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Arte e Ideas

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La Cueva de las Manitas testimonia el origen de la agricultura en Mesoamérica

La gruta ubicada en la Reserva de la Biosfera de Cuicatlán, en Oaxaca, alberga pinturas rupestres de 4,600 años y las primeras evidencias de la domesticación del maíz; especialistas del INAH y la UNAM concluyeron la segunda temporada arqueológica y compartieron los resultados con El Economista.

Para llegar a la Cueva de la Manitas, un abrigo rocoso enclavado en las estribaciones de la Sierra Madre del Sur, en la región de La Cañada, Oaxaca, hay que andar un largo trecho bajo un sol abrasante y, si es necesario, caerse de bruces para completar la experiencia y hacer que valga el esfuerzo de penetrar en ese santuario milenario, imponente, que alberga arte rupestre de hace 4,600 años y donde recientemente especialistas han encontrado evidencias de domesticación de plantas que abrieron el camino hacia la sedentarización de los grupos de cazadores recolectores hace varios milenios.

El Economista se interna por el escarpado terreno, de la mano de arqueólogos y especialistas del Instituto Nacional de Antropología Historia (INAH), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de la Universidad de Florencia (Italia), de la Fundación para la Reserva de la Biosfera Cuicatlán y de los generosos pobladores de la comunidad de Santiago Dominguillo, guardianes del imponente sitio que alberga las milenarias pinturas rupestres.

La arqueóloga Nelly Robles García, investigadora del INAH y directora del proyecto, nos invita a atestiguar la conclusión de la segunda temporada de excavación e investigación en la cueva, que realizan en dos frentes: el trabajo propiamente arqueológico que encabeza ella misma, con un equipo integrado por Miguel Ángel Galván Benítez, Guadalupe Damián López, Francisco Grijalba Álvarez, Kevin Soriano y Leví Vázquez, y las labores de estudio y conservación del arte rupestre, apoyadas en el expertise de la maestra Lilia Rivero Weber, conservadora de bienes culturales e investigadora de la UNAM y del químico Rodorico Giorgi, investigador de la Universidad de Florencia, quien ha quedado maravillado por lo imponente de la gruta. “Entrar en esta cueva me deja sin palabras, es impresionante ver todas estas manos sobre un cielo, además en muy buen estado de conservación”, dice.

La Cueva de las Manitas es una de las razones por las que la UNESCO reconoció el valor universal excepcional del Valle de Tehuacán–Cuicatlán y lo declaró Bien Mixto  Patrimonio de la Humanidad en 2018, "hábitat originario de Mesoamérica", señala la doctora Nelly Robles al entrar a la gruta.

“Recientemente hemos estado haciendo trabajos arqueológicos con el objetivo de investigar las diferentes ocupaciones humanas que ha tenido esta cueva, que es muy conocida por la cantidad de arte rupestre que tiene en sus muros, lo que la hace única en el sur de México, por lo menos, donde los primeros pobladores plasmaron representaciones de los orígenes de sus culturas”, agrega.

Lo primero que impresiona al llegar son sus dimensiones: “la boca del recinto tiene 37 metros de largo y 18 metros de profundidad”, precisa la arqueóloga. “Es una sola formación rocosa, una cueva muy antigua, de millones de años, que fue utilizada primero por grupos de cazadores recolectores, que hicieron mucha experimentación con los orígenes de  la agricultura y, en concreto, con la domesticación del maíz, de acuerdo con las evidencias que tenemos, que datan de 4,600 años”.

“Tenemos la suerte de que el piso de la cueva es muy seco y los elementos orgánicos se conservaron muy bien, por eso tenemos la oportunidad de analizar absolutamente todo. Hemos encontrado semillas de chile, calabaza, frijol, tomate y otras especies que todavía no sabemos; mazorcas muy pequeñas de maíz y otras de hasta 11 centímetros; maguey masticado y escupido. Hemos encontrado muchos restos de comida, fogones, pero también elementos asociados a rituales y a la danza”, detalla Nelly Robles.

“Creemos que es un lugar donde los habitantes de esta región, que eran todavía cazadores-recolectores, hacían descanso en su ir y venir en búsqueda de alimentos; se paraban aquí, descansaban, socializaban entre ellos, hacían comida, fabricaban herramientas de piedra y pintaban la cueva con alegorías que eran de entendimiento colectivo”.

Cosmovisión primigenia

Durante el recorrido, la especialista va descifrando los elementos pictóricos plasmados en los muros de la caverna. Se observa un “árbol de la vida”, y junto a él la representación de una cactácea (cardón) y un felino, que podría ser un jaguar.

“Tenemos un ‘árbol de la vida’, de cuyas ramas brotan seres humanos, que es una representación inequívoca de cómo los habitantes de esta región, desde antes del año cero, pudieron expresar la manera en que ellos concebían sus orígenes, asociados a su entorno natural, a las plantas, a los cardones, a los órganos, que son las especies endémicas de la región, y así explicaban su presencia en el mundo”, dice la arqueóloga.

También destacan dos serpientes con plumas enfrentadas entre sí, un individuo danzante que es celebrado por un conjunto de manos a su alrededor, que podría representar al líder del grupo, y en la bóveda, ahumada por la presencia cotidiana del fuego, figuran copos de arcilla petrificada que simulan estrellas y en un extremo un rehilete formado por manos que parece girar en espiral representando al Sol.

Nelly Robles se detiene en ciertos elementos que pueden pasar inadvertidos para una vista poco entrenada: un rostro con elementos muy primitivos asociados a Tláloc, otro más que se mimetiza entre las rocas y cuyos tonos claro y oscuro que representaría el día y la noche; por allá, a la entrada de la cueva, una formación natural dibuja la cara de un viejo, “el guardián”, le dicen, a quien todo aquel que ingresa debe pedir permiso y hacer reverencia.

El joven arquitecto Kevin Soriano, artista natural de Quiotepec, hace notar la diminuta mano y el pie de un infante. Él se ha encargado de dibujar a mano, todos y cada uno de los elementos pictóricos que va encontrando, que se cuentan por cientos, y luego el equipo de la maestra Rivero Weber se encarga de digitalizarlo para conseguir un corpus visual de los murales que se ocultan tras el polvo y de varias capas de intervención plasmadas durante siglos.

“Sabemos que la presencia de oxalatos es lo que ha permitido que las pinturas tengan un estado de conservación tan bueno, pero será necesario continuar con los estudios que se han estado haciendo para poder entender las diferentes temporalidades de esta manufactura y comprender los procesos históricos que se han venido dando en este espacio milenario y que seguramente arrojarán información muy valiosa sobre la cultura oaxaqueña y de la humanidad”, dice Rivero Weber.

Como en el vientre materno

De visita profesional en el lugar, el químico Rodorico Giorgi, investigador de la Universidad de Florencia, Italia, especialista en conservación y desarrollo de nuevos materiales para la conservación patrimonial, no sale de su asombro.

“Entrar en esta cueva me deja sin palabras, porque evidentemente que se encuentran sobrepuestos diferentes momentos de la historia, hasta llegar a la edad primordial, es impresionante ver este tipo de representaciones".

“Es un espacio que asemeja al vientre materno, y es impresionante ver todas estas manos sobre un cielo, además en muy buen estado de conservación. Hay evidencias ya de análisis previos que explican por qué están bien conservadas. Sin embargo, es claro que es un espacio con mucha superposición de representaciones pictóricas de diferente temporalidad. Es necesario un trabajo sistemático para comprender toda la información que aún falta por saber de este magnífico sitio”, dice el especialista.

“El trabajo sistemático nos permitirá entender la caracterización de los materiales y reconstruir sus fases históricas creativas. Sólo de esta manera podremos entender la cantidad de historia que existe dentro de esta cueva que habla de los inicios de una vida social desde hace miles de años”, añade Giorgi.

Rivero Weber detalla: “Con el apoyo de la Universidad de Colorado, la Universidad de Harvard y la Universidad de Florencia hemos estado corriendo análisis de FRX y espectrometría para poder tener completa la caracterización de materiales que nos ayudarán a definir el mejor tratamiento de conservación y salvaguarda para estas magníficas pinturas rupestres”.

Sinergia entre comunidad y autoridades

La comunidad del poblado de Santiago Dominguillo, en el municipio de Cuicatlán, donde está asentada la cueva, ha sido celosa guardiana de su patrimonio. Las autoridades ejidales y comunales y los pobladores colaboran con los especialistas del INAH que están a cargo de las excavaciones arqueológicas y de la conservación de las pinturas rupestres, y con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) que se encarga del cuidado y protección del entorno natural y de las especies de flora y fauna que circundan el abrigo rocoso.

Pese a que la cueva fue descubierta en los años 60 por don Rafael Vázquez, que desempeñaba la función de “custodio volante” en el INAH-Oaxaca, todavía hasta hace poco el sitio era desconocido incluso por los mismos pobladores; la conocían de oídas como la “Cueva de los Murciélagos”, por la abundancia de ejemplares que en ella habitan. Así lo testimonia don Miguel Reyes Mellado, integrante del Comité de Ecoturismo del lugar:

“Nosotros mismos desconocíamos la existencia de esta cueva a pesar de que estaba dentro de nuestro territorio. Recientemente se tuvo conocimiento por parte del INAH y desde entonces se ha venido tratando de investigar sobre las edades, sobre los tiempos y quienes habitaron. Nosotros por nuestra parte, dentro de la comunidad, hemos tratado de inculcar el cuidado, incluso participamos con las instituciones en la declaración como patrimonio de la humanidad, y por eso queremos hacer conciencia en toda la comunidad, y sobre todo en los niños, de que lo que tenemos aquí es único en el mundo”, señala.

“Las exploraciones que está haciendo el INAH tienen el fin de dar a conocer a la humanidad la importancia de este pequeño pueblo, que es una tierra de paso hacia el sur, desde las primeras comunidades hasta la actualidad, y de qué manera ha estado presente esta población en toda la historia de México”.

Por último, don Miguel hizo énfasis en el cuidado de la Reserva de la Biosfera de Cuicatlán, “porque hay murciélagos, hay avispas, hay flora y fauna única, y somos nosotros quienes venimos a su hábitat, por eso debemos cuidar y respetar la reserva”.

Acciones contra el vandalismo

Por mucho tiempo la Cueva de las Manitas careció de protección y estuvo a merced del vandalismo pese a encontrarse en un terreno de difícil acceso. Pueden verse en las paredes rocosas dos fechas inscritas -1934 y 1984-, algunos graffiti hechos con algún utensilio de punta que surcan un muro, y unas manos impresas con pintura contemporánea, que dan cuenta de que hubo alguien de nuestra época que también quiso imprimir su huella.

Al respecto, Juan José Carrasco Altamirano, gerente de la Fundación para la Reserva de la Biosfera Cuicatlán, explica cómo se han sumado como aliados del INAH, la Conanp y las comunidades para la conservación e impulso de la región.

En particular, para la Cueva de la Manitas, hace seis años la Fundación gestionó recursos en la Cámara de Diputados para cercar el polígono de la gruta, que le permitió a la comunidad de Dominguillo tener más control sobre el sitio; además, estiraron el presupuesto para construir un par de escaleras rústicas con madera de chicozapote para poder bajar hacia la cueva.

Para la temporada arqueológica que recién concluyó, Juan José Carrasco, nuestro anfitrión, comenta que la Fundación colaboró en el acarreo y arrastre de los materiales necesarios para la excavación y en proporcionar una variedad de apoyos como transporte, hospedaje y alimentos para la realización de los trabajos.

“Estos trabajos que se están realizando tienen una gran perspectiva, ya que mientras más investigación y más información se tenga del sitio, hay más posibilidades de que investigadores de otros países, interesados en esto, se unan y participen”, afirmó Carrasco.

Los retos del porvenir

La arqueóloga Nelly Robles resume el trabajo de la temporada recién concluida y adelanta el trecho que aún falta por recorrer: “Queremos saber con precisión las fechas en que se usó la cueva y las actividades que llevaron a cabo. Lo que hemos podido saber después de dos temporadas de campo es que la gente comía aquí, hemos encontrado semillas de diversos frutos; tenemos evidencia del esfuerzo que realizaron por mejorar el tamaño de la mazorca de maíz, hay restos de presencia de fuego e incluso vestigios de una construcción muy temprana en un rincón de la cueva”.

La Cueva de la Manitas es una muestra de cómo los habitantes ancestrales de la región de La Cañada oaxaqueña pudieron atisbar un primitivo horizonte de sedentarismo y dejar huella, mediante la impresión de sus manos, del nacimiento de una cultura que se conocería más adelante como cuicateca.

francisco.deanda@eleconomista.mx

Editor de Arte, Ideas y Gente en El Economista. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Filosofía Social, por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Especialista en temas de arqueología, antropología, patrimonio cultural, religiones y responsabilidad social. Colaboró anteriormente en Público-Milenio, Radio Universidad de Guadalajara y Radio Metrópoli, en Guadalajara.

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