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Opinión

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Ya sabemos como llegar

La dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer.

Antonio Gala

Desde la antigüedad a nuestros días, la plaza pública es un espacio de confluencia y comunión. En ella se afirman el ánimo y los intereses de un Estado, también se lee su pulso y se verifica su salud. 

En el Zócalo de la Ciudad de México, los símbolos y los relatos se superponen a la representatividad de los edificios que la conforman y crean un cosmos particular, un universo de esperanza, pasmo y también de incertidumbre.

Como en ningún otro lugar en el mundo, en este entorno capitalino se desdibujan los límites del tiempo; así, el antiguo Tenochtitlán del Templo Mayor dialoga con una Catedral construida exprofeso para evangelizar y la memoria de una cuidad lacustre de comercio y chinampas, lamenta la fuerza colonial encarnada por el edificio del Ayuntamiento y el Palacio Nacional, que levantó Hernán Cortés sobre las casas de Moctezuma Xocoyotzin.

No sé si sea por su caudal histórico o por su incidencia en nuestro día a día, que esa explanada de más de 46,800 metros cuadrados, siempre le gane a la inercia de la desmemoria. Esa es su magia: el Zócalo de la Ciudad de México nos impacta y compromete a incidir en el destino de la Patria.

Como cientos de miles de mexicanos, llegue a la marcha por la democracia con la emoción desbordada y me fusioné con la masa de manera natural e inevitable. Creo que esa sensación anímica y física fue compartida por todos los asistentes al identificarse en el Himno Nacional. No podía ser de otro modo.

Ajenos al desafío de “llenar” el espacio material, por qué como bien lo explicó el ex magistrado José Ramón Cossío “no estábamos ahí para saturar la plaza, sino para ocuparla con nuestras ideas y convicciones”, creo que los organizadores también nos llamaron a este sitio dedicado a la Constitución para reflexionar sobre la relevancia conceptual de este nombre, aunque la inspiración para bautizarla así no fue la conmemoración de alguna de las cartas magnas mexicanas, sino la de Cádiz, de 1812.

Promulgada en España como una herramienta legal para resistir el dominio napoleónico, cuando el territorio nacional aún formaba parte de este país, la Constitución de Cádiz inspiró futuros ejercicios con sus propuestas de elecciones ciudadanas, libertad de prensa, el federalismo y la división de poderes.

Estos valores, encarnan lo que hoy se espera de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia en su desición sobre el Plan B. Confiemos en su preparación.

Lo que ya se ganó en este debate, fue el despertar de cientos de miles y hasta millones de ciudadanos antes pasivos, que hoy se abren a un nuevo horizonte de participación.

La plaza esta abierta y además, ya sabemos cómo llegar.

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Linda Atach Zaga es historiadora de arte, artista y curadora mexicana. Desde 2010 es directora del Departamento de Exposiciones Temporales del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.

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