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La responsabilidad de las empresas ante el Estado fallido
Hace algunos años se pensaba que la consciencia empresarial consistía en crear fundaciones que apoyaban diferentes causas. Ese modelo ya ha cambiado de manera radical, lo que hoy debemos hacer es desde adentro hacia afuera.
A propósito de la crisis de pobreza de África, desde finales del siglo pasado, se acuñó el concepto de “Estado fallido”, entendido como la incapacidad del aparato estatal de atender a sus ciudadanos, ni siquiera en sus necesidades primarias.
Por supuesto el caso del continente africano y de países como Haití son extremos y han sido materia de ayuda global sin mucha eficacia más allá del asistencialismo básico traducido en algunos casos en apoyos militares extranjeros.
Estamos nosotros, sin embargo, ante un Estado fallido también. Un aparato estatal que se nutre de impuestos y que ha sido completamente incapaz de cerrar la brecha de la pobreza. Por el contrario, la he hecho más seria.
La crisis que vivimos hoy nos recuerda, de manera implacable, la canción de Juan Luis Guerra. El Niágara en bicicleta, donde los médicos se fueron, el alcohol se lo bebieron y el hilo de coser terminó bordado en un mantel. Esto nomás por referirse a la absoluta irresponsabilidad en que ha sido manejada la crisis de salud.
Pero la lista se vuelve mas extensa. Una ausencia de vivienda que lleva a la gente a hacinarse por un techo; una falta de cuidado con el campo que lleva a que por factores, que no son de mercado, los limones se vuelvan incomprables. Respondemos con sarcasmo y frustración.
Pero no se trata este escrito de describir ese Estado fallido que vivimos a diario, de eso ya se ha escrito suficiente y poca atención le han dado quienes tienen la responsabilidad legal de hacer algo.
Por ello los modelos de capitalismos consciente han venido a intervenir en el modelo de empresa, para entender que no sólo se trata de hacer dinero, sino de hacerlo sustentablemente. Hace algunos años se pensaba que la consciencia empresarial consistía en crear fundaciones que apoyaban diferentes causas. Ese modelo ya ha cambiado de manera radical, lo que hoy debemos hacer es desde adentro hacia afuera.
El principio de toda acción de consciencia debe empezar por los colaboradores, por el capital humano que está dentro de la empresa. No basta pagar un salario dentro de los parámetros del salario mínimo, ni siquiera como lo que se ha denominado “salario decente”, debemos ir mucho, pero mucho mas lejos.
Las empresas, sin importar su tamaño deben trabajar, asistir, subsidiar o por lo menos dar acceso a sistemas de salud. No se trata pues de modelos costosos y fuera de proporción, hoy existen empresas que hacen telemedicina de manera muy adecuada y a precios infinitamente menores que cualquier consulta médica individual, casi que una consulta serviría para pagar todo el programa para más de una persona. Los modelos de atención en salud necesariamente deben extenderse a la salud mental, dentro y fuera del ámbito empresarial, especialmente cuando se ha distanciado el espacio físico de la labor como tal.
Pero pensar en la salud de los colaboradores se queda corto de dos maneras: el eje de salud es apenas uno de los ejes del bienestar y desarrollo, y hace de cuenta que el trabajador está solo, cuando pertenece a un núcleo familiar y a una comunidad.
En ese orden de ideas, los esfuerzos de la empresa consciente deben orientarse no sólo al salario, la salud física y emocional, sino también al desarrollo de las personas, a una cultura de trabajo transparente y accesible, a la educación y hasta la recreación. Y esto no sólo para los empleados, sino para su entorno... no puede pensarse en desarrollo o en consciencia cuando no se afronta el problema, su causa estructural y el entorno.
De ninguna manera se pretende que se le deje de exigir al Estado lo que le corresponda, al contrario, esa demanda debe hacerse con mas ahínco. Sin embargo, le corresponde a la empresa, bajo la tutela de las áreas de Capital Humano asegurar ese paso; de lejos más importante que la participación en las utilidades, es la participación en el bienestar. Repartir desde adentro, crecer a la gente desde adentro con una propuesta de valor poderosa y flexible, entendiendo que ya no podemos ver a los soportes como elementos de beneficio o regalo sino como genuinos aportes necesarios para la sociedad dentro de la empresa.
Esta práctica, no sólo va a ayudar a ser una mejor sociedad, a eliminar causas que no han podido eliminarse en este gobierno, sino que será el principal factor diferenciador de la empresa de mañana: una organización de personas que trabajan para personas. Cuidamos al empleado tanto como cuidamos al cliente.
Aceptemos que estamos frente a un Estado fallido, y en ese sentido, sin resignación, salir a hacer lo que nos corresponde hacer cuando tenemos el privilegio del conocimiento, de la jerarquía y del capital.