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Excelente obra, mal teatro
Nunca me cansaré de decirlo: la gente de teatro es la peor enemiga del teatro. Tanto ritual y tanta soberbia. Que recuerden que el cine me cuesta la mitad y me divierto el doble.
El martes de la semana pasada, lo recordarán, llovió a cubetadas sobre la ciudad de México. Fue uno de esos días hermosos en los que tener ocho años es genial (charcos por todas partes), pero que embrutecen el tráfico de modo inexplicable.
Estábamos mi mamá y yo atrapadas en el tráfico rumbo al teatro El Galeón. Nos moríamos de ganas de ver La tragedia de Macbeth con Daniel Giménez Cacho y Laura Almela. Dos actores, una docena de personajes, un texto de cinco actos, la obra maldita cuyo nombre nunca debe pronunciarse en un teatro. Teníamos que ver esa locura.
Reforma rehusaba moverse. Con lluvia y todo decidimos hacer el tramo final a pie, corriendo. Botas finas (mi mamá es todavía de las que se visten bien para ir al teatro) y mala condición física, pero llegamos antes de que empezara la función.
Entramos al teatro a las 7:56 de la noche. Lo sé porque miré el reloj. Me conozco a los empleados de los teatros mexicanos: si la función es a las 8, les gusta maltratar al que llega a las 8:04.
Nada más entrando, uno de estos personajes nos advirtió que la obra duraba dos horas y media sin intermedio. Si van a usar los servicios, háganlo ahorita . Mi mamá, mujer prudente, decidió entrar a los servicios cuando el señor que recogía los boletos nos dijo que ya no nos iba a dejar entrar. Eran las 7:59. Si se tarda más de un minuto en el baño, no la dejo pasar .
Nomás de recordarla, la escena se me antoja de lo más ridícula. Dos personas deciden atravesar una ciudad en pleno temporal, compran dos boletos y llegan a tiempo a la función para que alguien las amenace con no dejarlas pasar si se tardan mucho en el baño.
No me canso de decirlo: en México, los peores enemigos del teatro son la gente de teatro. ¿Realmente tienen que dejar afuera a alguien que llega pasados cinco minutos al inicio de la función? ¿Cuál es el problema? ¿Distraer a los actores? Bueno, si un actor se distrae por la llegada de público no es tan buen actor, digo yo. ¿Distraer al público? Si el público no está clavado en la función desde el principio algo no va bien en el escenario, creo yo. Además, ¿una distracción tempranera echa a perder el acto? Mmm.
Los teatristas se la pasan hablando de la magia escénica, del poder de las tablas, la energía irresistible de los actores. Puras habladas, como decían los personajes del cine mexicano de los 50. Los teatristas mexicanos (no todos, pero la mayoría son así) piensan que el escenario es un pedestal y que desde allá van a dar misa. El público debe someterse. Qué padre.
Tanto ritual y tanta soberbia. Qué horrible manera de tratar al público. Que recuerden que el cine me cuesta la mitad y me divierto el doble.
Logramos entrar a las 8:02 después de vencer al cerbero con credencial del INBA. No fuimos las últimas: por lo menos otras cuatro personas llegaron después nuestro.
El escenario es un cubo negro con sillas a los costados. Entiendo que con esa disposición, la distracción de la entrada sería muy notoria, pero los empleados mismos pueden solucionarlo dejando libres los asientos más cercanos a la entrada. Total que nos sentamos. Y lo que siguió fue hechizo puro.
Daniel Giménez Cacho, no hace falta que lo diga, es una bestia. Es como una pistola, un revólver reluciente que de sólo verlo da miedo y euforia. Pero Laura Almela es un monstruo. Es como Mystique, la de los X-Men, capaz de convertirse en quien quiera. La personalidad de Almela es de plastilina.
Los dos son Macbeth y Lady Macbeth; son el rey Duncan y el heroico Macduff; son las tres brujas y Hécate, la presencia terrible que las domina. Unas líneas de Lady Macbeth las dice Laura Almela, otras le tocan a Giménez Cacho. Son todos los personajes.
Al principio es desconcertante, no lo niego, pero todos tenemos el modo de descifrar el misterio. Es intuición infantil. ¿Se acuerdan de cuando eran niños y jugaban a que eran el bueno, el malo, la reina, el caballo, todo lo que se les ocurría? Pues a eso juegan Almela y Giménez Cacho con Macbeth. Sólo ellos dos, el texto y un musicalizador que no se nota nunca. Emocionante, divertida, asombrosa. Es como leer El ruido y la furia de Faulkner por primera vez. Por cierto, Faulkner sacó el título de su novela de Macbeth.
En este Macbeth de Almela y Giménez Cacho, la emoción crece de un instante al otro. Saben involucrarnos en ese universo que sólo existe en su imaginación y de pronto también en la nuestra.
El mal momento con los empleados del Galeón se nos olvidó por completo. No diré que ser regañado por ir al baño bien vale la obra, porque este Macbeth vale mucho más. Es magia teatral. Cuando hay un espectáculo de esta calidad, hay que atraer a todo el público, no alejarlo a trancazos.
La tragedia de Macbeth se presenta todos los lunes y martes a las 8 de la noche en el Teatro el Galeón del Centro Cultural del Bosque, atrás del Auditorio Nacional. Entrada: 150 pesos.
concepcion.moreno@eleconomista.mx