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Arte e Ideas

Lectura 3:00 min

Algo así, heavy y groovy, hermano

Vicio propio es quizá la película menos lograda de Paul Thomas Anderson, pero no se engañen: es muy buena.

Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos. Eran los 70, era LA: coca, mota, gente extraña en las calles, gente con peinados afro, gente que no habla sino canta, gente que anda por la calle en traje de baño. Y sobre todo, sexo. Algo así heavy, hermano.

Seguro era divertido, la gente pensaba que la cocaína tenía vitamina C y el sexo anónimo era la regla, no un pecado. La onda hippie era todo amor, todavía. Pero, ah, cuídense de los mensajeros de la paz; el hombre que predica la paz seguramente no la tiene.

Retratar ese algo oscuro detrás de la luz hippie es el gran acierto de Vicio propio, la gran nueva película de Paul Thomas Anderson.

Qué decir de la filmografía de Anderson: de Magnolia a Petróleo sangriento, de Boogie Nights a The Master, casi cada una de sus películas son hits, aun cuando son obras imperfectas.

Vicio propio es quizá la más imperfecta de todas. Pero no se deje engañar por la falta de amor en la pasada temporada de premios (recibió apenas una nominación al Óscar por su guión, una adaptación de la novela de Thomas Pynchon del mismo título), la película aguanta y mucho.

Una trama con mucha onda

Joaquin Phoenix nació para interpretar a Doc Sportello, un investigador privado que el tiempo que no pasa dormido lo pasa fumando mariguana. Soy el único pacheco de Los Ángeles que no se mete heroína , dice. Está en plena modorra vespertina cuando, vía una femme fatale playera (Katherine Waterston), le cae en las manos un caso que pronto se convertirá en otro y luego en otro.

Si creen que esto se trata de una historia derecha de detectives, piensen de nuevo, hermanos, esto es algo así heavy, más groovy.

La trama se enreda y desenreda como el tejido de un tapete persa.

Sportello (al que le dicen Doc porque atiende a sus clientes en un consultorio médico) no sabe si la paranoia que siente al investigar el caso es culpa de la mota o es en serio. Después de todo no es paranoia si de verdad te están siguiendo, ¿no?

El espectador comparte esa sensación de ansiedad: ¿quién es esa voz femenina que narra todas las peripecias de Doc y que provee de una perspectiva privilegiada de la psique de la era de Neptuno? ¿Lege (Joana Newsom), que así se llama la narradora, existe o sólo es una voz en la cabeza de Doc? No importa, de todos modos todo lo que dice tiene mucha onda.

Entra en escena Bigfoot Bjornsen (el cara de roca Josh Brolin), un policía duro que a veces es enemigo de Doc pero en general es su amigo. Bigfoot es inmune al ambiente de sexo y disipación que es endémico en la ciudad; tal parece que sublima sus deseos sexuales comiendo plátanos congelados.

Nada más estadounidense que el movimiento hippie. El amor comunal y las drogas y la igualdad, todo eso, pero, ah, nada tan americano como el capitalismo.

Sportello descubrirá una ciclo conspiratorio que convierte a los hijos de las flores en consumidores decentes y de regreso. Eso hereda la cinta de la novela original de Pynchon: ese aire viciado, esa locura colectiva.

Vicio propio es sobre todo una atmósfera, el rostro paranoico del mundo de Boogie Nights. La pasarán suave, hermanos.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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