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Arte e Ideas

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Marcapasos: El fantasma del Hotel Bamer

En una habitación del Hotel Bamer, Juan José Rodríguez oía ruidos extraños en el cuarto de la ducha. Al intentar abrir la puerta, la manija le dio un toque eléctrico.

La semana pasada vino a la ciudad de México Juan José Rodríguez, novelista y cuentista de tiempo completo en su natal Mazatlán.

–¿Qué pasó, hermanito, te invito a cenar esta noche? –me dijo por teléfono.

Lo cité en el Centro de Lectura Condesa porque otros dos amigos, Ignacio Trejo Fuentes y Héctor de Mauleón, daban una charla. Tras la conversación, junto con el poeta Raúl Renán y otras tres personas, decidimos beber un trago en el Restaurante-Bar Nuevo León.

Aquí, entre cubas y cervezas, le pregunté a Juanjo sobre un cuento que, basándose en sucesos reales, tiempo atrás le había pedido para un libro colectivo. Me respondió que aún no lo escribía, pero procedió a contar la anécdota.

–Hace algunos años me invitaron al DF –relató– para dar una conferencia sobre literatura o ser jurado de concurso. Da lo mismo. No me acuerdo. El caso es que me hospedaron en el Hotel Bamer, en avenida Juárez 54, casi enfrente de la Alameda Central. El conserje me asignó una habitación de la parte alta del edificio, supongamos que la 709 y, como era de noche, opté por irme a descansar sin mayores fiestas.

Ya en la habitación, Juan José oyó ruidos extraños en el cuarto de la ducha. Al intentar abrir la puerta, la manija le dio un toque eléctrico.

Luego, al ver el mobiliario antiguo, pensó que los ruidos eran normales en un hotel que, en ese entonces, no le había llegado la modernidad. Cosas de tuberías oxidadas y espejos que han perdido muchos rostros, imaginó Juan José para, tras dejar la luz encendida del baño, meterse a la cama.

–Dormí profundamente –dijo–. Pero tuve un sueño muy nítido, muy real: una niña vestida con ropa de otra época penetraba a mi habitación y, justo cuando iba a entrar al baño, abrí los ojos y me deslumbró la luz que yo mismo había dejado encendida.

Juanjo, esa mañana, ni siquiera se bañó por temor a electrocutarse. A la hora del desayuno le comentó al también cuentista y novelista Mario González Suárez sobre los extraños sucesos de la noche, y éste le dijo que el Hotel Bamer era famoso porque ahí, a finales de los 70, se cometieron varios asesinatos.

Juan José, por supuesto, no cayó en la broma. Dedicó la jornada a lo que tenía que hacer y por la noche voló de regreso a Mazatlán.

–Allá, hermanitos, me entero que gané el Gilberto Owen y que, en una semana, debía de volver a la ciudad de México para la ceremonia de premiación.

El caso es que el azar quiso que a Juan José Rodríguez, de nueva cuenta, lo hospedaran en el Hotel Bamer. Y que otra vez le asignaran la habitación 709. Por lo que el escritor le pidió al conserje:

–¿No tendrá otro cuarto? Me gustaría uno con vista a la Alameda.

A lo que el conserje, con mirada maliciosa, respondió:

–¡Ah!, claro, se le apareció la niña, ¿verdad?

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