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El obsesivo campeón del Tour de Francia

Su primer jersey amarillo fue un obsequio de un ciclista keniano; años después, ganaría en Francia.

¿Qué tan largo es el camino de Kenia a París? Si usted empieza a hacer cuentas y a contar los 6,411 kilómetros que deben ser recorridos entre el país y la ciudad francesa, quizá tenga que repensar un poco las diversas aristas con las que se puede mirar esa distancia.

Imagine ahora a un niño de 13 años. Keniano. ¿Lo imagina corriendo? No es raro, si se considera que uno de los deportes más importantes en aquel país es el atletismo y que los mejores fondistas del planeta provienen de aquella región.

Pero éste del que le hablo no. Imagine a ese pequeño en una vieja bicicleta de montaña (prestada por uno de sus profesores) al que apenas le alcanzan los pies para llegar a los pedales y, no obstante, pedalea. Fuerte, constante y con tanta exigencia de sí mismo que, algunos que lo miran, consideran que, en cualquier momento, se desmayará.

Se llama Chris Froome y a sus 13 años, pocos imaginan lo que, en su edad adulta, podrá conseguir. Ni siquiera él mismo, cuando fue impulsado por David Kinjah, un ciclista profesional keniano, que en ese momento soñaba con competir en el Tour de Francia y ganarlo y que por ello, le regaló una réplica del jersey amarillo, de segunda mano, a Chris, para que un día entendiera lo que el maillot amarillo era , confesó Kinjah en una entrevista para el sitio Roadcycling.

El primer contacto de Froome con el ciclismo se dio cuando tenía siete años, luego de que su padre le obsequiara una bicicleta que utilizaba como medio de transporte. Seis años después, sus padres se separaron y Chris se fue a vivir a Johannesburgo, donde asistió a la escuela.

Allí cambió su bicicleta de la infancia por una de montaña y comenzó a competir en carreras los fines de semana. Una de ellas era benéfica y aunque a mitad de la competencia se cayó, logró recuperarse y cruzar la meta en el primer sitio. Ahí fue cuando conoció a Kinjah.

Froome se convirtió en parte del proyecto Safari Simbaz, de Kinjah, que tiene como objetivo descubrir jóvenes talentos ciclistas de Kenia.

Pero el precio que solía pagar por estar en el grupo era bastante caro... agotador. Kinjah, al ser un ciclista profesional, llevaba al grupo de chamacos a pedalear a montañas de unos 2,000 metros de altura sobre el nivel del mar, en épicos entrenamientos de hasta 200 kilómetros diarios.

Era brutal , confesaba ya en su adultez Froome. No le recomendaría a ningún chico de 15 años ahora .

Sin una historia dramática de pobreza como la de algunos atletas de su país, el principal problema de Chris era -y es- su extrema obsesión: si se fijaba en algo, todo su tiempo lo dedicaba a ello. Cazar mariposas y quería ser el mejor cazador. Pescar y quería ser el mejor pescador. Rodar y convertirse en el mejor ciclista.

Y aunque no era sencillo, la persistencia fue la clave. En el 2006, cuando pudo haber debutado con la selección sub-23 en el campeonato del mundo, diversos problemas logísticos impidieron su estreno.

Luego, tras su primer contrato como profesional con el Barloworld y la primera oportunidad de participar en el Tour de Francia, su madre murió a causa del cáncer, justo 10 días antes del arranque de la carrera.

En el 2010, cuando el futuro parecía verse claramente tras fichar con el prestigioso equipo Sky, fue diagnosticado con esquistosomiasis, una enfermedad en la que al cuerpo entran larvas que atacan los glóbulos rojos, lo que causa fatiga y fiebres altas. El mal se lo descubrieron en el 2011 y desde ahí comenzó un estricto tratamiento, que no culminó sino hasta hace poco.

Pero todo valió la pena cuando, en el 2013, en la edición 100 del Tour de Francia, Froome mostró su supremacía, dejando atrás a fuertes rivales, como Alberto Contador o Nairo Quintana, justo en la etapa reina del Mont Ventoux. Escalando, con los pulmones a punto de estallar, con las piernas ardiendo, con la espalda llena de dolor, siguió empujando y consiguió su primer Tour.

Pero no sería el último. El año pasado, a sus 30 años, Chris volvió a coronarse en la ronda gala, mostrando así que el primer título no había sido producto de la casualidad.

Pese a sus logros, Chris no ha sido totalmente reconocido como el gran ciclista británico que es, pues vive a la sombra del Sir Bradley Wiggins.

Hoy, es uno de los candidatos firmes a ganar el Tour. Y si lo logra, allá en lo más alto, se reirá de los insultos de los aficionados, de las acusaciones de dopaje, del aficionado que le echó orines en la cara, del que le hizo el corte de manga, del que lo escupió en el ascenso y de todos los que no aceptan que fue el más fuerte, el mejor, el campeón del Tour.

cristina.sanchez@eleconomista.mx

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