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Opinión

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Estruendo para combatir a la indolencia

Estaba por escrito. Publicado y pegado en varias esquinas de la ciudad. “Actual, Hoja de vanguardia”, decía. Y sí. provocó un estruendo. ¿Cómo no escandalizarse leyendo lo siguiente?:

“En nombre de la vanguardia actualista de México, sinceramente horrorizada de todas las placas notariales y rótulos consagrados de sistema cartulario, con veinte siglos de éxito efusivo en farmacias y droguerías subvencionadas por la ley, me centralizo en el vértice eclatante de mi insustituible categoría presentista, equiláteramente convencida y eminentemente revolucionaria, mientras que todo el mundo que está fuera del eje, se contempla esféricamente atónito con las manos torcidas, imperativa y categóricamente afirmo (…) que mi estridentismo deshiciente y acendrado para defenderme de las pedradas literales de los últimos plebiscitos intelectivos: Muera el Cura Hidalgo, Abajo San Rafael, San Lázaro, Esquina, Se prohíbe fijar anuncios.”

Al calce una nota: “Comprimido Estridentista de Manuel Maples Arce”.  Y luego varias rúbricas: Germán List Arzubide, Salvador Gallardo, M.N. Lira, Mendoza, Salazar, Molina, siguen doscientas firmas. Era, sin dudarlo, un manifiesto. Constaba de catorce puntos y en el primero decía: “Mi locura no está en los presupuestos. La verdad no acontece ni sucede nunca fuera de nosotros. La vida es sólo un método sin puertas que se llueve a intervalos. De aquí que insista en la literatura insuperable en que prestigian los teléfonos y diálogos perfumados que se hilvanan al desgaire por hilos conductores.”

La vanguardia había llegado a suelos nacionales y desde la ciudad lanzaba sus alaridos. Se llamó Estridentismo y nació en noviembre de 1921. Era una respuesta a los movimientos artísticos surgidos en Europa después de la Primera Guerra Mundial. La expresión de una humanidad harta de todo, pero admiradora de la velocidad, el acero, lo técnico e industrial, la quebradura y el magnífico el ruido de las artes. Había un deseo de romper con el pasado en todos los campos, especialmente en el intelectual. Nuestra suave patria había respondido al futurismo, cubismo, dadaísmo y surrealismo, con el estridentismo.

Las obras estridentistas -han dicho Luis Mario Schneider y Vicente Quirarte- sumergieron al público en “los novedosos e increíbles telegramas sin hilos, o los vertiginosos 80km/h, con olor a bencina por el Paseo de la Reforma”. Leerlos. es como saborear una novela a punto de llegar a las últimas páginas. Y es que, tanto List Arzubide, como Manuel Maples Arce y todos los demás, sabían que el movimiento sería efímero y se trataba tan sólo de una estrategia para que el arte existiera libremente y sacudiera las conciencias. Una estruendosa herramienta para el cambio.

No es extraño pues, que muchos de los estridentistas participaran  en movimientos sociales o se convirtieran en miembros de brigadas culturales, misiones combatiendo al fascismo, promotores del teatro como experiencia de reflexión social o realizadores de series radiofónicas o simplemente maestros de escuela.

Manuel Maples Arce, el fundador y firmante de los tres manifiestos estridentistas no sólo propuso un cambio en la manera de escribir poesía, sino que convirtió a la ciudad en tema, personaje y alto propósito del arte. Encabezó una revolución poética que exaltaba el maquinismo del mundo moderno con sus locomotoras, puentes, fábricas, muelles, transatlánticos y automóviles, Todos ellos observados bajo un prisma que deslumbraba como el acero. El décimo punto de su “Hoja de Vanguardia”, lo dice claramente:

“Cosmopoliticémonos. Ya no es posible tenerse en capítulos convencionales de arte nacional. Las noticias se expenden por telégrafo, sobre los rascacielos, esos maravillosos rascacielos tan vituperados por todo el mundo, hay nubes dromedarias, y entre sus tejidos musculares se conmueve el ascensor eléctrico. Piso cuarenta y ocho. Uno, dos, tres, cuatro, etcétera. Hemos llegado. Y sobre las paralelas del gimnasio al aire libre, las locomotoras se atragantan de kilómetros”.

Germán List Arzubide, fundó las revistas Vincit y Ser y junto con Maples Arce, escribió y publicó el Manifiesto N°2 del movimiento estridentista, en su natal Puebla. Después trabajó con Lombardo Toledano, combatió a la sublevación delahuertista, fundó la revista Horizonte en Xalapa y por petición de Augusto César Sandino, llevó, enrollada en su cuerpo, la bandera que el general nicaragüense había capturado a los intervencionistas estadounidenses. Su obra literaria empezó a ser reconocida hasta finales del siglo XX y en los últimos años de su vida, recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Lingüística y Literatura de 1997.

En este siglo XXI, el mejor homenaje estridentista sería pegar en alguna pared de nuestra memoria palabras suyas.

“Te perfumas con gasolina y sabes la locura del sol. Volamos en aeroplano y sobre las cabezas doloridas de tedio, cantamos con la fuerza de la hélice que rompe las teorías de la gravedad; somos ya estridentistas y apedreamos las casas llenas de muebles viejos de silencio, donde el polvo se come los pasos de la luz; las moscas no pondrán su ortografía sobre nuestros artículos porque después de ser leídos, servirán para envolver la azúcar (sic) y nosotros, erizados de minúsculos rayos, iremos dando toques a los enfermos de indolencia.”

Todavía nos encanta el final del tercer manifiesto:

“Apagaremos el sol de un sombrerazo. ¡¡Viva el Mole de Guajolote!!”

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