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Arte e Ideas

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Antonio Ortuño: el Ánima del Animal

El escritor dialoga con el futuro lanzando una mirada dura e irónica que presagia una poética de la postcatástrofe: el relato de zombies.

A la buena literatura le basta con su prosa y su ritmo para hacernos sentir. La mala literatura es un mecanismo: o nos entretiene o nos excita , dice el escritor mexicano Antonio Ortuño, quien en su más reciente novela Ánima (Mondadori) hace una crítica a la banalidad que circunda y carcome las estructuras de los circuitos artísticos de toda índole: cineastas, escritores, artistas visuales. A todos los critica por igual aunque su novela trata sobre unos amigos cineastas que se despedazan unos a otros por sistema, por norma instituida.

Nada de lo que se mueve en los circuitos tiene que ver con el arte, sino con la poca o mucha autoestima de quienes se afanan en ellos. Si juntas a dos creadores, hablarán mal de un tercero automáticamente. Así funciona el circuito y así lo retrata el libro , comenta el escritor mexicano.

Creo que cada vez queda más claro que alguien puede ostentar dos doctorados, tres becas, seis premios y, a la vez, matar de aburrimiento a las mismísimas piedras. No es que todo sea despreciable: es que se pierde la proporción en la que importa , dice Ortuño.

Ortuño es un escritor singular. No mama la leche del erario público ni persigue todos los premios que se miran en el horizonte. Tampoco sobrevalora la palabra ni el estilo. Valora, eso sí el lenguaje y el artificio: la imaginación como un dispositivo que genera apariencias de realidad: ficciones: relatos: novelas: almas.

En cualquier entrevista. Su postura: total desenfadado. Antonio Ortuño observa el espacio y los movimientos como un censor. Su mirada es profunda como hierro en carne viva. Se recarga a sus anchas sobre el respaldo del asiento y luego lleva una mano a su barba. Se acaricia. La mirada, en cambio, fija: lee, estudia, escruta, a sus interlocutores (nosotros, los que hacemos las preguntas). Algunos le parecen unos perfectos imbéciles. Algunos otros le generan cierta simpatía, nadie puede negar la cruz de su parroquia: él ejerció el periodismo durante algunos años en la ciudad en que reside desde niño, Guadalajara, ciudad que se parece a ese paraje innombrable (_________) que circunscribe la vida de los personajes de Ánima.

¡Yo soy el Animal!

Ánima traza los destinos dispares de una pareja de amigos, cineastas los dos, uno de ellos es el pujante director de largometrajes mainstream, Arturo Letrán, y el otro es un director frustrado que se limita a realizar cortos animados con manipulación de plastilina, el Animal Romo: uno se encuentra en la Meca y el otro en el Margen, y ambos, cargados con graves frustraciones, delirios de grandeza y paranoias esquizoides, se asoman cínicamente al bardo de la madurez , es decir: a esos años que revelan una desastroza verdad: el fin de la juventud: de aquí pal real lo que sigue es simplemente el resto : si fuiste una gran promesa sé testigo de tu propio declive, si tuviste algún talento descubre que tu técnica ha caducado, si te llenaste de mierda los riñones ahora desángrate en cubitos por el glande.

Además de ellos, contando la historia desde los límites se encuentra Manuel el Gato Vera: joven promesa del cine, que crece odiando al primero pero queriendo ocupar su lugar en el circuito , y negando por pudor las enseñanzas del segundo: siendo el Gato un adolescente, el Animal lo recibió para instruirlo en sus primeras lecciones cinematográficas.

A la usanza de varias de las grandes novelas modernas, su obra anuncia en el principio la anécdota y el final: la muerte del Animal Romo desencadena el relato, de la misma manera que la muerte de un amigo cercano de Ortuño lo obligó a abandonar la escritura de otra novela en la que llevaba buen tiempo trabajando para clavarse todas las madrugadas durante un año y en medio en la redacción de Ánima.

Habitantes de __________: Almas en pena

Hacia el final de la novela, el narrador, Manuel el Gato Vera, recordando a su amigo muerto, el Animal, imagina que se lo encuentra en un café: lo imagina como un zombie, como los personajes de las películas que le encanta filmar a este joven cineasta. Luego dice: cuando la jornada se agota permito que el ánima de mi amigo regrese al inframundo .

Ánima es en el relato un cortometraje de pésima calidad realizado por el Animal Romo, que se proyecta con mucha pena y nada de gloria en el Festival de Cine de Marsella. Y trata sobre el alma en pena de un zapatero que ansía su vida miserable y permanece en ese entre estado fantasmal como una especie de alma en pena: una alegoría de la vida del propio Romo.

La obra de Ortuño es lenta en las primeras páginas pero, conforme avanza, se torna más compleja y su pulso se acelera: se perfila hacia la muerte de Romo para reposar y reflexionar ahí. Sin ser Ánima la gran obra que la crítica obsesiva espera de Antonio Ortuño, esta novela logra dialogar con el futuro lanzando una mirada dura e irónica que presagia una poética de la postcatástrofe: el relato de zombies: trasuntos de los ciudadanos mexicanos; la fascinación mercadotécnina que se monta en la muerte de los artistas para convertirlos en ídolos; el olvido de lo esencial y, en el fondo, el olvido de lo humano. Ya no de aquello que creimos eran algunos valores. Sino el olvido de los cuerpos de los otros, el olvido de su respiración.

aflores@eleconomista.com.mx

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