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El Empresario

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Dirigir una luz sobre los pequeños polizones

De manera inadvertida, los barcos transportan especies invasoras por todo el mundo; y una empresa francesa, pionera en su campo, utiliza rayos ultravioleta para eliminar a los pasajeros indeseados.

En 1991, cuando un carguero chino llegó a El Callao, el puerto marítimo de Lima, Perú, la carga no fue lo único que se descargó. También arrojó agua de lastre, en la que venía una virulenta cepa asiática de las bacterias de cólera. A las pocas semanas, la enfermedad había contaminado los mariscos y se difundía por los barrios pobres de la capital peruana, y se expandió a otros 11 países. Latinoamérica se encontró enfrentando a su primera epidemia de cólera en más de un siglo. Para el momento en que la epidemia por fin cedió, habían muerto 9.000 personas aproximadamente.

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Lo que ocurrió en Perú subraya un efecto colateral poco conocido de nuestra economía globalizada. Los barcos que transportan más de 80% de las mercaderías del mundo también desplazan cada año entre 3.000 y 5.000 millones de toneladas de agua de mar por todos los mares del mundo. La usan como lastre: el agua transportada en enormes tanques que garantiza que un barco permanezca estable en el mar. Cuando un barco descarga, toma agua como lastre para compensar el peso faltante. Luego, este lastre se desecha cuando el barco toma carga en el siguiente puerto al que llega.

El agua de lastre contiene una gran variedad de organismos, incluyendo bacterias, virus y etapas larvales y adultas de plantas y animales marinos. Al descargarse, estas especies no nativas pueden reproducirse en sus nuevos hábitats, provocando devastadores daños ecológicos, económicos y a la salud pública del entorno que las rodea.

Para atacar el problema, la Organización Marítima Internacional (IMO) de la ONU y la Guardia Costera de Estados Unidos han adoptado regulaciones que requieren que los barcos traten toda el agua de lastre antes de descargarla en las aguas costeras del mundo.

Hoy en día, varias empresas atacan el problema de la dispersión de especies invasivas mediante métodos de tratamiento que incluyen sustancias químicas, calor, electricidad y ultrasonido. Una de las más innovadoras y amigables con el entorno tiene raíces que se remontan a una piscina residencial en el sur de Francia.

Con sus cafés al aire libre, tejados de losas de terracota y cigarras cantarinas, el poblado francés de Lunel parece estar muy lejos de las ajetreadas rutas marítimas del comercio internacional. Sin embargo, aquí Benoît Gillmann, fundador de BIO­UV, que entonces trabajaba en el negocio del equipo médico, se encontró por primera vez con la tecnología que puso a su empresa a la vanguardia del tratamiento de agua de lastre, a través de la marca BIO­SEA.

“Alguien me habló de un tipo que utilizaba un artefacto que construyó en su cochera, para tratar sin cloro el agua de su piscina”, explica Gillmann. “Pensé que sonaba muy bien y le pedí que me hiciera una a mí. El sistema funcionó, tan bien, que decidí ponerlo en el mercado”.

El sistema BIO­SEA no es químico, y utiliza la luz ultravioleta para desactivar todos los organismos vivos que están presentes en el agua que se bombea dentro o fuera de los tanques de lastre de un barco. Luego de hacerla atravesar un filtro compacto, el agua se expone a una radiación UV­C en la longitud de onda de 254 nanómetros: exactamente el tipo de luz ultravioleta de la que nos protege la atmósfera terrestre.

En el año 2000, la empresa comenzó a comercializar la tecnología para el tratamiento de piscinas y de agua en general. Diez años después, detectó nuevas y jugosas oportunidades en el esfuerzo internacional de atacar el problema del agua de lastre. Luego de un programa de investigación y desarrollo de tres años y una inversión de 2,5 millones de euros (2,8 millones de dólares), su sistema de tratamiento por rayos ultravioleta se adaptó con éxito a las aplicaciones marinas, y logró la certificación plena de la IMO en 2013, y se espera obtener la certificación estadounidense en 2016.

En el proceso, BIO­UV pasó de ser una empresa pequeña a una organización internacional que posee su propia subsidiaria en Estados Unidos. “En el año 2000, comenzamos de la nada”, dijo Gillmann. “Éramos apenas tres personas. Hoy en día, tenemos 49 empleados en Francia y 20 en Estados Unidos”.

Gillmann conserva la participación mayoritaria en la empresa, y el restante 46% está en manos de tres fondos de inversión. Los últimos dos ingresaron al capital de la empresa en 2010 y 2014, respectivamente, atraídos de manera específica por las perspectivas de crecimiento en el mercado emergente de tratamiento de agua de lastre. BIO­UV pronostica que sus ingresos aumentarán de 12 millones de euros que percibe hoy en día a 30 millones a fines de 2018.

Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas. “Tratar el agua de lastre del mundo representa un enorme reto por sí mismo, pero administrar un negocio en Francia hoy en día es un desafío incluso mayor”, dijo Gillmann. “No tenemos los recursos financieros de los grupos grandes, y el entorno reglamentario se complica cada vez más con cada año que pasa”.

Sin embargo, la empresa continúa pasando de una fortaleza a otra. En 2013, proporcionó un sistema de tratamiento de agua de lastre al nuevo barco insignia del Grupo CMA CGM, la tercera mayor empresa naviera del mundo: con una capacidad de 18.000 contenedores, el CMA CGM Vasco De Gama es uno de los mayores barcos de carga del mundo. “Es una gran fuente de orgullo y reconocimiento para la empresa”, dijo Gillmann. Y también son buenas noticias para el resto del planeta.

Para mayor información:

Sitio web: http://www.ballast­water­treatment.com/

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