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Una final que tuvo 196 emociones en 120 minutos
En 120 minutos que duró el partido existió un mosaico de emociones que pudo haberle provocado un infarto a cualquiera.
¿Su corazón es capaz de resistir 196 emociones en 120 minutos? ¿Pasar de la alegría a la desesperanza; de la inminente derrota a la gallardía que otorga levantarse desde el fondo? Todo eso provocó ayer la final entre América y Cruz Azul, en la que los americanistas disfrutaron el triunfo.
En 120 minutos que duró el partido existió un mosaico de emociones que pudo haberle provocado un infarto a cualquiera.
El Economista se dio a la tarea de hacer un recuento de las emociones que generó el partido final en los 120 minutos y los ocho disparos desde el punto penal, tomando en cuenta los gritos que generaron los equipos con cada una de las jugadas en la cancha, reclamos, insultos y todo tipo de expresión.
Entre gritos de aliento, injurias, reclamos y goles; la final del futbol mexicano entre América y Cruz Azul arrojó que 196 ocasiones los gritos emanarán de las gargantas de los aficionados, quienes nunca permitieron que el estadio permaneciera en silencio.
La taquicardia fue un síntoma que afloró en los asistentes al juego final; para los americanistas que empezaron con un ímpetu descomunal que comenzó tres horas antes del partido, desde el camino rumbo al estadio. Sin embargo, las circunstancias del partido arrojaron que al minuto 14 la desesperanza apareciera en el umbral de emociones de los aficionados, con la expulsión de Jesús Molina.
Posteriormente, el gol de Teófilo Gutiérrez terminó por sucumbir los ánimos americanistas y, a pesar de nunca silenciar, la intensidad sí disminuyó. Por el contrario, los celestes pasaron a la euforia de sentir la copa.
Cuando Alejandro Castro empujó el balón a su portería hubo un cambio drástico en las emociones de ambas aficiones; mientras los celestes se desmoronaban, América retomaba fuerzas.
La afición de América ejerció su labor: medrar con gritos, burlas y presionando cada jugada. El contraste de sentimientos fue sellado con el grito al unísono de la afición al momento de que Aquivaldo Mosquera levantó el trofeo de campeón.