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Opinión

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La degradación

Me gusta escribir novelas que hablen de nuestra realidad pero sin hacer retratos de nadie en particular. Les doy un ejemplo, uno de los asuntos que decidí abordar en Las marcas del agua, novela que vio la luz hace unas semanas, fue el de la degradación académica: tráfico de influencias, uso de los recursos de las instituciones para beneficiar a unos mientras se perjudica a otros, falta de protocolos para enfrentar el acoso sexual al interior de las comunidades académicas, competencia desleal, deshonestidad académica (plagio, reporte de resultados falsos). Me pareció que fácilmente habría quienes se sentirían aludidos por mis personajes, les quedaría el saco. Así pues, al ficticio director de instituto que aparece en mi libro le puse uno de mis apellidos: Oliveira, para que cuando me digan que me refiero a tal o cual les pueda decir: «pero si tiene mi apellido». 

Dirán, qué tino, habla de deshonestidad académica y sale a la luz el escándalo de la ministra. Pero lo cierto es que es al revés, escogí para mi novela temas que son cosa cotidiana: el año pasado supe de varias acusaciones de plagio, tanto en la UNAM como en otras instituciones. He pasado por distintos órganos académicos, donde vi todo tipo de triquiñuelas: aspirantes que mienten, académicos que inflan su currículo. He exigido sin ser escuchado por autoridades que hacen oídos sordos ante injusticias evidentes. Y cuando pensé que había visto todo, hace unos días me topé con un caso horrible de simulación. Consulté a un par de colegas sobre cómo debería proceder y su consejo sabio fue: no te metas. Tampoco es la primera vez que me dan un consejo así. Y claro, si cuento todas las veces que he mirado a otro lado y lo multiplico por todas las veces que otros habrán hecho lo propio, llegamos al punto en el que estamos, donde la corrupción (ese estado de degradación de lo que habría de ser recto) lo copa todo, como el moho que invade el pan descuidado por un tiempo. ¿Habría que dejar de mirar para otro lado? Seguro, pero no en solitario.

Ahora, no todo es desesperanza, verán: a la UNAM se le ha exigido en los últimos días que condene inmediatamente el (supuesto) plagio de la ministra. Y la UNAM lo que ha hecho es darle debido curso: reunir a los cuerpos colegiados y dejar que deliberen y lleguen a sus conclusiones. A sabiendas de que son observados por todo el país, no tengo duda de que las resoluciones de los consejos técnicos serán ejemplares. Eso no quiere decir que forzosamente complacerán al respetable, sino que se apegarán a las normas universitarias a rajatabla. Y ese es su papel. Creo que la mejor forma para evitar simulación, plagios, acoso y el uso indebido de los recursos de las universidades, es darle vida, transparencia y poder de decisión a los cuerpos colegiados; son los órganos de debate y consulta de las distintas comunidades universitarias. Y eso tiene que ver con toda la sociedad, si bien aquí no puedo desarrollarlo, les dejo una pista: es lo local, bobo (como diría Messi).

Twitter@munozoliveira

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L.M. Oliveira es escritor. Autor de "El mismo polvo" y "El oficio de la venganza". Es Titular A en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe.

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