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El día que una falla fue la peor burla a Hitler
Ucrania, 9 de agosto de 1942. Despertó muy temprano. Seguía vivo. Corría con suerte. Era el día 1,072 de la Segunda Guerra Mundial, domingo, frío. Día de futbol.
Ucrania, 9 de agosto de 1942. Despertó muy temprano. Seguía vivo. Corría con suerte. Era el día 1,072 de la Segunda Guerra Mundial, domingo, frío. Día de futbol.
Los carteles lo habían anunciado semanas antes. Dentro del Estadio Zenit habría una guerra dentro de otra. Se puso la casaca roja que distinguía a su equipo, el FC Start, el de los condenados, el invencible hasta ese momento.
Resultados siempre en su favor, habían cobrado fama en aquella prisión. Uno de sus rivales exigía revancha: el Flakelf. ¿Su alineación?, la Fuerza Aérea alemana. El marcador podría variar, el ganador no estaba a discusión.
Siempre que miraba un balón rememoraba sus antiguos años como futbolista profesional. Esta vez no. En esta ocasión los tenía que olvidar.
La advertencia de muerte llegó hasta su vestuario antes de iniciar el encuentro. La posibilidad de que él y su equipo salieran triunfantes se había esfumado. Adolf Hitler estaba en las gradas.
Entrando al recinto su mirada viró directo a las gradas, ahí observó al Führer, imponente, altivo, orgulloso. Su presencia le infundió miedo, no le fue fácil elegir entre una victoria o la vida. La sensación de sentirse superior ante su verdugo, por una sola vez le era demasiado seductora.
Les habían advertido el saludo a Adolf, ahí se suscitó su primer acto de rebeldía, su brazo fue al pecho y sus honores al deporte. Fitzculthura (Viva el deporte) fue su grito.
El inicio fue complicado. El conjunto alemán contaba con 12 jugadores, el árbitro, por supuesto, era parte de su equipo. El juego transcurrió bajo humillaciones y una pelea de fuerza corporal más que deportiva.
Cuando el partido estaba a punto de culminar, el marcador iba 5-3 en favor del Start. Ni él ni sus compañeros habían meditado en algún momento las amenazas de muerte. Dentro de ese estadio, durante esos minutos sólo era él, el balón y su rival, el peor de todos.
Entonces, la de cuero cayó a los pies de nuestro protagonista. Esquivó a un rival, dos, tres y por último el arquero. Se detuvo frente a la portería, con el empeine giro el esférico y, luego de un zapatazo, lo envió al centro de cancha.
Fue una burla, fue la primera vez que no anotar le brindó tanta satisfacción. Fue mejor que impactarlo contra las redes. Fue su propia revancha.
Su nombre era Alexei Klimenko, jugador profesional del club Dinamo de Kiev y jugador aficionado del FC Start. El equipo que le ganó en el día 1,072 de la Segunda Guerra Mundial una disputa a Hitler.