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Arte e Ideas

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Trevi, una cafetería atrapada en el tiempo

El futuro de este café es incierto debido a la gentrificación del Centro Histórico.

En la esquina de la calle Colón y la Alameda Central se encuentra una de las cafeterías con más historia en la capital mexicana. El Café Trevi se quedó atrapado en el tiempo; sin embargo, ese ha sido el sello de distinción y motivo por el que se convirtió en escenario memorable.

Encuentros como el de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara en su estadía en México antes de zarpar a Cuba para hacer la Revolución y más de 20 filmaciones entre películas nacionales y extranjeras, comerciales y eventos exclusivos, otorgaron una fama característica al lugar que inauguró el italiano Franco Pagano, en el año de 1955.

Julio César Castillo es ahora el encargado del café. Tiene a su mando a un personal de 15 empleados que se dividen el trabajo del lugar en dos turnos: matutino y vespertino. Gozosos, los trabajadores se reúnen en la barra —alrededor de una caja registradora de uso mecánico que el dueño José Luis Dávila, tío de Julio César, conservó con recelo desde que se abrió el café—, platican, bromean, ríen; no parece que trabajan, están en familia.

El principio del encanto Trevi

Cuando Franco Pagano llegó a vivir a México en los años 50, quiso abrir un lugar que le recordase la sazón italiana. Para entonces el actual dueño, José Luis Dávalos, era apenas un chiquillo de 15 años que conoció el café Trevi en un paseo por la Alameda, donde los fotógrafos de la época tomaban retratos para ganarse la vida.

Luis comenzó a trabajar en la cafetería, primero como asistente, luego como mesero, encargado de barra y finalmente como gerente general del Café Trevi. Dedicado al negocio y sin hijos, ahora que es un adulto mayor José Luis le cedió la administración del lugar a su sobrino, Julio César.

El terremoto de 1985 azotó la Ciudad de México. De italiano a mexicano, el cambio de dueño ocurrió en medio de una coyuntura de duelo, el café que fundó un Pagano pasaría a las manos de su más allegado cómplice, Castillo. El Café Trevi quedó en medio de un montón de escombros. Los años mozos se acabaron. Y a pesar de que el edificio de cuatro niveles que aloja el Café Trevi no tuvo daños, todo lo que le rodeaba no volvería a ser lo mismo.

Franco Pagano salió de la Ciudad de México para establecerse en Mérida, acompañado de su esposa; huyó del pavor de vivir en una zona sísmica, traspasó el local a José Luis Dávalos y se olvidó del café. Para José Luis, mantener el negocio no ha sido fácil, sino más bien una constante carrera de obstáculos.

En el espacio se puede escuchar la estación de radio Universal Estéreo. Si no hay música de los 80, no estás en el Trevi. Los comensales llegan, toman una mesa, y Patricia, una de las meseras con más de 40 años de edad, les ofrece la carta. Hay bisquets, se lee en luces neón.

“Ésta siempre ha sido una zona privilegiada por la ubicación. En la mejor década que vivió el café Trevi, en los años 70-80, venía toda clase de gente. Los actores famosos tenían sus despachos y oficinas en Reforma, entonces era muy común que vinieran a tomar un café o a hacer la comida del día; pero esa época de bonanza terminó con el temblor”, nos contó Julio César en una entrevista exclusiva para El Economista.

El café emblemático podría llegar a su fin

“La gentrificación nos está afectando”, aseguró Julio César, que junto a sus vecinos se organizó para no ser expulsado del edificio en donde se han construido tantas historias. “Nos llegó la notificación de que no se nos volverán a renovar el contrato el próximo año porque el dueño del edificio ya vendió la propiedad a una empresa de coworking”, nos dijo.

Los vecinos abrieron el caso, quieren comprar sus propiedades por separado, pero se han encontrado ante la negativa de los dueños y Público, la empresa interesada en el edificio para remodelarlo. “A nadie le gustaría ver un Starbucks en lugar de un Café Trevi. Lo cierto es que eso es lo que está pasando con el centro histórico de la ciudad, están despojando a las familias que llevan años viviendo aquí”, finalizó.

katia.nolasco@eleconomista.mx

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