Buscar
Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

Cómo la tristeza en el arte puede deleitarnos

Resulta curioso que el sufrimiento psicológico y el dolor emocional no sólo sean esenciales para desarrollar el carácter y consolidar la madurez, sino que puedan despertar un placer exquisito.

¿Te has preguntado por qué una canción tristísima de la francesa Barbara, un poema amoroso de Leonard Cohen y la película de Alain Tanner En la ciudad blanca, intimista, argumentalmente deshilvanada, filmada en blanco y negro y con cámara Super-8, pueden llegar a ser tan agobiadoramente deliciosas?

Sin duda resulta curioso -en tiempos en que a la depresión o enfermedad depresiva se le confunde a menudo con la natural tristeza que emana ante pérdidas humanas, como la muerte de un ser querido, sólo por dar gusto a una clasificación psiquiátrica de las enfermedades a modo con la industria farmacéutica- que el sufrimiento psicológico y el dolor emocional no sólo sean esenciales para desarrollar el carácter y consolidar la madurez, sino que en ciertas circunstancias puedan despertar un placer exquisito.

Incluso en el terreno de la música rocanrolera hay excelentes muestras de ello. Por ejemplo, pocos saben que la primera composición original de Mick Jagger y Keith Richards no fue (I Can’t Get No) Satisfaction , sino una pieza increíblemente hermosa, melancólica y lacrimógena: It is the evening of the day, I sit and watch the children play… As tears go by .

¿Y qué hubiera sido de muchos jóvenes sesenteros, la primera generación de estadounidenses nacidos en México, según Carlos Monsiváis, sin la soledad existencial y el poético pathos urbano de Simon y Garfunkel en Sounds of Silence?

Kazuo Okanoya es el nombre de un profesor de la Escuela de Artes y Ciencias de la Universidad de Tokio que dirige investigaciones científicas sobre los mensajes afectivos que se despliegan bajo la influencia de diferentes estados mentales: alegría, zozobra, rabia, depresión, indiferencia.

En http://www.jst.go.jp/erato/okanoya/index_e.html Okanoya explica que, al igual que con el lenguaje, nuestras emociones siguen un conjunto de reglas específicas de acuerdo con una determinada sintaxis emocional. A partir de esta premisa pueden estudiarse las propiedades psico-biológicas de animales (roedores, pájaros) y humanos (desde el bebé, antes del lenguaje, hasta el sujeto adulto).

En junio, la revista Frontiers of Psychology publicó un artículo sobre música triste y emociones placenteras (http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/23785342).

No es lo mismo sentir que percibir especula Okanoya-, ya que el sentimiento está constituido por la experiencia, en sí, de la emoción, mientras que la percepción deviene de la interpretación que cada uno de nosotros damos de aquella vivencia. En otras palabras, la percepción es la historia, la narrativa que nos contamos sobre nuestras experiencias emocionales.

La hipótesis se sustenta en el supuesto de que emoción y percepción no necesariamente son coincidentes. Entonces la música puede percibirse como triste, pero la vivencia frente a ella es capaz de evocar emociones positivas en lugar de algo desagradable.

Participaron en la investigación 44 personas a quienes se les hizo escuchar distintos fragmentes musicales. Éstos fueron calificados de acuerdo con 62 palabras o frases descriptivas. Los resultados revelaron que las notas de música triste eran percibidas como más trágicas, al tiempo que la experiencia emocional correspondiente revelaba sentimientos de romanticismo, deleite y alegría, menos opresivos que los descritos según la percepción.

Finalmente, los investigadores concluyeron que este nuevo modelo de abordaje de emoción y percepción abre la posibilidad para considerar que lo que experimentamos escuchando música es, en realidad, una emoción sustituta o vicaria y que es necesario continuar explorando esta diferenciación.

Durante varios años, el popular adagietto de la Sinfonía No. 5 de Gustav Mahler me hacía llorar cada vez que lo escuchaba. Cuando por fin me hice del álbum y pude oírlo frecuentemente durante varios meses, llegó el día en que advertí que había dejado de despertarme la respuesta emocional inicial. Ya no lo relacionaba con un sufrimiento intenso y, aunque aún lo disfrutaba, sus notas ya no significaban lo mismo. Habían dejado de provocarme llanto y dolor.

Fue como una pérdida de virginidad postergada por el triste, inexorable y progresivo desvanecimiento del aroma de un perfume barato que alguna vez impregnó nuestra piel con un erotismo indescriptible.

rozanes@prodigy.net.mx

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Noticias Recomendadas