Lectura 5:00 min
Decires y memorias para el nacimiento de Benito Juárez
Pocas figuras de la historia de México han sido tan significativas para el país como la de Benito Juárez. Su imagen está presente no sólo en las más de ocho mil escuelas, miles de calles, cientos de colonias, teatros, hospitales y agrupaciones que llevan su nombre, también en la memoria colectiva de todos los mexicanos que celebran el 21 de marzo como fiesta nacional.
Cuando llegó al mundo, hace 214 años, eran tiempos difíciles. En aquella primavera de 1806, nuestras tierras todavía no tenían leyes ni nombre propio y el movimiento independentista apenas se vislumbraba. El pueblo de San Pablo Guelatao, del distrito de Ixtlán, Oaxaca, lugar de nacimiento de Benito Juárez, apenas estaba habitado por 20 familias zapotecas. A los tres años quedó huérfano y fue a vivir con su tío
Bernardino. Luego decidió "fugarse", pero por una buena causa, según lo cuenta él mismo en sus Apuntes para mis hijos:
“Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me dediqué, hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las labores del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano, y como entonces era sumamente difícil para la gente pobre, y muy especialmente para la clase indígena, adoptar otra carrera científica que no fuese la eclesiástica, me indicaba sus deseos de que yo estudiase para ordenarme. Estas indicaciones y los ejemplos que se me presentaban de algunos de mis paisanos que sabían leer, escribir y hablar la lengua castellana y de otros que ejercían el ministerio sacerdotal, despertaron en mi un deseo vehemente de aprender”. Y entonces se fue.
De ahí su primera gesta heroica: caminando y descalzo de madrugada hasta llegar a la capital de Oaxaca. Aquella hazaña fue descrita por sus mejores biógrafos: Justo Sierra en Juárez, su obra y su tiempo; Fernando Benítez en Un indio zapoteco llamado Benito Juárez; Andrés Henestrosa en Los caminos de Juárez y Brian Hamnett en Juárez.
Durante la mayor parte de la vida de Juárez, México permaneció en el límite de una nación que tenía muchos apuros en dejar de ser virreinal y aspiraba a formar ciudadanos libres. El país participaba del paradójico acontecimiento de ser un estado que no había consolidado con éxito formas de gobiernos propios y distintos a las que acababa de rechazar, pero que tampoco mostraba transformaciones importantes en su vida civil y social. A don Benito, pues, le tocó preocuparse y encargarse. Y, por eso, su figura fue un símbolo perfecto: un indio zapoteco que se convirtió en presidente, un ejemplo de las bondades de la legalidad y el atisbo de un país conformado por todas las razas.
No es extraño, pues, que don Benito, tenga la fama real y literaria que siempre hemos visto y leído pues ha inspirado los escritos más sesudos, perfectos ensayos, magníficos poemas y muchas frases: desde las más insólitas hasta las más conocidas. Decimos, por ejemplo, “lo que el viento a Juárez”, cuando presumimos de permanecer incólumes, casi invencibles ante los embates de la mala fortuna. Y usamos la expresión hasta para presumir que puede haber aires que nos tambaleen pero que nunca nos derribarán.
Usamos también la muchas veces escuchad y mil veces repetida hasta la sin razón, la que habla del derecho ajeno y dijo el mismo Juárez, cuando entró triunfante a la Ciudad de México, el 15 de julio de 1867 después de haber vencido al invasor imperio de Maximiliano y restaurado la República. Era parte de un discurso que decía así:
“El gobierno nacional vuelve hoy a establecer su residencia en la ciudad de México, de la que salió hace cuatro años. Llevó entonces la resolución de no abandonar jamás el cumplimiento de sus deberes tanto más sagrados, cuanto mayor era el conflicto de la nación. No ha querido, ni ha debido antes el Gobierno y menos debería en la hora del triunfo completo de la República, dejarse inspirar por ningún sentimiento de pasión contra los que lo han combatido. Encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República. Que el pueblo y el Gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”
La memoria se inventa a sí misma todo el tiempo. Por eso leer y escribir acerca de Juárez, así se acaben las celebraciones, los gobiernos y los bicentenarios, no terminará nunca. Todavía habrá quien siga abogando por la libertad de cultos, la independencia absoluta de las potestades civiles y espirituales, la supremacía de las leyes, la defensa de la nacionalidad, la importancia de la educación, las garantías individuales y la tolerancia en el ejercicio del pensamiento y la cultura.