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Un espacio para conectar con la vida
Este recinto museístico en Puebla, dedicado a la historia natural, es vanguardia en México; reúne una extraordinaria colección de fósiles en un ambiente multimedia e interactivo.
En el Museo de la Evolución, en Puebla, peces del Terciario nadan virtualmente sobre los muros blancos del enorme vestíbulo del recinto cultural, que se iluminan de azul intenso para crear un ambiente acuático e invitar al visitarte a sumergirse en las aguas de la prehistoria.
Colgada del techo pende en el aire la reproducción de un gigantesco megalodonte: el temido tiburón prehistórico, equivalente al tiranosaurio rex de los mares. Una paleorreconstrucción de su enorme mandíbula abierta, robusta, de tremendos dientes, como la que puede verse en el Museo Americano de Historia Natural, de Manhattan, invita a tomarse la foto. Los visitantes no dejan pasar la ocasión: forman una larga fila para posar al centro del enorme maxilar, dentro de ese acuario digital del Cenozoico.
El concepto de este renovado museo de historia natural poblano fue concebido por los especialistas del Museo del Desierto, ubicado en Saltillo, Coahuila. Luego de más de dos años de trabajos, abrió sus puertas apenas en enero, y ha resultado de gran atracción para el público, batiendo récord de afluencia con 30,000 visitantes en las primeras dos semanas de su apertura. Siguiendo la propuesta de aquel museo norteño, este nuevo recinto dejó de ser el viejo y añorado continente de animales disecados para convertirse en un moderno museo digital e interactivo, con una colección de auténticos fósiles única en el país.
La misión del museo es educar e inyectar en la conciencia de niños y jóvenes el veneno del conocimiento , afirma el biólogo Arturo González, creador de esta propuesta museística. Precisa que inyectar el veneno del conocimiento es provocar que los niños y jóvenes conecten con algún aspecto de la evolución de la Tierra, sean los dinosaurios, el mamut, los minerales, la diversidad biológica, pero que se les antoje continuar buscando conocimiento a partir de las referencias que da el museo .
El Museo de la Evolución exhibe 612 piezas, entre minerales, rocas, fósiles originales, paleorreconstrucciones y taxidermias. Las piezas se extienden en un espacio de 10,500 metros cuadrados distribuidas en cuatro salas, en los escenarios en que habitaron las especies originalmente. Son diferentes épocas geológicas recreadas con la tecnología multimedia más avanzada para facilitar el carácter didáctico del museo.
El origen de la vida, ?en un acuario virtual
El gran vestíbulo del Museo de la Evolución se transformó en un acuario virtual del Cenozoico para recordar que el origen de la vida tuvo lugar en la profundidad del océano posiblemente hace 4,000 millones de años. Ahí se desarrollaron los primeros organismos unicelulares... ahí se formó la clorofila y ocurrió el proceso de fotosíntesis que da origen al oxígeno. Millones de años después, durante el Cenozoico (65 a 5 millones de años), el agua ya era hábitat de múltiples organismos, desde pequeños peces hasta ballenas o el temido tiburón.
El megalodonte habitó la Tierra hace 15 millones de años. Podía medir hasta 20 metros de longitud y su peso alcanzaba las 47 toneladas. Cálculo realizado por los científicos a partir de los fósiles de dientes que se han descubierto en diversas regiones del mundo, entre ellas México. En el Museo de la Evolución recibe a los visitantes, en su mayoría niños. Su aspecto invita a iniciar el viaje por el tiempo a través de la historia de la vida en la Tierra.
A un lado de la gran pecera del Cenozoico, comienza el recorrido ingresando a un túnel oscuro donde ráfagas de luz muy tenue hasta la iluminación total rememoran el momento crucial del Big Bang: la creación del universo: el instante en que apareció la materia y la energía hace más de 13,000 millones de años a partir de una explosión o expansión causada por un estado extremadamente denso y caliente, explica el biólogo Arturo González, director del Museo del Desierto y creador de este recinto.
A la salida del túnel, pequeñas manos se aglomeran para tocar con la emoción de la infancia ¡fragmentos de meteorito!
Las vitrinas que siguen exhiben una llamativa colección de minerales, algunos colocados dentro de nichos oscuros que permiten apreciar su fluorescencia verdosa, rosada, violácea. La complejidad inorgánica de la Tierra que se formó hace 4,500 millones de años dentro del universo del Big Bang se narra en esta sala: Origen del universo y evolución de la vida.
En seguida de una enorme tabla periódica con los 118 elementos que constituyen la materia en el planeta se abre la puerta de la vida: la membrana celular da paso a la aparición de los primeros invertebrados marinos representados con una amplia colección de fósiles originales traídos a Puebla desde diversas regiones del mundo como Líbano, Estados Unidos y Coahuila.
Lajas de roca de tamaño considerable conservan grabados o incrustados los cuerpos de los trilobites, la hermosa espiral de las amonitas, la forma espigada de los helechos. Luego, la nítida impresión de los vertebrados: el esqueletos de peces, y el paso por la era Paleozoica, durante la cual se desarrollaron infinidad de formas de vida hasta entrar al Mesozoico: la era de los dinosaurios. Ahí comienza la segunda sala.
Los gigantes del Mesozoico
Ésta es una exhibición novedosa porque cuenta la historia de los dinosaurios que se han descubierto en México. En ningún museo de historia natural se ha reunido una colección tan completa de los reptiles gigantes terrestres y marinos que habitaron en el país, estudiados en los últimos años por científicos mexicanos y extranjeros y que ya forman parte del mapa mundial de la evolución de la vida en la Tierra, indica Arturo González.
Montada sobre una plataforma al centro de la sala se halla la imponente paleorreconstrucción del monstruo de Aramberri iluminado por un azul intenso. Es el esqueleto de un pliosáurido: reptil marino que habitó en la Tierra hace 150 millones de años, durante el Jurásico superior. El ejemplar original tomado para elaborar la reproducción fue descubierto en Aramberri, Nuevo León, en 1985. Mide 15 metros de largo: uno de los más grandes pliosaurios descubiertos en el mundo. El monstruo de Aramberri se exhibe rodeado de otras paleorreconstrucciones de dinosaurios mexicanos, como el Coahuilaceratops magnacuerna, descubierto en el 2002 en General Cepeda, Coahuila. Herbívoro de la familia de los ceratópsideos que se caracterizan por tener cuernos en la cara, el Coahuilaceratops fue definido por la comunidad científica como nueva especie. Vivió hace 72 millones de años, durante el Cretáceo.
Otra especie mexicana en exhibición es el Velafrons coahuilensis, característico por su cresta en forma de vela. Pertenece a la familia de los hadrosaurios. Fue descubierto en 1995 y recuperado en el 2002. Habitó en Coahuila a finales del periodo Cretácico, durante la era Cenozoica.
En la sala tres, dedicada a la expansión de los mamíferos, el público llega a la Era de Hielo en Puebla: reconstrucciones a escala natural del mamut con sus inconfundibles defensas curvas; el gonfoterio, similar al mamut pero más pequeño y peludo; el dinoterio y el mastodonte. También se deja ver el león prehistórico, cuya corpulencia se aprecia mucho mayor al africano. La curiosa evolución del caballo americano que se extinguió en el continente y más tarde regresó traído por los conquistadores europeos.
Arturo González explica que la propuesta museológica y museográfica busca acortar la distancia, tan característica en México, entre la investigación y la divulgación y pretende educar al mismo tiempo de estar investigando. Es así que muchas de las piezas se pueden tocar. La luz también es un elemento que ayuda a crear ambientes que involucran emotivamente al espectador con cada pieza, haciéndola sentir viva.
En la sala tres, un atractivo mapping pretende explicar cómo se reconstruye el esqueleto de un mamut a partir del hallazgo de sus huesos aislados: sobre una reconstrucción de su cuerpo completo se proyecta paulatinamente cada hueso de su anatomía hasta completar la totalidad del esqueleto.
En este espacio aparece el hombre: se describe la evolución humana y se presentan reproducciones de los cráneos más antiguos que se han descubierto en territorio mexicano: desde la Mujer del Peñón III y el Hombre de Tlapacoya, de 12,700 y 12,000 años respectivamente, hallados en el Altiplano, hasta la Mujer de las Palmas, de 10,000 años, localizada en un circuito de cuevas inundadas de Quintana Roo, donde recientes descubrimientos comienzan a cambiar la historia del poblamiento de América.
La donación del poblano Juan Naude
En la sala cuatro, Biodiversidad, se halla la génesis del Museo de la Evolución. La historia principia cuando Juan Naude Córdoba, un poblano amante de la cacería, decidió donar su colección de taxidermias conformada por especies de 31 países: la colección inicial del antiguo Museo de Historia Natural, abierto al público en 1981 en el mismo edificio que hoy ocupa el recién estrenado Museo de la Evolución.
Las taxidermias se exhibían en dioramas que daban cuenta del hábitat de donde procedían los animales: piezas entrañables para generaciones de poblanos que visitaron el museo con sus abuelos. Pero en el 2003, cuando el recinto se transformó en un museo interactivo, los dioramas fueron retirados y algunos de los animales colocados en una sección donde poco a poco se deterioraron por la luz del sol y el contacto con los visitantes, explica Arturo González.
Hoy cada pelo de un animal es un reservorio que nos puede ayudar a salvar una especie , afirma el biólogo frente al diorama de África donde se aprecia la corpulencia del rinoceronte, la belleza en la cornamenta de los antílopes y unos tigres en combate. Luego, explica que todas las taxidermias se restauraron y ahora se exhiben bajo las condiciones adecuadas de iluminación y temperatura.
La museografía actual describe los ecosistemas: el público encuentra paisajes congelados habitados por lobos, osos polares y alces. En los bosques, una colección imponente de osos: negro, pardo y el temible grizzli parados en dos de sus patas.
Otros dioramas presentan borregos, aves de zonas desérticas y coyotes.
Luego de ver en las primeras salas de exhibición diversas especias extintas de dinosaurios y al peculiar mamut, Biodiversidad causa un gran impacto. Surge la idea de algo latente: la extinción. ¿Y si estas especies que aún habitan en los ecosistemas del mundo, en un futuro sólo se encontraran en dioramas de museo como ocurre con los dinosaurios? El público se detiene en cada diorama para tomarse una foto con las taxidermias. Los osos causan asombro y provocan una larga fila para captarlos. El recorrido finaliza con el mensaje: la responsabilidad es cuidar estas especies, porque la extinción no es reversible.
Un modelo exitoso
Es preciso recordar que el Museo del Desierto es uno de los casos exitosos donde interviene el Estado y la iniciativa privada, y sus altos estándares lo han convertido en uno de los principales atractivos de Saltillo. Este hecho fue decisivo para que la Secretaría de Cultura federal y el gobierno de Puebla le encargaran desarrollar un proyecto que pusiera en valor una importante colección de taxidermias del antiguo Museo de Historia Natural de Puebla, siguiendo el modelo del museo coahuilense, explica el biólogo Arturo González, director del Museo del Desierto y responsable del proyecto museístico del Museo de la Evolución. Son 15 años de experiencia en los que se han visto las ventajas de tener un museo como el de Saltillo, desarrollado por una asociación civil .
Amigos del Desierto de Coahuila AC es un buen ejemplo de que las asociaciones civiles son fundamentales para ayudar al gobierno a construir proyectos como el que se pudo concretar ahora en Puebla, porque gracias a las redes que ha establecido con la Universidad Nacional Autónoma de México, con el Instituto Politécnico Nacional, con museos de España, Alemania y Francia se logró amalgamar una colección inédita.