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The Chemical Brothers: perfección y estruendo
En un lapso de dos horas hizo en el Foro Corona, lo que los ha convertido, junto con otros grandes de la música electrónica, en unos revolucionarios de la música y del espectáculo en vivo.
Tormenta y estruendo. En la comunión que genera la música y la multidimensionalidad que adquiere aunque sea por un instante la personalidad que observa las pantallas, absorbe el sonido y que siente su cuerpo temblar al ritmo de los bajos del synth, hay una relación directa entre el espíritu romántico del Sturm und Drang y la atmósfera estética que es capaz de emitir The Chemical Brothers.
Románticos en la esencia, es decir en la absoluta entrega a la música y en el espíritu de subversión, por ese pequeño lapso de dos horas que en verdad es una distensión del tiempo, y en el cual la música electrónica combinada con el video han llevado incluso a un nuevo nivel de espacialidad y de realidad, en ese lapso, The Chemical Brothers hizo lo que los ha convertido junto con otros grandes de la música electrónica (uno de ellos Trent Reznor y sus alucinantes, delirantes y sublimes escenarios virtuales o la loquísima banda The Prodigy), en unos revolucionarios de la música y del espectáculo en vivo.
Han corrido tres meses de este 2011 y en materia de conciertos hemos visto bandas extranjeras excepcionales en México: The Sounds, Röyksopp, Kashmir, Ratatat se cuentan entre los grandes conciertos que nos ha dejado ya el 2011.
Pero el día lunes 11 de abril, sin duda, quedará enmarcado con letras brillantes en el repaso de este año, pues, sin lugar a dudas, quienes acudieron al Foro Corona (adentro del Hipódromo de las Américas), lugar que ofreció una acústica impresionante, presenciaron quizá (es temprano para asegurarlo) el mejor concierto del año.
El dúo inglés de música electrónica, conformado por Tom Rowlands y Ed Simons puso a bailar a los 3,000 afortunados que consiguieron una entrada para el anhelado concierto.
La tormenta comenzó en punto de las 22:00 horas. De lo alto del escenario, colocado en el centro, pendía una estructura tubular de leds que de acuerdo con el sonido componía una espiral de luces a veces blancas pero también amarillas, rojas y rosas.
El cilindro comenzó emulando una lluvia que asciende desde el centro, donde la banda colocó sus instrumentos en una disposición galáctica que bien podría pasar por una cabina de control de una nave espacial.
Los ingleses entraron en su cabina y abrieron con "Galvanize", "Do It Again" y un remix de "Get Yourself High" con "Horse Power", rolas que pusieron a la banda muy loca. En verdad era difícil no dejarse llevar por ese oleaje de sonido que de golpe nos daban en el rostro quitándonos el aliento.
Sin exagerar, la atmósfera, la calidad del equipo, la imaginación de los productores y de la banda, y la pertinencia del lugar (si bien chico, excepcional) nos llevaban a un territorio fantástico, muy al estilo de la fascinante película Scott Pilgrim Against The World (2010). En este territorio podíamos ser invencibles y poderosos, el rock es la gran stamina del espíritu.
Del escenario se desprendía un efecto de rayos láser que bailaba sobre las cabezas del mar de cabellos ya limados por el sudor de las frentes, por el vaho desprendido del suelo convertido en pista de baile. Los cachetes se nos movían como si un monstruo nos lanzara directamente a nuestro rostro su aliento. Era el temblor que producían los bajos de los sintetizadores.
El clímax del concierto, el momento en el que según el ritual se comulga y todos nos convertimos en una misma carne ocurrió cuando la banda hiló tres rolas básicas: "Star Guitar", "3 Little Birdies Down Beats" y, la consentida, "Hey Boy, Hey Girl".
Luego, el dueto interpretó básicamente el mismo set que en su presentación del domingo en el Vive Latino, excepto los últimos 30 minutos, cuando a la vuelta del encore, concluyeron el concierto en un tono más tranquilo y poético acompañado por un espectacular juego de láseres e imágenes.
Estas proyectadas en la pantalla de 12 x 17 metros, durante todo el concierto fueron de un poder poético y metafórico que funcionaban igual si el espectador estaba bajo el influjo de alguna sustancia (en concreto: ácida o pacheca).
El poder de las imágenes se reforzaba en sus lecturas: movimiento, flujo, elementos: tierra, agua, aire, fuego: Siluetas de personas que corren, de una enorme parvada de pájaros que volaban en el cielo, de hierro incandescente, de flashes de cámara; personas con trajes electrónicos, un robot tipo ánime, rostros de niños y de un hombre mayor maquillados como payasitos de circo; uso del 3D en el plano de la pantalla: nos daban un viaje acelerado por el interior de una especie de catedral modelada en tercera dimensión.
Imágenes que corrían con una precisión absoluta de acuerdo con las canciones. Precisión, la otra gran categoría, que hace la diferencia a la hora de presenciar un concierto que es también un espectáculo y es una pausa artística de la cual hay que volver forzosamente. Precisión en producciones que solo hemos visto en conciertos de bandas como Nine Inch Nails, Radiohead o Muse.
Ha terminado la hegemonía del José Cuervo, el Palacio de los Deportes y el Foro Sol. Lugares como el Foro Corona o Six Flags están a la alza en la calidad sonora que ofrecen. A aquellos les queda renovarse o morir. Es momento de que la industria de conciertos se fortalezca generando nuevos espacios de gran calidad y que el monopolio deje de serlo.