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Se ahogan Yahel y Julián en el trampolín

Yahel Castillo y Julián Sánchez culminaron en séptimo lugar con 415.14 puntos.

Londres. Hay que secarse bien el agua para volverse a tirar un clavado, un buen clavado. Una lección aprendida por aquellos que han hecho del agua su vida. Ayer, los mexicanos Yahel Castillo y Julián Sánchez despertaron de golpe -golpazo- de un idilio en el que se habían enfrascado México y los saltos ornamentales en los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

El lunes, cuando la disciplina debutó en la justa veraniega, la delegación tricolor subió al podio con una plata en plataforma varonil sincronizada, de la mano de Germán Sánchez e Iván García, y un día después, Paola Espinosa y Alejandra Orozco se quedaron con el subcampeonato en la rama femenil.

Pero de la vida hay que aprender muchas lecciones y la de ayer, para Castillo y Sánchez, fue no volver a confiarse. No. Y es que ésa es la primera regla que existe para no ahogarse: no desesperarse. La dupla mexicana pronto supo, en la prueba del trampolín de tres metros sincronizado, que había fallado a esa sencilla y básica norma.

La esperanza que invadía el Centro Acuático de Londres se permeaba al trampolín. Sería una competencia dura, bien lo sabían los nacionales, porque los chinos Yutong Luo y Kai Qin, como siempre, serían el rival a vencer.

Y el inicio fue bueno para los mexicanos en las primeras dos rondas, con calificaciones que los ubicaron en la segunda posición. Vendría el tercer salto, su mejor ejecución, con 86.70 puntos que los mantenía en el podio. Pero algo sucedió. Un momento de desconcentración acaso, nervios, presión... Para el quinto salto, Yahel y Julián se desesperaron. Se ahogaron. Apenas 65.10 puntos lejos de los 104.88 que, perfectos, consiguieron Luo y Qin, asegurando la medalla de oro.

Rusia en la pareja de Ilya Zakharov y Evgeny Kuznetsov se quedaría con la plata, mientras que EU con la dupla de Troy Dumais y Kristian Ipsen alcanzó el bronce. Y punto final. Ya no habría más ilusión, ni esperanza, ni nada de todo eso que justamente se habían saboreado dos días atrás. Simplemente porque ayer, de un salto, los mexicanos despertaron de su idilio.

cristina.sanchez@eleconomista.mx

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