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Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

El robot poeta se vuelve gangsta

La premisa es genial, pero ay, es una lástima que no se cumpla.

Chappie es una película divertida pero ingenua. Parece una cinta de hace 20, 30 años, una especie de cruza entre Cortocircuito, El hombre bicentenario y Robocop: una historia de un robot adorable. No es de las malas, pero, caray, uno se queda pensando que su acercamiento a la inteligencia artificial podría haber sido muy superior.

Neil Blomkamp, director, se ganó las loas de la crítica con su ópera prima, Distrito 9, una atinada vista sobre el futuro cercano. No hubo crítico que no lo considerara la nueva voz de la ciencia ficción. Eso cambió con Elysium, un adefesio lleno de estrellas como de lugares comunes, un desastre costoso.

Con Chappie, Blomkamp regresa al formato pequeño (todo lo pequeño que puede ser una historia de acción y sci-fi) de su primera película.

La historia del robot poeta

Todo comienza como un documental. Científicos impresionados por la evolución de un tal Chappie. Pensé que nunca vería esto durante mi vida , dice impresionado uno de los sabios entrevistados.

Corte a lo que pasó hace unos meses. En Johannesburgo hay 300 homicidios al día, no hace falta decir que la vida en Joburg es horrible, incontrolable.

Entra una empresa de armas de alta tecnología. Se crea una fuerza de policías robóticos que son imparables, prácticamente indestructibles. Son simples robots, como uno podría esperar: se mueven como máquinas, toman decisiones literales, etcétera. El éxito en la ciudad es notable, los crímenes bajan impresionantemente y parece que por primera vez la ciudad es habitable.

El ingeniero que los creó es un joven genio, Deon Wilson (Dev Patel, el de Slumdog Millionaire), quien tiene un proyecto alterno: crear la clase de inteligencia artificial perfecta que ha sido el sueño de científicos, soldados y escritores de ciencia ficción. El robot poeta que puede entender una obra de arte y decidir si le gusta; tener una moral y sentir apego por las personas que le son queridas.

Después de años de trabajo, Deon alcanza un momento eureka y lo consigue: ha creado la inteligencia perfecta, una forma de conciencia humana sintética condensada en un hard drive.

Esa premisa es lo mejor de la película, esa idea de la inteligencia que involucra todo tipo de emociones. Frankenstein de titanio.

Aunque a Deon le prohiben de manera expresa no seguir con su proyecto (su jefa en la empresa de armas es interpretada por una desperdiciada Sigourney Weaver; ¿qué hace ahí?), el nerd se revela y se roba uno de los robots policías que iba a ser destruido y le carga el disco con la inteligencia creada por él.

Pero me adelanto. En escena entra un grupo de malandros de poca monta interpretados por Ninja y Yolandi, los miembros en la vida real de Die Antwoord, el dueto de rap que en Sudáfrica es el equivalente a Yuri y Emanuel. Los dos secuestran a Deon con el plan de conseguir el control remoto con el que se apagan a los robopolicías. Lo que consiguen es el robot sensible de Deon. Es Yolandi la que lo bautiza como Chappie.

Chappie es como un niño que aprende imitando. Ninja y Yolandi se convierten en sus padres, Deon en su deidad, y pronto Chappie recibe las malas influencias de los gangsta. Usa bling-bling, se mueve como rapero y lo engañan (Chappie tiene sentido de la ética) para que forme parte de robos y demás.

No hace falta contar más. Chappie es un robot-poeta en busca de redención y resulta difícil no sentir simpatía por él. La premisa, tan atractiva, se queda corta y hay muchos cabos sueltos que demuestran que Blomkamp no es un gran narrador de historias. Una lástima.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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