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Arte e Ideas

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Detrás de la destrucción del mural de Rivera en Nueva York

La exposición “Diego Rivera. Nueva vida a un mural destruido 1933/1934” cuenta los detalles sobre cómo la familia Rockefeller se acercó con total interés al muralista, pese a su postura política, y de cómo se comisionó la obra que más tarde fuera destruida y reproducida en el máximo recinto de las artes de México, que celebra 90 años, al igual que el fresco.

Boceto del mural, una de las piezas centrales de la muestra. Foto: Cortesía INBAL

Vaya que es vasta y popular la historia detrás de la pintura mural “El hombre controlador del universo” (1934), una de las magnum opus de Diego Rivera (Guanajuato, 1886–Ciudad de México, 1957)), alojada en el muro poniente del segundo piso del Palacio de Bellas Artes.

Se trata de una rica composición de la que emana una potencia estética única y pondera su foco de atención sobre aquel obrero que manipula una extraña maquinaria de la que irradian cuatro elipses de energía. A través de ellas, se infiere de la composición, la máquina es capaz de controlar el cosmos en todas sus dimensiones, desde la escala celular hasta los planetas y las galaxias.

Sin embargo, este hombre enfrenta un dilema moral y político y se encuentra en el centro de su disyuntiva ilustrada. Todo lo que habita sobre su costado derecho –curiosamente, el izquierdo para el espectador– son referencias preponderantemente satíricas del capitalismo, mientras que próxima a su mano izquierda está una visión utópica del comunismo. Es el dilema de la humanidad representada con el rostro de un trabajador.

Y pensar que la obra tuvo que pintarse dos veces, que su primera versión, la del Rockefeller Center, fue destruida por el magnate y político Nelson Rockefeller. Una de varias imágenes de la discordia, por demás conocida, con todo y señales de pretexto, fue la “aparición” del rostro del político y revolucionario comunista Vladimir Ilich Lenin.

Ante la negativa de Rivera a retirar el rostro del ideólogo antagonista en plena Gran Manzana, Rockefeller decidió detener los trabajos, terminar el contrato con el pintor, pagarle la cantidad acordada, desmontar los andamios y erradicar el fresco.

“Del mural destruido en el Rockefeller Center lo único que quedan son documentos fotográficos, epistolares, contratos y una gran gama de publicaciones que se han hecho al respecto”, comenta Miguel Álvarez, curador de la exposición “Diego Rivera. Nueva vida a un mural destruido 1933/1934” que desde el miércoles está abierta al público en las salas Siqueiros y Camarena del Palacio de Bellas Artes, a propósito de la celebración de los 90 años del recinto y también del mural en cuestión.

Todo lo que queda de esa historia

Lo que también queda de la creación del mural de Nueva York, añade el curador, es el momento previo a su creación. Por ejemplo, están los primeros estudios que hizo Rivera para el proyecto que le solicitaron los contratistas del edificio y el mismo Nelson Rockefeller.

“El Museo de Arte Moderno en Nueva York (MoMA) fue creado sobre todo con colecciones privadas, ¿de quién? De Abby Aldrich Rockefeller, la mamá de Nelson Rockefeller. Ella tenía una predilección, un gran reconocimiento por el trabajo de Rivera. Incluso le compró unos dibujos que hizo en Rusia sobre la marcha del 1° de mayo”. Esos dibujos aún tienen al MoMA como su casa.

“Abby Rockefeller fue una persona clave para que Diego Rivera pudiera pintar su mural. Así empezó a hacer estas aproximaciones (contenidas en la exposición) según el tema que le pidieron que hiciera: ‘el hombre en la encrucijada y mirando con incertidumbre, pero con esperanza y visión elevada la elección de un nuevo rumbo que lleve a un futuro nuevo y mejor’”.

Salvo esta solicitud, se le dio total libertad creativa a Diego Rivera. “Los Rockefeller sabían muy bien con quién se estaban metiendo, era Rivera, era comunista, y aun así lo contrataron”.

El mecenazgo artístico, sobre todo el de arte público de la familia Rockefeller, parece prudente señalar, se dio en plena Gran Depresión, en el marco de una nación debilitada por el periodo entreguerras y la caída de Wall Street en 1929.

La exhibición, compuesta por más de 30 piezas de distintas colecciones, incluyendo los bocetos bajo resguardo del Museo Anahuacalli, da constancia de todas esas coincidencias que desembocaron en el hecho histórico, el relato de un mural del que no quedó nada y su posterior réplica en México.

Dos contemporáneos

El Museo del Palacio de Bellas Artes tiene bajo su resguardo dos tipos de murales: los comisionados, es decir, aquellos que fueron hechos ex profeso para el museo, y el segundo tipo corresponde a los murales recuperados de otros recintos y reunidos en la máxima casa de las artes en el país a partir de los años 30 y hasta la década de los sesenta.

Esta obra ejecutada al fresco sobre bastidor metálico móvil fue uno de los dos primeros murales comisionados por el palacio, junto con “Katharsis” (1934) de José Clemente Orozco.

Como ha explicado el historiador de arte Xavier de la Riva, la incorporación de estos dos murales de autores con una carga ideológica pública hacia el comunismo, pero también dos bastiones del potente nacionalismo mexicano de la época, fue parte del proceso de legitimación del Palacio de Bellas Artes, que se inauguró en septiembre de ese mismo año, ante las críticas por el retome de la construcción del palacio –un proyecto originalmente porfirista– en pleno México posrevolucionario.

La exposición “Diego Rivera. Nueva vida a un mural destruido 1933/1934” estará disponible hasta el 8 de septiembre.

“Diego Rivera: Nueva vida a un mural destruido 1933/1934

Museo del Palacio de Bellas Artes

Del 25 de junio al 8 de septiembre, 2024

Salas Siqueiros y Camarena

+30 piezas en exhibición

Visitas guiadas, de martes a sábado, 11:30 y 15:30 horas

Charla

El universo desordenado

Presenta: Verónica Gerber, Álvaro Vázquez Mantecón y Miguel Álvarez

Modera: Cecilia Reyes

Martes 27 de agosto

18:00 horas

Área de murales | Actividad libre con boleto de acceso al Museo

Cupo limitado: 80 personas

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