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Arte e Ideas

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Show pretencioso para público poco exigente

A medio camino entre el stand up y el monólogo la floja creación de Héctor Suárez Gomís ha logrado mantenerse.

Noble es –y ha sido para muchos- el llamado espectáculo unipersonal, en el que un solo intérprete se aboca a experimentar la conjugación de sus capacidades histriónicas y/o comediográficas en aras de encontrar un vehículo que lo confronte con el público y, a la vez, lo haga partícipe de un diálogo inmediato (de sensibilidad a sensibilidad) en torno a un tema a mano.

En muchas ocasiones, los resultados son acertados e, incluso felices, sobre todo cuando del denominado stand up se trata, pues este modelo de acción teatral (emanado de la cultura estadounidense) contiene (se supone) la suficiente gracia o humor para que el público quede agradecido con el artista. En los años 90, Fernando Arau hizo un stand up de antología, de magnífica actuación, que no sólo llegaba al corazón del público sino que lo desternillaba de risa; época aquella en que se soltaron por todo México los estanduperos capitaneados por el cineasta Julián Pastor.

El caso de El pelón en sus tiempos de cólera se inscribe en el stand up, pero también promueve alguna pretensión dramatúrgica que lo quiere acercar al monólogo. Sin embargo, El pelón… no es lo uno ni lo otro, aunque se sostiene como una rara especie de conferencia teatralizada sobre los avatares pseudo psicopatológicos del actor Héctor Suárez Gomís en su infancia. Aún cuando el actor –y guionista del espectáculo- se obstine en pretender que lo que presenta es lo que todos han vivido tanto en la infancia, como en la misma vida familiar, la consecuencia final de El pelón… es absolutamente fallida, porque el hecho de que la familia disfuncional de Suárez Gomís lo haya marcado (lo que nunca explica es en qué), lo cierto es que no todas las familias disfuncionales tienen las características de un mal scketch televisivo, ni todas las infancias de los hombres de casi medio siglo, tuvieron la impronta de ser tan superficiales y neuróticamente inanimadas.

Dirigido por su padre, Héctor Suárez, El pelón… deviene en un antipático berrinche existencial a destiempo, por parte de Héctor Suárez Gomís, armado por una superficialidad que se derrite en la sartén de la inconsistencia. Claro que Suárez Gomís tiene tablas, es un buen actor y conductor de televisión, que sabe manejar sus flancos, frentes, extremos y, en general, el largo y ancho de su escenario; sin embargo, no va más allá. De la oportunista paráfrasis del título de la novela de Gabriel García Márquez, a la extrapolación chocarrera de los celos enfermizos de su padre por su madre, el actor no llega a encontrar una gama real de matices ni congruentes nomenclaturas estéticas; si acaso, un pretencioso show con buena iluminación y uno que otro chascarrillo atinado.

El pelón... de cólera es un trabajo que ha tenido mucho éxito, pues, amén de que los involucrados le han echado ganas para permanecer en cartelera, hay también un público al que va destinado: aquel que es poco exigente y sólo busca la diversión fatua y pretendidamente culta. Y aquí es donde se encuentra otro de los desaciertos de El pelón… en su esnobismo, en su querer aparecer ante el público –a como de lugar-como un hombre culto y preparado, cuando ni es necesario que lo diga, ni el público tendría por qué saberlo.

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