Lectura 4:00 min
Sexismo y literatura. A propósito del Premio Nobel 2020
En mi opinión, ha existido sexismo en la entrega del Premio Nobel de Literatura. Y no ahora, sino siempre, lo cual no extraña, pues en casi todos los órdenes de la civilización son los hombres quienes han dominado.
El Nobel de Literatura ha sido entregado, desde su primera edición en 1901, hasta esta última de 2020, a 117 personas. ¿Sabe cuántas mujeres lo han recibido? Tan solo dieciséis, es decir, el 13.67%. Dígame usted si no ha sido relegada la mujer de manera sistemática.
He utilizado la palabra “sexismo”, pero en realidad se trata de machismo, y probablemente de misoginia. El sexismo es mera discriminación por causa de sexo, pero cuando esa discriminación se vierte en contra de la mujer, entonces es machismo, y si se añade desprecio y aversión, pues hablamos ya de misoginia. Y ese 13.67% refleja esta realidad en la entrega del Nobel de Literatura. ¿O qué? ¿Vamos a pensar que de las 117 personas laureadas únicamente dieciséis mujeres merecían el premio? Sostener tal cosa es como decir que “por default” los hombres son mejores escritores y están mejor dotados para las letras, lo cual sería absurdo; tan absurdo como la infame afirmación del director ruso Yuri Termikanov: «las mujeres no deben dirigir una orquesta, fisiológicamente no van con ese oficio.» Si se han entregado solo dieciséis premios a mujeres, ello revela que a lo largo de los 118 años de existencia de este premio ha prevalecido la idea torcida de que los hombres son mejores escritores.
Parece que esta tendencia empieza a cambiar, y qué bueno, porque es una mujer quien ha sido laureada este año, la poeta estadounidense Louise Glück. Su apellido significa felicidad en alemán, y ciertamente debe estar muy feliz esta enorme escritora. Y digo que la tendencia empieza a cambiar porque en los últimos 20 años, siete mujeres han recibido el Nobel de Literatura, lo cual se traduce en un 35%, cifra que sigue inequitativa. Sé que no es cuestión de cuotas ni de equidad, sino de mérito artístico y literario, pero, de nuevo, este porcentaje sigue reflejando la arraigada idea de que los hombres son mejores escribiendo. Ahora bien, si consideramos sólo la última década, el porcentaje es aún mejor, pues lo han recibido cuatro mujeres y seis hombres.
Falta mucho para erradicar el machismo y la discriminación. A veces se piensa que uno exagera: ¿Cómo la estructura de la civilización va a ser machista? ¿Cómo la Academia Sueca, tan civilizada y propia, va ser machista? (Ni tan civilizada ni tan propia: recordemos los escándalos de abuso sexual que involucraron a personas cercanas a la Academia, abusos que impidieron que el premio se entregara en 2018). Ahí están las estadísticas. Los números no mienten.
Si aún le queda duda, sepa usted que 919 personas han recibido el Nobel, ya hablando de todas las categorías (Física, Química, Medicina, Literatura, Paz y Economía), de las cuales sólo 54 han sido mujeres. ¡Eso es el 5.87%! Es evidente el criterio sexista y la discriminación sistemática. Y hablamos de los suecos, que son personas que han alcanzado un alto grado de civilidad y equidad. Pero no suecos cualesquiera, sino los más educados y pensantes. El Nobel de Literatura lo elige y lo entrega la Academia Sueca; el de Física, Química y Economía lo designa y entrega la Real Academia Sueca de las Ciencias; el de Medicina lo elige y lo entrega la Asamblea Nobel; y el de la Paz lo designa un comité propuesto por el Parlamento Noruego (también los noruegos son muy civilizados). Estas academias y organismos están integrados por la élite de la intelligentsia sueca. ¿Qué se puede esperar de otros países y regiones, como América Latina, donde el machismo y la misoginia se traducen en violencia sistemática en contra de las mujeres (feminicidio), sin que, en muchos casos, las autoridades gubernamentales siquiera se den cuenta del problema, o no lo admitan ni contabilicen?
Llegará el día en que solo seamos personas y no sea relevante si uno es hombre o mujer, una sociedad sin sexismo ni machismo ni misoginia; vendrá el día en que ya no importe en absoluto el color de la piel, la nacionalidad, la religión o las ideas políticas. Falta mucho, pero se vale soñar.