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Arte e Ideas

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Antonio Bertrán: la libertad como antojo

El libro de Bertrán es una colección de chulos coquetones admirables; a cada uno de los entrevistados les saca la sopa de manera muy sabrosa.

Antonio Bertrán (Ciudad de México, 1966) me explica que su apellido es catalán, no francés como yo creía. Soy hijo del exilio español .

Bertrán es de plática fácil. Con desenfado cuenta (y contó al mundo en su columna) que es VIH positivo y lo hace para demostrar que se puede vivir con el virus siempre que tenga cuidados de salud normales y se tome sus medicinas, que él recibe en la Clínica Condesa.

Esa facilidad para empatizar se nota en su libro Chulos y coquetones (Ediciones B), una colección de perfiles de personajes imprescindibles del mundo gay mexicano. ¿Mundo gay? ¿Acaso hay un mundo aparte para los homosexuales?

Pues muchos años así fue, eran amores clandestinos, encuentros a escondidas. La sección de las revistas del Sanborns era clásica para ligar, te entendías con una mirada.

Uno se quedaba calladito sobre su condición porque ser homosexual era peor que un delito, la familia te desconocía y hasta te detenía la policía . Los chulos y coquetones del título del libro de Antonio los sacó del verso famoso aquel de la redada de los 41 en tiempos porfirianos: Aquí están los maricones/ muy chulos y coquetones , se burló José Guadalupe Posada.

Más allá de las mariconadas

Pero el escenario ha mejorado, me asegura Antonio mientras toma su té frío (es muy delgado, seguramente por las horas que pasa en la bicicleta recorriendo la ciudad). Hay una normalización, afortunadamente. Yo tengo una columna semanal en el Metro (el tabloide de corte popular que edita el diario Reforma) que se llama ‘Nosotros los jotos’ y cuento todo tipo de anécdotas homosexuales: que la boda, que la gira para promover el libro, que los activistas cada vez más jóvenes que me encuentro en los estados .

En su libro y en la vida, Antonio usa con libertad términos como joto, puto, cachagranizo, muerdealmohadas, puñal y todo ese largo etcétera que siempre se usó para denostar a los homosexuales. Son términos tan divertidos. Yo los uso de una forma liberadora, alegre. La primera palabra que escribí del libro fue ‘feliz’, de la entrevista de (el activista) Xabier Lizarraga, porque yo quería que este fuera un ejercicio gozoso .

Gay es alegría

Se nota. Como dice el actor y periodista Horacio Villalobos gay es alegría y Antonio parece practicar el mismo credo. En las entrevistas de Chulos y coquetones Bertrán se deschonga y hace preguntas íntimas a sus personajes, sobre cómo descubrieron que eran homosexuales, cómo fueron sus primeros escarceos y con qué sueñan en el futuro. Hay momentos fantásticos, como cuando el flautista Horacio Franco confiesa que su erección puede durar horas ( le hizo honor a su apellido , dice Antonio) o cuando Daniel Vives, la Supermana, contesta que en su bolso lleva todo lo que una mujer necesita: un dildo, un hombre, una cuenta bancaria nutrida, joyas y autoestima.

Siento un calorcito muy especial, como dice Juan Jacobo Hernández (uno de los más importante activistas por los derechos homosexuales), muy sabroso cuando veo una parejita de muchachos dándose la mano y besándose. Es como ver un mundo nuevo que apenas nos está tocando vivir .

Cuando pienso en qué necesitamos para que lo gay se normalice, me viene una palabra a la cabeza: comprensión. No tolerancia, porque eso es casi agresivo: ‘te aguanto aunque crea que estás mal’. No. La comprensión es diferente: ‘te quiero, te respeto, aunque a veces no te entienda’ .

Cuando le pregunto cómo fue para él descubrirse gay en la infancia o la adolescencia, Antonio hace una pausa dramática (exagero: es un momento para pensar) y me cuenta que iba en una escuela de monjas, que ahí era imposible salir del clóset, así que se entregó a la distracción de los estudios. Fue alumno destacado para blindarse, sobre todo para escapar del bullying de sus compañeros de clase.

Casi todos los personajes del libro hablan del bullying, una experiencia aterradora, crueldad entre niños, pero también formativa. Daniel Vives va por la calle en sus tacones y dice que su seguridad es lujosa. Ya no hay abuso ni insulto que puedan con él (ni con ella, cuando es la Supermana).

Ganas de platicar

Le pregunté cómo fue entrevistar a los que él llama sus pares, sus colegas. Me parece que todos tenían ganas de hablar, de contarle a alguien cosas muy personales y definitorias. Hubo mucha generosidad. La primera entrevista fue la de Lizarraga y la última la del pintor Nahum B. Zenil. Yo tenía a Zenil en este pedestal, se me hacía dificilísimo entrevistarlo y resultó un hombre muy amable con el que comí y pasé todo el día en su rancho junto a su pareja .

Después hablamos sobre cuál fue la charla más difícil. Pues como cuento en el libro, la de (el sexólogo) Luis Perelman. Él no estaba en el clóset, sino en el sótano. Imagínate: gay y judío. Por eso ahora trabaja para que los gays judíos sean aceptados en su comunidad y hacia afuera .

Por último, le pregunta por qué no hay lesbianas en el libro. Es una omisión que me gustaría reparar en una próxima entrega. Hay muchos prejuicios entre gays y lesbianas. Yo no sé si podría decirle lencha en la cara a una activista y que no se me ofendiera. Me resultó más natural hablar con mis pares, mi amigos de la cofradía gay .

Antonio Bertrán es una persona adorable. Se sube a su bici y se va a su casa en la bella colonia Roma. Espero que ésta no sea nuestra última charla.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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