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Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

Reseña: Donde viven los monstruos

Un libro para niños convertido en una película para adultos con una profunda mirada hacia las emociones más primarias del ser humano.

Una cálida noche del 2008, el cineasta norteamericano Spike Jonze se encontraba de pie en su habitación dándole vueltas a la idea de cómo resolver cinematográficamente un cuento para niños, que consta apenas de 200 palabras, Were the wild things are (Donde viven los monstruos), de Maurice Sendak. De pronto, inquieto como su personaje en Adaptation (El ladrón de orquídeas), decidió que no realizaría una película para niños sino, usando como base el libro de Sendak, desarrollaría una idea personal para crear una historia sobre las emociones más primarias del ser humano.

El resultado es "Donde viven los monstruos", una película digna de toda la atención, crítica de la condición humana, en donde los silencios y los gruñidos bestiales introducen un lenguaje salvaje e instintivo, que nos devuelve la mirada; sin duda una de las películas más arriesgadas de este director de culto, que se hizo ayudar del trabajo creativo de talentos indiscutidos.

La película nos cuenta la historia de Max, un niño de unos 10 años quien ha perdido a su padre, que no sabe lidiar con su hermana adolescente ni entiende que su madre busque rehacer su vida. Siempre reacciona con una actitud violenta y desmesurada, el clásico niño latoso sobre quien decimos que busca llamar la atención. En el fondo Max sufre y sabe la verdadera razón de su comportamiento: a su madre le dice: yo no tengo la culpa , y es que en realidad nadie tiene la culpa de ser instintivamente salvaje.

Y en esto encontramos la diferencia con el libro. Spike Jonze y el novelista Dave Eggers, guionista, retratan en la película la irrupción inesperada e incontrolable de las emociones y sobre todo de una locura cercana y aceptable, la de los adultos.

Max huye de casa y llega a una isla habitada por feos muñecos de peluche gigantes que hablan, sienten y se expresan como humanos, que tienen cualidades extraordinarias como saltar a elevadísimas alturas sin tomar vuelo, construir en tiempo récord torres de impresionante solidez con ramas pesadas y con la fortaleza para destruir árboles como si fueran hojas de papel.

Uno de los monstruos, Carol destruye sus casas. ¡Por fin, Max ha encontrado un alma gemela! Así que, ante la impavidez de los monstruos, toma un palo y corre para ayudarle a Carol lanzando gruñidos que espantan a algunas bestias; sin embargo, su fuerza no es suficiente.

Carol, que lo mira con curiosidad, y las demás bestias, que lo miran con hambre, lo acorralan. Ingenioso, el niño se defiende diciendo que no lo ataquen porque él ha sido rey de unos sujetos llamados vikingos. Las bestias no saben qué es eso, pero lo que sí les importa es que Max es un rey. Carol emocionado espeta: ¡Por fin, tenemos un rey!, y abandonando la idea de comerlo le dan su centro y le ponen su corona. ¡Qué más puede pedir un niño!

Ese mundo maravilloso poco a poco irá perdiendo su brillo. Las difusas intenciones de los monstruos y sus personalidades complejas teñidas de neurosis pura (mezcla de amor, deseo, celos, rencor, autocompasión, envidia e insensatez) le revelan a Max su propia naturaleza. Finalmente, advierte que ha llegado a un lugar muy parecido a aquél del cual huyó.

Las secuencias finales de la película son de una potencia poética que bien valdrán algunas lágrimas.

Sin caer en el aleccionamiento barato ni en el pesimismo absoluto, Jonze construye una poderosa película, visualmente bella y acústicamente deleitable, para mostrar el cinismo y la poca higiene con la que los adultos se relacionan entre sí y con el mundo, cómo se autoflagelan esperando la compasión de otros, y cómo manipulan a sus seres queridos por medio del

chantaje.

Un libro para niños convertido en una película para adultos. Los dos, niños y adultos, humanos.

Todos, salvajes.

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