta con criterios y métodos de evaluación que permiten establecer, con razonable objetividad, sus respectivos diagnósticos, en la psiquiatría del siglo XXI no sucede así. Los especialistas del cerebro y la mente únicamente contamos con un par de voluminosos libros donde se describe de manera pormenorizada, y cada vez más exhaustiva, una gama de posibles ideas, conductas y emociones humanas que pueden llegar a torcerse hacia una indeterminada anormalidad; es decir, psicopatológicas. A esta confusa manera de entender, clasificar y, sobre todo, potencialmente de establecer tratamientos de las enfermedades psiquiátricas se le conoce como enfoque descriptivo fenomenológico.

Lo cierto es que a los pacientes les resulta útil dicha taxonomía, en la misma medida en que es posible afirmar que aquellas voces intimidantes que alguien escucha todos los días del año se llaman alucinaciones auditivas. También decimos que éstas derivan de un problema cerebral, cuyo origen probablemente sea hereditario y las cuales pueden ser acalladas, o temporalmente silenciadas, si se toman o inyectan unos medicamentos que no sabemos de qué manera actúan, pero que lamentablemente provocan un montón de efectos secundarios indeseables, incluyendo diabetes, obesidad y otras alteraciones metabólicas, a veces irreversibles.

Al igual que no existen mujeres un poquito embarazadas, la identidad de las enfermedades mentales tampoco admite dudas mensurables. Por ejemplo, si hoy amanezco sin energías, inapetente, desanimado, sin haber descansado durante el sueño, convencido que lo que me pasa solamente es culpa mía, incapaz de concentrarme siquiera en el pronóstico del tiempo y, además, no le encuentro sentido alguno a seguir viviendo, lo más probable es que cualquiera de mis colegas me asegure que si esta situación dura más de dos o tres semanas, necesitaré tratamiento antidepresivo. A la mejor, hasta alguien me ofrece muestras médicas obsequiadas por la industria farmacéutica durante una cena – gratuita - en un buen restaurante.

Hay, sin embargo, esperanzas. Hace pocos años se echó a andar una interesante iniciativa en el Instituto Nacional de Salud Mental estadounidense, bajo las siglas de RDoC. Ésta pretende incorporar conocimientos en genética, imágenes cerebrales y ciencias cognitivas, de la conducta y del ambiente social, con el fin de crear las bases de una nueva forma de comprender y tratar las enfermedades mentales.

El fundamento del proyecto es que mientras no tengamos forma de medir con precisión cada una de las manifestaciones psicopatológicas (obsesividad, amnesia, falta de atención, etcétera), los psiquiatras y nuestros enfermos seguiremos en la inopia científica y moral, como hasta ahora.

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