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Privados impulsan inversión física a su mejor nivel desde el 2017; el sector público queda a deber

Durante el primer trimestre del 2023, la inversión física representó 22.2% del PIB de México, con lo que tuvo su mejor nivel desde el 22.3% observado en el mismo lapso del prepandémico 2017, cuando tuvo lugar el último pico.

Foto: El Economista

Durante el primer trimestre del 2023, la inversión física representó 22.2% del PIB de México, con lo que tuvo su mejor nivel desde el 22.3% observado en el mismo lapso del prepandémico 2017, cuando tuvo lugar el último pico. Durante el primer trimestre del 2023 la inversión física de la economía mexicana como proporción del PIB alcanzó su nivel más alto desde el 2017, con un fuerte impulso de su componente privado; medida con cifras desestacionalizadas, la inversión todavía no rebasa el nivel previo a la pandemia, pero está ya muy cerca.

Gracias al impulso privado y casi tres años después de la irrupción del Covid-19, medida como proporción del Producto Interno Bruto (PIB), la inversión física en la economía mexicana muestra ya una recuperación decidida en el inicio del 2023. El empuje del sector público aún queda a deber.

De acuerdo con cálculos de El Economista realizados a partir de información reportada por el Inegi esta semana, de enero a marzo pasado, la inversión física representó 22.2% del PIB de México, con lo que tuvo su mejor nivel desde el 22.3% observado en el mismo lapso del prepandémico 2017, cuando tuvo lugar el último pico.

Para poner en perspectiva el dato: la lectura del primer trimestre del año fue 1.8 puntos superior a la del último trimestre del 2022 (20.4% del PIB) y 4.6 puntos mayor a la del bache del último trimestre del 2020 (17.5% del PIB), cuando se sufrían las peores secuelas de la pandemia.

También para tener en cuenta: desde 1993 —fecha más antigua disponible con datos homologados— el pico de la inversión fue en el último trimestre del 2008, con un nivel de 23% del PIB.

La inversión física es uno de los cuatro componentes de la demanda agregada de cualquier economía (los otros son el consumo privado, el gasto gubernamental y las exportaciones) y es el que mayor incidencia tiene en la capacidad de crecimiento de la economía en el largo plazo, al determinar las dimensiones y calidad de la planta productiva del país en cuestión.

En México, en junio del 2019, el gobierno federal y el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) firmaron el Acuerdo para Promover la Inversión y el Desarrollo Incluyente, que planteó como meta elevar la inversión total en el país a un nivel sostenido de 25% del PIB, cuantía que, se dijo, sería suficiente para llevar el crecimiento de la economía a un ritmo de 4% anual.

“Nos hemos propuesto hacer que la inversión total vaya hasta el 25% del PIB, esto significa que vamos a trabajar, no de un día para otro, evidentemente, sino que en los próximos dos años vamos a hacer una inversión de 35,000 millones de dólares”, dijo en ese momento Carlos Salazar, presidente entonces del CCE.

Puntualmente, la iniciativa privada se comprometió a aportar 20 puntos del PIB, y se sugirió que el gobierno debía aportar los cinco puntos restantes para alcanzar la meta.

¿Cómo fueron las aportaciones en el primer trimestre?

De enero a marzo pasado, la inversión privada alcanzó un nivel de 19.3% del PIB, su mejor nivel desde el primer trimestre de 1999, cuando se anotó 19.8% del PIB.

En tanto, la inversión pública fue de 2.9% del PIB, aporte que representa una mejora frente al 2.5% del último trimestre del 2022 o, frente al 2.3% del último bache del indicador (abril-junio del 2021), pero que se queda lejos de la meta de 5% planteada en junio del 2019.

Y queda más lejos aún del pico de 6.2% del primer trimestre del 2009, cuando en medio de la crisis económica detonada por la burbuja inmobiliaria de aquellos años, el gobierno mexicano mantuvo niveles de inversión superiores, en promedio, a los cinco puntos porcentuales del PIB.

Nearshoring, el motor

La mejora en las perspectivas de inversión privada de la economía mexicana se da en medio del optimismo por el nearshoring, que promete ser el principal motor de la inversión física en los próximos dos años.

Con el ánimo de compactar cadenas productivas y acercarlas al mercado estadounidense por motivos que van desde la seguridad geopolítica y logística hasta la reducción de la huella de carbono del transporte, la llamada relocalización de plantas productivas está movilizando capitales productivos a México, aprovechando su integración con Estados Unidos, gracias al T-MEC.

“La mayor parte de los productos hechos en México que abastecen el mercado estadounidense provienen de empresas estadounidenses o europeas que buscan agregar nueva capacidad en México; en el último año, Tupperware, Hasbro, Tesla y Mattel han anunciado planes para aumentar la producción mexicana”, dijo el jueves la consultora Kearney en un estudio sobre las tendencias del nearshoring.

Y añadió que “estamos crecientemente viendo compañías chinas manufacturando productos terminados en México para atender a sus consumidores estadounidenses, inmunizándose así contra un empeoramiento de las relaciones entre Estados Unidos y China”.

El fenómeno de relocalización de inversiones es una bocanada de aire fresco para la perspectiva de inversiones del país, luego de un desalentador inicio del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, marcado por la desconfianza que generó la cancelación de la obra del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en Texcoco, México, o la cancelación de la construcción de una planta cervecera de la empresa estadounidense Constellation Brands, en Mexicali, Baja California, al alegar problemas con el abasto de agua en la región.

Editor de Empresas y Negocios en El Economista

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