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La crisis climática no se remediará con soluciones tecnológicas escapistas: Marta Peirano

Ante la retórica de preferir una solución tecnológicamente disruptiva, cientos de miles de pequeñas soluciones ciudadanas pueden ser la salida; eso implica asumir la responsabilidad de lo que pasa en nuestro entorno expone.

Marta Peirano, autora del libro “Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático”

Las grandes tecnologías de nuestro tiempo no pueden ayudarnos a gestionar la crisis climática que enfrenta el planeta porque están diseñadas con un objetivo muy distinto: gestionarnos a nosotros durante la crisis climática, plantea Marta Peirano.

La autora del libro “Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático”, editado por Debate. Expone que líderes de multinacionales tecnológicas han planteado soluciones escapistas como ir a poblar marte o vivir en burbujas en la estratósfera. Soluciones donde la existencia depende ciento por ciento de la tecnología.

Sin embargo, alerta que ante esa retórica  de preferir una solución disruptiva, cientos de miles de pequeñas soluciones ciudadanas pueden ser la salida, pero eso implica asumir la responsabilidad de lo que pasa en nuestro entorno. La clave es la organización, desde los barrios para recuperar el control sobre el uso de recursos comunes.

—¿Si en algún momento la tecnología salvó al mundo del diluvio, por qué hoy la tecnología no podría salvarnos del calentamiento global?

—Yo empiezo el libro hablando de la empresa más antigua que llevamos contándonos desde el principio de los tiempos de la humanidad, que es la historia de un desastre meteorológico y las tecnologías que nos salva.

Lo que pasa es que cuando piensas un poco en la tecnología que nos salva lo primero que vez es que esa tecnología salva a una sola familia.

Yo lo que digo es que no debe morir 99% de la población para que se perpetúe la especie y que esta metáfora de la salvación en el último minuto ha resultado particularmente beneficiosa para una generación de multimillonarios que lidera ahora la industria tecnológica.

Una de las cosas que cuento en el libro es que nos proponen una serie de soluciones bastante escapistas. Por ejemplo, Elon Musk nos propone que huyamos a marte porque la tierra empieza a romperse y el futuro de la humanidad es interestelar.

En tanto, Jeff Bezos considera que marte es una tontería, porque en ningún momento nadie explica cómo hacemos para sobrevivir a la radiación que nos mataría al microsegundo de poner un pie en marte y lo que el propone son grandes estructuras un poco como castillos burbuja, suspendidos en la estratósfera, donde el tiempo es maravilloso, las olas son siempre perfectas la comida está siempre riquísima y nada te engorda.

Propone comunidades de ultra ricos que para mí la fuerza de esa metáfora está separada de las personas a las que explotan. Son como arcas de Noé donde la humanidad sigue viviendo pero para mantener las arcas a flote y es una solución perfecta para alguien como Jeff Bezos porque significa una existencia 100% dependiente de la tecnología.

Ahora de momento podemos respirar sin la ayuda de Jeff Bezos, pero si nos vamos a sus burbujas suspendidas en la estratosfera, hasta respirar se convierte  en una actividad  que es tecnológicamente asistida.

Y luego, Mark zuckerberg nos propone un metaverso que es la realidad cuando no estas en las burbujas de super ricos de Jeff Bezos ni trabajando en las minas en marte de Elon Musk, que es la realidad para la mayoría de nosotros viviendo en un planeta cada vez más hostil en espacios cada vez más  pequeños, respirando un aire cada vez menos respirable, en temperaturas cada vez más altas en verano y más bajas en invierno, pero como llevamos unas gafas y podemos habitar un mundo donde podemos trabajar vestido de robot, pues todo es mucho más fácil.

—¿Para llegar a la situación en que tenemos al planeta, cuál ha sido el papel de las empresas, los gobiernos y la sociedad, tanto la organizada y la sociedad en general y cuál debe ser su papel para salir de esa situación?

El papel de las empresas en los últimos años ha sido el de maximizar beneficios, a través de una explotación indiscriminada de recursos, que son comunes, y que, además, son finitos y el papel de los gobiernos ha sido permitirlo y al mismo tiempo hacer un desarrollo cada vez más privatizado de las infraestructuras críticas que caracterizan un Estado acción, como la existencia de unas infraestructuras críticas que  garantizan la supervivencia de sus ciudadanos.

Multinacionales estadounidenses o chinas cada vez más ocupan espacios más privilegiados en nuestros Estados nación y cada vez más toman decisiones más importantes, lo cual en democracia es un problema, porque nadie los ha elegido democráticamente.

—¿Qué es el feudalismo climático al que alude en el subtítulo de este libro?

Para mí el feudalismo climático es una estrategia de las grandes multinacionales que consiste en proponer, al igual que el capitalismo de plataformas, servicios gratuitos para instalar un software en nuestras vidas y extraer la máxima cantidad de datos posibles para la explotación de esos datos y la manipulación de masas para que compren cosas o voten en determinadas opciones políticas. Es una estrategia que ofrece soluciones tecnológicas a la crisis climática de manera preventiva a cambio de recibir dinero público para adueñarse de las infraestructuras críticas.

Son empresas que no contribuyen al bienestar general, sin embargo, están extrayendo recursos públicos de muchas clases.

—¿Es un asunto de poner orden en cómo está desarrollando tecnología o cómo se está gestionando?

Es un problema de soberanía. Las grandes tecnológicas nos han convencido de que hay una sola manera apropiada, efectiva y productiva de hacer las cosas y es como ellas lo hacen. 

Ellos dicen que tienen razón, la verdad; que tienen mejor inteligencia artificial, que tienen la mejor infraestructura, las mentes más brillantes trabajando para embalarnos en el tren del progreso, pero en realidad, todas estas empresas están esquilmando recursos, contaminando el medio ambiente, explotando, muchas veces de manera ilegal, los datos y la información más privada de los usuarios y, además, la usan para cosas que no nos benefician, como, por ejemplo, campañas políticas oscuras, que convencen a la gente que están en una realidad que no existe y que han polarizado a la población, de tal manera que el debate público se ha convertido en un problema irresoluble. Además, son los grandes vehículos de la desinformación de nuestro tiempo.

—¿Cómo se construye este ejército civil contra el cambio climático?

Hay una retórica del “y tú más” que hace que nos sintamos incapaces de participar de forma lo suficientemente apropiada en la solución y eso, junto con muchas otras cosas, nos infantiliza como ciudadanos con capacidad política para salvarnos a nosotros mismos.

Entonces, hay esta retórica de preferir una solución gigante, totémica, disruptiva, que llega de una empresa extranjera que lo soluciona de un día para otro.

(Ante esa propuesta) Cientos de miles de soluciones pequeñas, locales, incrementales adaptadas a la comunidad en la que vives y no a la comunidad global, es la salida.

Este libro habla mucho de esa necesidad de volver a tomar la responsabilidad radical sobre lo que pasa en nuestro entorno, sobre cuánta agua consume nuestro edificio, sobre cómo se produce la energía en nuestro barrio y cómo vamos a gestionar los momentos de crisis climática real.

La clave está en la capacidad de los barrios de organizarse para recuperar un control sobre el uso de recursos comunes, como el agua, sobre su producción energética, pero, sobre todo, porque generar comunidad en torno a objetivos tan cruciales como la capacidad de tener calefacción en invierno y aire acondicionado en verano o tener qué comer, es mucho más efectiva a la hora de generar potencia política para poder activar a la administración, para tomar las decisiones adecuadas o la legislación, para que obligue a las empresas a comportarse de la manera adecuada. El activismo local es la llave que desbloquea todo lo demás.

diego.badillo@eleconomista.mx

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