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Opinión

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Los contrastes con un Presidente de izquierda

En ese derroche populista que nubla a la autollamada Cuarta Transformación, Andrés Manuel López Obrador gusta de decir que ya no se pertenece. Una frase que le hemos escuchado a otros personajes latinoamericanos que tienen el mismo corte.

Puede el líder de un movimiento como el que encabeza López Obrador entregarse a la multitud tal como lo hizo ayer en las calles de la Ciudad de México, lo que no puede es mostrar el nivel de irresponsabilidad que vimos ayer y poner en peligro al jefe del Estado Mexicano.

Si tan solo este régimen hiciera bien las cosas y usara todo ese poder que tienen de movilización para hacer el bien, este país estaría en otro nivel de desarrollo. Si el centro de atención del régimen fuera el país y no la persona, habría resultados diferentes.

Pero no, el discurso presidencial nos confirma el enorme deseo de polarizar por parte de quien no se asume como jefe de Estado sino como líder de camarilla, uno muy poderoso y carismático, sin duda.

López Obrador guía al país, con la improvisación de la marcha de ayer, mezcla sin sentido las políticas más neoliberales, mientras que creen que son ejemplo de un modelo progresista. Al final, no es más que un híbrido, altamente cargado de populismo, que el propio Presidente quiere definir, teóricamente dice él, para heredarlo al mundo.

Entre los múltiples contrastes que encuentra su autollamada Cuarta Transformación, tuvo el Presidente una visita internacional que dejó en evidencia que el régimen lopezobradorista está muy lejano de un modelo progresista.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, vino a México y le enseñó a López Obrador que se puede dialogar con el poder legislativo. Que no pasa nada si se para en la tribuna del Senado y escucha los reclamos opositores y que no lo demerita estar de acuerdo con planteamientos que no son propios, como condenar el “brutal” asesinato de 11 mujeres todos los días en México

Boric asume que no por ser de izquierda se puede respaldar a los regímenes totalitarios que minan la democracia y que destruyen a sus propias sociedades.

Sin empachos, mientras cientos de funcionarios del gobierno de López Obrador se apresuraban para garantizar los autobuses y las miles de personas que los ocuparían para la marcha de ayer, el mandatario chileno reprochaba desde la tribuna del Senado de la República a dictaduras como la de Nicaragua, esa que López Obrador no se atreve a tocar con la más mínima crítica ante su evidente brutalidad.

Este exlíder estudiantil chileno, con sus 36 años, llegó al poder con ideas más radicales incluso que la 4T. Propuso borrar la Constitución chilena para implementar un nuevo ordenamiento legal. Solo que cuando 62% de la población rechazó esa idea, Boric no montó en cólera y desconoció los resultados de la consulta popular, lo asumió y se moderó.

El acierto del Presidente chileno fue admitir su fracaso y buscar la manera de llevar adelante sus planes sin imponerse por la fuerza en contra de los opositores o hasta del sentido común.

Fue más que oportuna la visita de Gabriel Boric a México para que muchos, de aquellos que se asumen como de izquierda, pudieran tener el pulso de cómo hay movimientos progresistas que no tienen que pisotear a nadie para marcar una forma diferente de gobernar.

El discurso presidencial nos confirma el enorme deseo de polarizar por parte de quien no se asume como jefe de Estado sino como líder de camarilla.

ecampos@eleconomista.mx

Su trayectoria profesional ha estado dedicada a diferentes medios. Actualmente es columnista del diario El Economista y conductor de noticieros en Televisa. Es titular del espacio noticioso de las 14 horas en Foro TV.

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