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Arte e Ideas

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Te borro de mi Facebook, te borro de mi vida

Algunas publicaciones en los "muros" de nuestras contactos o "amistades" en Facebook suelen ser el punto de partida de curiosos desvaríos

Algunas publicaciones en los "muros" de nuestras contactos o "amistades" en Facebook suelen ser el punto de partida de curiosos desvaríos. Cuando uno se pregunta por qué cada día más gente, de diferentes edades, procedencia social o nivel educacional dedica tanto tiempo a revisar una y otra vez lo que aparece en su página de inicio y en su perfil, la respuesta es muy simple: porque al hacerlo tenemos la sensación de pertenecer y de estar participando en algo que es mucho más grande y atractivo que nuestra simple, rutinaria y, frecuentemente, aburrida existencia.

A este hecho incontrovertible puede agregarse una característica adicional, tal vez el elemento más poderoso y seductor, el Facebook contribuye a desarrollar una percepción instantánea de cercanía e intimidad con los demás, la cual es sumamente maniobrable.

Si aparte agregamos la ventaja de que el contingente de posibles usuarios no deja de multiplicarse por el propio diseño del sistema a través de incesantes "solicitudes de amistad", las cuales mecánicamente se van entrelazando por virtud de la inmensa red de contactos potenciales, entonces cualquiera puede terminar sintiéndose dulcemente acompañado, seguramente respaldado, ampliamente comprendido e, incluso, entrañablemente querido. ¿Acaso no sucede así?

Nunca antes en la historia había sido tan sencillo, expedito y público el tráfico de relaciones interpersonales. Con la misma facilidad con que pueden declararse apasionados sentimientos ante un amor imposible o la confianza absoluta hacia alguien que, hasta ese momento, era un perfecto desconocido o la inquebrantable solidaridad frente alguna de las ubicuas causas nobles que a diario nos conminan, por ejemplo, a proteger el medio ambiente, a denuncir la pornografía infantil o a acabar de una vez por todas con la corrupción en el gobierno; con esa misma sencillez decíamos también pueden desecharse contactos, cancelar "amistades", ocultar mensajes, seleccionar gustos, manías o jueguitos estúpidos, y al final, cancelar la propia cuenta y quedar brutalmente expuesto al vacío existencial que significa, en la segunda década del siglo XXI, estar fuera del Facebook.

¿Se imaginan a alguien poseedora de una personalidad sumamente emotiva y en constante búsqueda de atención; una persona que exagera sus reacciones emocionales o su importancia intelectual; alguien que es verbalmente provocativa y a menudo procura ganarse los reflectores, los mimos y los cuidados de los demás mediante un flujo constante de mensajes seudo-sexuales, seudo-amables, seudo-cariñosos o seudo-sinceros; pueden imaginarse a una persona así, quedando excluída de la Red de redes?

Lo cierto es que estamos viviendo en la era del uso y el abuso de las redes sociales donde los juicios moralistas parecen salir sobrando y solo prevalecen los hechos tal y como pueden ser registrados. Para bien o para mal, cada día son más las intromisiones en los pensamientos, las imágenes, los sentimientos, los propósitos y los despropósitos de los demás.

¿Estaremos enrriqueciendo nuestra existencia o estamos conformándonos con una simulación de la realidad? ¿Somos personas o simples reproductores de una maquinaria donde la vida parece más grande, más íntima y más valiosa que la misma realidad?

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