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Opinión

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Ser realmente responsables implica no subsidiar la responsabilidad de otros

¿Has escuchado aquello de que al nacer, un mexicano ya debe una cantidad importante de dinero? Se trata de un cálculo frecuentemente realizado, que cruza el valor total de la deuda país de México con el tamaño de la población nacional, para determinar cuánto debe una persona que apenas nace. A mi entender, este tipo de pensamientos son contraintuitivos: parece que llegar al mundo con la posibilidad de vivir a plenitud, se adereza con la obligación de cubrir pasivos previamente creados por otros. 

De forma genérica y haciendo un símil con los balances financieros comunes, un pasivo se entiende como una deuda. En este caso hablamos de pasivos económicos, pero no son los únicos; hay pasivos de todo tipo: social, cultural, laboral, ambiental, entre otros. 

Al seno de una familia convencional que forma un hogar común, los activos son importantes pues favorecen la viabilidad futura y se aspira a que sean mayores que los pasivos. Imperfecta cual es nuestra civilización, cuenta con activos pero claramente acumula crecientes y preocupantes pasivos. 

Un ejemplo muy claro es lo relacionado con el cuidado del planeta. ¡Contamos con enormes océanos y cuerpos de agua dulce! Pero cada nuevo ciudadano del mundo que nace hoy dispone de una cantidad significativamente menor de agua respecto a la que tenía acceso otro ciudadano apenas hace una década. Es conocido que en el futuro que ya nos alcanzó se raciona su uso y, en una de esas, hasta habrá guerras para pelear por el líquido vital. De acuerdo con la OMS y el UNICEF, 2 400 millones de personas carecen de acceso a servicios seguros de agua potable. El 36 % de la población mundial vive en regiones con escasez de agua y el 52 % la experimentará de forma severa hacia el 2050. Sin embargo, aunque se trata de un fluido esencial que cada vez se encuentra más escaso, en México se consumen en promedio per cápita 366 litros de agua. 

Hoy en día, aún existen al menos dos impresionantes bosques y selvas en el mundo: el Amazonas en América y la Cuenca del Congo en África, que son unas de las eco regiones con mayor biodiversidad del planeta; sin embargo, de acuerdo con la FAO, tan sólo entre 2015 y 2020 se deforestaron 10 millones de hectáreas de bosques y selvas en el mundo y, tanto el Amazonas como la Cuenca del Congo, son constantemente amenazadas. 

Así las cosas y sólo refiriéndome a lo mencionado sobre agua y bosques, es claro que nuestra responsabilidad es cuidar lo que queda y aportar un extra que sume a la tarea de revertir el impacto que hay en nuestros ecosistemas para que haya futuro; de lo contrario, sólo seremos corresponsables – al menos – de no frenar sino hasta de acelerar su deterioro. 

Pero revertir el impacto no está al alcance individual y, en una de esas, tampoco al alcance colectivo si éste no es generalizado. El daño causado al planeta es tal que es impostergable ser responsables, exigir que otros lo sean y avanzar en el reto de no subsidiar la responsabilidad de los demás. 

Delegar en otros la tarea es el método perfecto para que nada ocurra. Considero que debemos avanzar mucho en crear consciencia para que las generaciones actuales y por venir, trabajemos en redes y elevemos sensiblemente nuestro involucramiento e impulso de acciones que primero contengan y después reviertan los pasivos más críticos, entre ellos los relacionados con la preservación sustentable de nuestro planeta y otros que sin duda afectan la esencia de las personas, como la pobreza extrema, el hambre, y la paz. 

El tamaño del desafío no amerita más acciones cosméticas o que muestren sólo buenas intenciones. De verdad, el pensamiento sobre este tema debe superar en mucho las preguntas más comunes que, por ejemplo las empresas, suelen hacerse cuando hablan de su responsabilidad social: ¿evitaremos mermas?, ¿reduciremos gastos?, ¿lograremos mayor utilidad? 

Las acciones deben ser de alto impacto: tener un tamaño tal, que toque a cada uno de los brazos del monstruo. Éstas deben superar el primer filtro usual que es el financiero y ser replicables mediante el aprovechamiento del concepto que mueve hoy a nuestro mundo – el de las “redes”. Éstas se refieren a interconexión, cobertura, escalabilidad, velocidad y confiabilidad. Respecto al agua, una red de distribución es el conjunto de tuberías, accesorios y estructuras que conducen el líquido desde tanques hasta los domicilios o vías públicas. Trabajar en ellas implica superar visiones aisladas o de silos, complementar y enriquecer para sumar voluntades y capacidades, para ser efectivos. El caso que enfrenta continuamente la Ciudad de México para proveer de la sustancia vital a sus ciudadanos es un gran ejemplo. 

Si a ese trabajo se le llama responsabilidad social o de alguna otra manera, no es tan relevante como ausentarse de modas y tendencias que suelen prevalecer en el lenguaje y con frecuencia carecer de sustancia, para ir al fondo de las cosas y transformarlas; se necesita menos rollo, más acción. Porque… bienvenido lo que hoy se hace como la expectativa de mejorar lo que existe, pero más bienvenido lo que realmente transforme la dura realidad que enfrentamos por encima del ego de decir que se ayuda, para modificar el fondo de la realidad. 

En conclusión, urge construir una visión generalizada en la sociedad mundial que con acciones propias cambie y mejore la realidad de hoy y del futuro. Tomemos como prioridad esta problemática y procuremos respetar los límites naturales del planeta. Contemplando la amplitud del camino frente a nosotros, abordemos los problemas de la sostenibilidad con acciones como las que Kellogg promueve: mejoremos la salud del suelo de cultivo, conservemos la biodiversidad, protejamos nuestros ecosistemas y mitiguemos los gases de efecto invernadero.

Alcemos la voz para que otros contribuyan con alto impacto, porque… aunque puede que estemos a tiempo, vamos tarde.

*El autor es director de Asuntos Corporativos para Kellogg.

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