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La nueva casa de El Economista
Luego de haber ocupado durante casi seis lustros su sede de la colonia Del Valle, El Economista estrena sus nuevas instalaciones en El Pedregal de San Ángel. Es un inmueble sólido, funcional y moderno
El lunes 24 de julio del 2017 por primera vez se editó El Economista en su nueva sede, al sur de la ciudad, en un lugar con el que se identifica porque ambos tienen mucho que contar. El Pedregal de San Ángel es más que una simple colonia. Su historia es digna de ser compartida, como un reconocimiento al lugar que nos aloja.
El origen del Pedregal
Retembló en sus centros la tierra a los pies del Ajusco, y de la explosión del volcán Xitle surgieron sus entrañas, una lava que, a paso lento, entre montículos y pendientes, le fue dando cara a la zona del valle de 80 kilómetros cuadrados que hoy conocemos como El Pedregal de San Ángel.
Luego de años de intenso calor, la lluvia trajo consigo el verde, y la piedra se fue llenando de vida. La riqueza mineral de la zona hizo de éste un terreno fértil para la proliferación de peces, aves, venados y conejos, además de una reacia vegetación, con fresnos, oyameles y encinos.
No es de extrañarse entonces que los habitantes indígenas de la zona, en el periodo clásico de Mesoamérica, consideraran este pedazo de tierra un verdadero paraíso, donde se asentaron y comenzaron a labrar la tierra.
Un enorme salto en el tiempo, hasta el siglo XIX, en tiempos de Benito Juárez, nos descubre un panorama sociopolítico clave en la historia de la zona. En 1859 el tema de la tenencia de la tierra ocupaba al presidente, y tras la promulgación de las Leyes de Reforma, la zona de El Pedregal pasó de ser el rancho Tochihuitl, propiedad de la parroquia de Tlalpan, a la sociedad Mendoza y Sabino, apoderada de una renombrada fábrica de hilados de algodón, y la hacienda de Mipulco, que incluía al volcán del Xitle, comenzó a dejar de ser tierra comunal para pasar a las manos de unos cuantos hacendados de abolengo. Con la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia se terminó de fraccionar el legado indígena de El Pedregal.
Llega la modernidad al pueblo
Son los años 40 en México y hay un boom en la búsqueda y la aceptación de todo aquello que cabe en la etiqueta de “moderno”. Las nuevas maquinarias junto a los recursos naturales en el país hacen que lleguen mareas de inversiones extranjeras, la economía está floreciendo.
El mundo del arte y los intelectuales, por su parte, abren paso a expresiones que no son propiamente nacionalistas. Hay un ansia generalizada por encontrar una identidad mexicana actual, alejada de los charros y las haciendas.
Miguel Alemán Valdés es el presidente en funciones, y con sus reformas logra que la creación y adquisición de lotes en fraccionamientos fuera más fácil, lo que impulsó la creación de nuevas colonias donde antes había ejidos y zonas rurales.
Tal fue el caso de El Pedregal de San Ángel. El área, con gran riqueza natural y peculiar topografía, era frecuentada por mentes creativas como el Dr. Atl, el fotógrafo Armando Salas Portugal y el botánico Jerzy Rzedowski.
El patio de juegos de estos personajes captó la atención de Diego Rivera, quien en 1945 escribió el documento “Requisitos para la organización del Pedregal”, donde imagina la construcción de un refugio, donde “los jardines y las casas deberían ser un santuario contra el mundo moderno, con espacios para la meditación y el cultivo de los valores espirituales”. Con esto en mente, el urbanista Carlos Contreras publicó en 1949 el anteproyecto urbano Jardines del Pedregal de San Ángel para el arquitecto Luis Barragán, donde quedó de manifiesto la necesidad de crear un espacio habitacional en el que se respetara la naturaleza irregular de la lava, a partir de la cual, con ayuda del Dr. Atl, quien por cierto también era vulcanólogo, se trazaron las calles.
Un éxito trascendental
Cuando Barragán asumió el proyecto de Jardines del Pedregal de San Ángel, se comprometió al 100 por ciento. No sólo estuvo detrás de la concepción y el diseño, sino que además participó activamente en su construcción y mercadotecnia. Años después de su concreción, ya bien entrados los años 50, el arquitecto seguía incluso asesorando a los nuevos administradores del espacio.
¿A qué se debía tanto compromiso con un fraccionamiento? Una respuesta inmediata puede ser el reconocimiento en su carrera, pero si escarbamos un poco, resulta que el mismo Barragán consideraba al Pedregal como una obra de arte.
Como se lee en el libro Luis Barragan’s Gardens of El Pedregal, de Keith L. Eggener, “El Pedregal era sugestivo, más que directo; sus formas operaban como disparadores de la memoria, catalizadores de la nostalgia, la emoción”. Lo que buscaba el arquitecto con este proyecto era alcanzar una retórica de misterio y magia, conjuntando el lujo con la vida en la periferia en un entorno de paz tanto física como mental, sin dejar de lado la belleza del entorno, la historia y el orgullo nacional, desde una perspectiva moderna y de progreso.
La plaza de las fuentes
Dentro de los Jardines del Pedregal, actualmente las que se consideran las dos vías principales son Paseo del Pedregal y Boulevard de la Luz, pero en sus inicios, la vía más significativa, tanto histórica como arquitectónicamente hablando, fue Avenida de las Fuentes. Allí estuvo la entrada oficial al complejo, y a su vera fueron construidas las primeras e insignes obras, como la casa Prieto López (Fuentes 180), y las casas muestra diseñadas en conjunto por Luis Barragán y Max Cetto (ubicadas en Avenida de las Fuentes 130 y 140, respectivamente).
Todo iniciaba en la Plaza de las Fuentes, en la intersección con avenida San Jerónimo. La plaza fue proyectada como una área de preparación visual y emotiva para adentrarse al espacio, con las formas caprichoas del magma endurecido por los siglos. Es aquí donde actualmente se encuentra la redacción del periódico El Economista.
El actual edificio de El Economista toma y reinterpreta la arquitectura de Luis Barragán y Mathias Goeritz, precursores de la arquitectura emocional, en la cual los espacios deben ofrecer un mensaje de belleza y emoción, utilizando elementos como la forma, el color, iluminación, el agua y vegetación que establecen características especiales en los ambientes que agudizan los sentidos de quienes utilizan el espacio.
El diseño del inmueble busca romper con el molde de oficinas tradicionales, por lo que se cuenta con áreas abiertas en donde se da especial énfasis a la convivencia para compartir y aportar ideas laborales sin salir del espacio de trabajo.
Cabe destacar que durante el proyecto urbano se logró un acuerdo con el Instituto Nacional de Bellas Artes para la restauración de la plaza pública y la escultura El animal del Pedregal, rescatando con ello un espacio público al cual no se le daba mantenimiento por aproximadamente 60 años.
Con información del arquitecto Leopoldo Mario Quintana Alfaro.