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Arte e Ideas

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Las guerras sonoras

Si has notado que la música es cada vez más ruidosa y te preocupaba que fuera tu oído, tolerancia o edad, aquí hay otra explicación.

Entre las guerras que libra el mundo, ésta pasa casi desapercibida, perdida en publicaciones técnicas y los corrillos de su industria.

Es una guerra, sin embargo, que nos afecta a todos y que ha cambiado por completo uno de los ámbitos más importantes en las artes populares: la música (y en concreto, la grabación de ésta).

Me refiero a la loudness war, a la que en español suele llamarse guerra del volumen, pero que estrictamente debería ser guerra del volumen alto o guerra del ruido. La guerra es la que ha tomado la industria musical en los últimos 20 años: grabando, produciendo y reproduciendo la música elevando progresivamente el volumen en un esfuerzo un tanto obtuso por ahogar (y con ello superar) el sonido de los años anteriores.

Propuesta de experimento: lleve usted a cualquier adulto mayor a 30 años a un antro, un concierto, una fiesta de bodas, un bar, un centro comercial, y pregúntele su opinión sobre el ruido. Ahora pregúntele si el ruido es mayor a lo que era antes, en su adolescencia, cuando iba a ese tipo de lugares.

Hipótesis: su respuesta será que el ruido es alto casi insoportable (en algunos casos), y que cuando él iba antes, a sitios similares, el escándalo era mucho menor. Alguno dirá: por lo menos se podía hablar.

Segunda hipótesis: la curva de tolerancia al ruido, el porcentaje de personas que responderán afirmativamente al experimento irá aumentado en forma casi lineal conforme aumentemos la edad del entrevistado.

Corolario (un tanto falso): con la edad, el oído se va cansando y ya no se tolera el ruido de igual manera. Es cosa de volverse viejo. Si ésa fuera la única explicación, implicaría que el ruido ha permanecido igual y que el que ha cambiado es el que lo escucha.

Un artículo reciente de Llewellyn Hinkes-Jones en The Atlantic sugiere otra explicación. El artículo se titula La verdadera razón por la que la música se ha vuelto tan ruidosa y fue inspirado por una función en iTunes llamada SoundCheck, una suerte de filtro o ecualizador sonoro para contrarrestar, dice el autor, la atracción que sienten algunos músicos por subirle a 11 cuando el volumen llegaba hasta 10.

Trataré de no ser demasiado técnico. Digamos que la música grabada queda registrada dentro de un espectro llamado rango dinámico, constituido por la señal sonora más baja y la más alta que podemos escuchar y, en este caso, que puede registrar un equipo de grabación. Ese rango, cuando el audio era analógico, registraba la música, la estática de fondo y el hiss producido por la cinta.

El tema se complicaba, pues los ingenieros debían mantener el rango más bajo del espectro para registrar los sonidos más suaves y tratar al mismo tiempo de evitar que los más altos rebasaran el nivel de distorsión. Era una batalla constante para evitar que los sonidos suaves se perdieran entre el hiss, lo que los obligaba a veces a comprimir el rango buscando subir su volumen.

Al pasar la música al ámbito digital, desaparecieron la estática y el hiss, dejando libre todo el espectro. Esto, en teoría, implicaba grabaciones sonoras más ricas, capaces de captar todos los sonidos con fidelidad, desde los más suaves hasta los más ruidosos. Sin embargo, la industria decidió tomar otro camino: elevar el volumen de la música hasta el límite superior del espectro para que tuviera más fuerza.

Esto llevó a continuar comprimiendo el rango dinámico en una competencia desquiciada por tener el CD más caliente, o sea el más ruidoso. La música suena más fuerte que las de los demás, pero la calidad y la fidelidad son sacrificadas. Durante mucho tiempo al proceso se le llamó estar listo para la radio, porque el sacrificio ayudaba a que una grabación suave estuviera a la par con la música más estridente del cuadrante.

Al compactar el rango, en teoría se evita que los sonidos más altos distorsionen y suena aparentemente más fuerte, pero se vuelve más difícil distinguir sonidos específicos, y la música se va disolviendo en ruido, algo difícil de detectar si escuchamos versiones con aún más compresión, como el MP3.

Ése es el inicio de las guerras por el volumen, que ha llevado a audiófilos de todo el orbe a suscribir peticiones y campañas para que los artistas y sus estudios eviten destruir el rango dinámico del sonido. Según Hinkes-Jones, SoundCheck ajusta en forma algorítmica las pistas sonoras para nivelar las diferencias de grabación entre distintas canciones. Software de este tipo existe desde hace tiempo: en servicios como Spotify, radio en Internet y algunos reproductores de música digitales, incluso las estaciones de radio modulan la música antes de emitir para no provocar conflictos sonoros con sus comerciales y locutores. Al final, es el propio consumidor quien simplemente baja el volumen cuando la música comienza a aturdirlo.

Esto llevó a que en el 2001 el panel técnico de los premios Grammy prácticamente descalificara a los 200 candidatos a la mejor ingeniería de sonido. Todos estaban aplastados por la compresión. Al final resultó ganador el disco menos manipulado: Come Away with Me, de Norah Jones.

Lo paradójico del tema es que incrementar el volumen no redunda en ventas. Bob Speer lo dice muy claro en su artículo ¿Qué pasó con el rango dinámico? en una web especializada en ingeniería de sonido: La pregunta que nos debemos hacer es si es mejor producir música en que los escuchas quieran subir el volumen o música en la que quieran bajarle .

Es una guerra sin muertos o presencia en las primeras planas, pero una que nos debería llevar, por lo menos, a mirar con desconfianza los relanzamientos musicales que llevan la etiqueta remasterizado . ¿Se trata de un paso de analógico a digital o de un disco con esteroides para sonar más recio?

Twitter @rgarciamainou

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