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Arte e Ideas

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Todavía en onda

José Agustín, capturado por la literatura desde pequeño terminó convirtiéndose en uno de los escritores mexicanos más polémicos del siglo XX.

Dicen que la onda ya no está en onda. Aunque todavía existan quienes digan onda para todo, como si fuera un comodín: cuando ya se les fue la onda o de plano porque no agarran la onda de que la onda es otra cosa. Porque la onda, en realidad, no es palabra comodín que sirve para sustituir la estulticia y la falta de vocabulario, sino un movimiento literario surgido en México a mediados de los años sesenta, que estuvo integrado por muy notables jóvenes autores. Entre ellos Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y René Avilés Fabila. Todos ellos encabezados por José Agustín, llamado el ondero mayor con toda la justicia y a mucha honra. Justo en este año el próximo viernes 19 se cumplen sus setenta y tres años de vida. Parece gacho pero así es la onda: hasta los que coleccionaban las rolas de The Doors cumplen un año tras otro.

José Agustín, (de apellido Ramírez Gómez, pero que siempre ha firmado solamente con su nombre) nació en Acapulco en 1944 (mucho que ver con el binomio Acapulco-rock, por cierto). Capturado por la literatura desde pequeño terminó convirtiéndose en uno de los escritores mexicanos más polémicos del siglo XX. En un principio denostado, acusado de hacer literatura menor y soez, escribió libros que escandalizaron por su rebeldía y sonaban como hablaba la chaviza . Que hablaban de sexo, ácido, mota y sicodelia describiendo puntualmente todo lo que los jóvenes detestaban del muy represivo mundo que enfrentaban. La rebeldía pura. En algún momento fue una friega – para usar una palabra precisa– ser identificando solamente como escritor de la onda (o acordarnos de él nada más por su cumpleaños, sabiendo que la edad lo jode, como ha dicho). Pero luego todo eso pasó. A él nunca le han importado ni el prestigio ni los títulos. Pero sí, y mucho, su labor como escritor.

Cuando apareció su novela La tumba, en 1964, los lectores encontraron en sus palabras atrevidas y su historia descarnada el propósito perfecto para la rebeldía y el rompimiento. Para que los jóvenes tomaran el poder y llamaran a las cosas por su nombre. Así se escandalizaran desde sus mamás hasta dios padre. Muchos de ellos crecieron y cuando supusieron habían superado sus necedades juveniles, se encontraron con que después de ese libro seguirían varios más y la labor de José Agustín no se había interrumpido sino acelerado: apareció otra novela llamada De perfil, otra más, Inventando que sueño, algunas obras de teatro, guiones cinematográficos, ensayos, artículos, entrevistas, dos tomos de crónica bajo el título Tragicomedia mexicana, una autobiografía que se llamó El rock de la cárcel y artículos que aparecían quincenalmente en la prensa nacional.

No he parado de escribir desde los ocho años , dijo en entrevista en el año 2004 cuando estaba a punto de cumplir cuarenta años de ser un escritor profesional, pero muchos más de ejercer el oficio. El motivo era dar a conocer la aparición de su antología Cuentos Completos 1968-2002, una reunión de sus trabajos en otro de los géneros que maneja con pasión y precisión: el cuento. Ya lo decía Cortázar, la novela nos gana por puntos, pero el cuento por knock out y, efectivamente, la aparición de ese libro tiró a la lona de felicidad a todos aquellos que habían sido sus fanáticos y no habían tenido la oportunidad de leer sus cuentos en orden cronológico. (Y ya por si esto no bastara, el libro cerraba con una narración inédita, Los ojos de los demás, donde, abordando la ciencia ficción, José Agustín presenta un panorama del México del futuro bajo la mirada de un personaje que puede transmigrarse y que, para ver mejor, se va quedado ciego)

En aquella plática se explicó como escritor: Tengo una visión personal de la literatura que se ha ido creando a través de la decantación de una concepción del mundo. Mi estilo incluye juegos de palabras, albures, picardías, pero también hay todo un estrado bastante amplio del tratamiento tradicional de la literatura. Incluso, es nada más una manera innovadora provocativa o irreverente de presentar el lenguaje: Hay un uso de estructuras y personajes que parten de la tradición literaria. Lo central de lo que escribo es la tensión que existe entre tradición y rebeldía. Y son muchos los autores que contribuyeron a esta manera que tengo de escribir: Walter Scott, Fitzgerald, Navokov; los poetas malditos, en especial Rimbaud; Neruda, Brecht, Ionesco, Jean Paul Sartre y Camus, y obviamente, los beatniks: Kerouac, Ginsberg, Burroughs... .

Aquel año también publicó, otro libro sorprendente, una novela, que también es lo suyo, Vida con mi viuda. De factura extraordinaria –y sin duda de otra onda- comienza así:

Onelio, cineasta exitoso, padre de familia, sale a la medianoche de los Estudios de Edición de la Exquisita Orquesta de los Mil. Hace un frío de miedo y cuando está abriendo su coche se aparece una camioneta de la que baja un personaje con las manos en el cuello, las quijadas atenazadas, los labios azules y el paso tambaleante que antes de poder articular palabra, se cae muerto a sus pies. El difunto es asombrosamente igualito a él y Onelio, víctima de una alucinante inspiración decide cambiar de cuerpo. Viste al muerto con su propia ropa, se pone la del occiso, se sube a la camioneta y se va convertido en otra persona.

A partir de ahí la narración, de una agilidad alucinante y sin perderse en detalles onanistas, toma el carril de alta y comienza a descubrir, desde la vida misteriosa del difunto hasta los misterios de la suya propia. En su nueva casa, que es ajena, se mueve con la comodidad de un invitado sin anfitriones y en la suya se angustia, debe entrar a escondidas y resolver si de verdad quería saber la reacción de sus huérfanos y enfrentar la pasión (y los celos) que todavía le provoca Helena, su viuda, una belleza indígena, medio bruja, hija de una chamana oaxaqueña y dueña de todos los secretos del luminoso erotismo y el oscurísimo sexo.

Leyéndola queda muy claro lo lejos que están los tiempos cuando la gente le decía a José Agustín que sus escritos eran como La Familia Burrón con tapas de libro, o los dijeron que Inventando que sueño o De perfil eran como ir a una feria, pasearse en la rueda de la fortuna, empacharse de palomitas y cacahuates para al final salir absolutamente vacío. José Agustín no tiene la culpa de los desgastes mentales o lingüísticos de la población, es capaz de escuchar el verdadero significado y sonido de las palabras, tratar temas que no se tocan y romper con la literatura tradicional a través del lenguaje, cual debe de ser y corresponde. Todavía escribe, todavía tiene proyectos nuevos y sorprende. El accidente que sufrió en el 2009 que le rompió varios huesos lo dejó en terapia- intensiva casi un mes, a veces se aparece en algunos dolores. Aun le gustan los Rolling Stones. Todavía su casa es la del sol naciente. Hay que leerlo, seguirlo y festejarlo. ¿Agarran la onda?

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