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Sara Sorribes: la niña del éxito en silencio
El 2021 significó su primer título, pero es consecuencia de más de 20 años ligada al tenis; la pandemia le reforzó la idea de disfrutar el día a día, porque ella ya lo hacía desde antes con la familia o en la montaña.
En la historia del deporte, las reacciones más comunes tras un campeonato son festejar, agradecer, reír y llorar. Sara Sorribes no fue la excepción a esas reacciones, pero ella agregó algo más que no es tan frecuente.
Después de coronarse campeona en el Abierto WTA 250 de Zapopan 2021, el primer título de su carrera, mencionó en una entrevista: “Lo que tengo que ser ahora es ser aún más humilde”. Son pocos los atletas que citan a la humildad en su máximo momento de júbilo y más aún cuando tienen menos de 25 años, pero en realidad Sara ha hecho de la humildad uno de sus principales cimientos.
Nacida en el municipio valenciano de La Vall d'Uixó, en el este de España (el 8 de octubre de 1996), a menos de 10 kilómetros del Mar Mediterráneo, ha escrito su historia en el tenis con éxitos en silencio. Con 14 años, se convirtió en la española más joven en sumar puntos para la WTA y ahora, a sus 24, asume su primer título con serenidad y hambre de más.
“A veces ganar un título o estar en un buen momento te puede hacer creer que tienes que ganar el siguiente partido de forma fácil o que estás mejor que tu rival, por eso creo que cuando las cosas te van bien, todavía tienes que ser más humilde porque te van a querer ganar todavía más y las cosas se ponen más difíciles. Hay que tener mejor actitud”, señala Sara en charla con El Economista desde el Abierto GNP Seguros, donde ya es una de las mejores ocho participantes.
A Sara le cuesta asumirse como un referente del tenis en la actualidad: “cuando me llega un mensaje como de ser referente o ejemplo, me sorprende e incluso me sonroja”. Prefiere enfocarse en trabajar como lo ha hecho desde los 12 años, cuando ingresó a la Academia TenisVal y tenía que recorrer 60 kilómetros desde casa a partir de las 6:30 de la mañana.
“Me sigo considerando la misma niña que empezó a jugar al tenis en un pueblo pequeñito, que le encanta la raqueta y que se la pasa feliz en donde está”, dice la tenista española número 17 en ganar un torneo del circuito femenino y quien, además, ha participado en 15 partidos de los cuatro Grand Slams desde 2015.
Desde su primera competencia mayor en 2010, ha ganado 1.9 millones de dólares en premios, tiene un balance de 304 triunfos por 199 derrotas y ha alcanzado la posición 57 del ranking mundial, la mejor de su trayectoria; entre sus víctimas se encuentra la actual número 1 del mundo, la japonesa Naomi Osaka, a quien derrotó en febrero de 2020.
Pero nada de eso le ha hecho perder el piso: “Por mi mente pasa seguir mejorando, mejorar el saque, el revés, la derecha, el físico y todo. Ese es mi único objetivo, que al final es lo que me ha llevado hasta aquí, es la forma de entrenar y vivir en la que yo creo y me gusta verlo así todo: levantarme y querer mejorar, querer aprender cosas nuevas cada día. Es en lo único que me centro porque creo que los resultados son una consecuencia del trabajo bien hecho”.
Siempre agradece a sus entrenadores, Silvia Soler y Paco Fogués, pero también a su familia, amigos y hasta a la pandemia, ya que gracias al confinamiento pudo pasar más tiempo en casa y revalorar la frase “vivir el presente”:
“Personalmente, (la pandemia) me ha ayudado mucho a vivir el día a día: el no poder planificar, el no saber qué va a pasar dentro de una semana, si vas a poder competir, si al final se va a cancelar el torneo, si vas a dar positivo y no va a poder jugar, al final eso te hace vivir momento a momento y disfrutar todo lo que estás haciendo”.
Ese día a día recibió su máximo premio cuando terminó el duelo ante la canadiense Eugenie Bouchard en el pasado Abierto de Zapopan y se tiró al suelo con las manos en el rostro; su mirada, contagiada de felicidad, no perdía la vista del futuro, en el que espera seguir con éxito forjado en la humildad. Después de todo, México es una tierra conocida para ella desde los 16 años, cuando compitió en un mundial juvenil en San Luis Potosí.
Pero para seguir escalando, necesita de su otro cimiento: la tranquilidad. Describe que gracias a esa faceta de su personalidad no le fue difícil sobrellevar el confinamiento, pues dice que siempre ha sido una persona muy tranquilidad y que ese espacio le sirvió para convivir más con su familia.
“No necesito hacer demasiadas cosas para estar bien. Siempre lo digo, pero es verdad: soy feliz con poco, con lo mismo de siempre, estando con mi familia, con la gente que quiero, tomando café o con una buena comida, me encantan esos momentos y es lo que más disfruto. Cuando estoy en casa, intento ir a la montaña, desconectar, salir a andar y estar con un niño pequeño (hijo de una amiga) que la verdad me hace estar fuera de todo el mundo”.
Sara Sorribes es aficionada del equipo de futbol Villarreal, al cual tiene a un lado de su casa en Valencia. También admira a Justine Henin, Ana Ivanovic y David Ferrer. Pero lo que más fuerza le da es su propia tranquilidad y disciplina. Nada más.
“No tengo problema por no tener demasiada atención mediática. Soy bastante tranquila, me gusta estar con mi gente, hacer poquito, pero todo muy de corazón. No necesito grandes cosas y ese tema no me preocupa mucho”, le dijo a AS después de su título en Zapopan y lo repitió a El Economista una semana después desde el Abierto de Monterrey.
Después de todo, Sara sigue siendo la niña que construye su éxito en silencio, pero con una enorme sonrisa que dice más que mil palabras.