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Crisis eterna

Hace un par de años escribí: las crisis no se pueden evitar, son resultado de la condición humana de cometer errores. Pero es posible controlarlas, contener sus efectos y, en todo caso, convertirlas en oportunidades. Para hacerlo, se necesita disciplina, constancia y visión de largo plazo

Traigo esto a colación debido a que dentro de cuatro meses se cumplirán ocho años de la quiebra de Lehman Brothers, uno de los bancos de inversión más prestigiados del mundo y cuya fundación data de 1850. El 15 de septiembre del 2008 se declaró la desaparición de esta firma, dando inicio formal a la peor crisis económica que el mundo haya vivido desde la Gran Depresión de los años treinta.

La mala noticia es que esta crisis ya parece eterna y el mundo está lejos de enarbolar la bandera de la victoria; es más, es altamente probable que se cumpla una década de crisis económica debido a que las condiciones de crecimiento global continúan deteriorándose.

No sólo las economías avanzadas, exceptuando Estados Unidos, sino también el bloque de países emergentes muestran profundos indicios de desaceleración o, en el mejor de los casos, de estancamiento. Incluso países como Brasil y Rusia se encuentran en franca recesión, por lo que el contexto externo anticipa la persistencia de incertidumbre y volatilidad en los mercados financieros.

Las fuentes de inestabilidad han ido mutando a lo largo de los últimos años y, como todo virus mutante, se han hecho inmunes a muchas de las vacunas tradicionales de política fiscal y monetaria, lo que ha hecho necesario instrumentar medidas de corte heterodoxo que tienden aliviar algunos males y propiciar otros tantos, prolongando la actual crisis económica.

Aunque la crisis iniciada en Estados Unidos tuvo múltiples causas, existe un amplio consenso en dos temas que jugaron un papel preponderante en el surgimiento y desarrollo de la crisis del 2008.

La primera tiene que ver con el hecho de que el origen se encuentra mucho antes del 2008 ; el segundo, con que la política monetaria altamente expansiva seguida por la Reserva Federal de Estados Unidos tuvo, por decir lo menos, mucho que ver con la explosión de la crisis hipotecaria hace ocho años.

Haciendo un poco de historia, habrá que recordar que en el 2000 se presentó una primera burbuja en el mercado de valores de Estados Unidos, sustentada en el fuerte crecimiento de las acciones de las empresas relacionadas con Internet. El grupo de emisoras conocidas como dotcom tuvieron un gran auge ante la expectativa de que las ganancias de este grupo de empresas seguirían mostrando una tendencia alcista.

La respuesta de la Reserva Federal para controlar el crecimiento de la burbuja de Internet fue relativamente tibia. Las tasas de interés se incrementaron tan sólo 125 puntos base, de 5.25% en enero de 1996 a 6.5% en mayo del 2000, por lo que la burbuja accionaria siguió creciendo de manera exorbitante ante la complacencia de las autoridades financieras de Estados Unidos.

Pronto quedó claro que ese nicho de mercado estaba saturado y que el precio de las acciones no correspondía con la calidad fundamental de las empresas, lo que ocasionó que la burbuja de Internet se rompiera a finales del año 2000.

Esta crisis en el mercado de valores llevó a que las autoridades monetarias actuaran recortando las tasas de interés de manera muy agresiva con el propósito de evitar una crisis de mayores proporciones. De esta forma, la tasa de referencia pasó de 6.5% en mayo del 2000 a 1.75% al cierre del 2001.

Posteriormente, ante los acontecimientos del 11 de septiembre en el WTC de Nueva York, la Fed decidió recortar aún más la tasa de interés, ahora hasta 1% en julio del 2003, nivel en el que se mantuvieron hasta mediados del 2004, cuando inició nuevamente el ciclo de alza. Con todo, los drásticos recortes en las tasas de interés no impidieron que el precio de las acciones en Estados Unidos cayera 40% al cierre del 2002.

La consecuencia inmediata de mantener el costo del dinero tan bajo fue una demanda exorbitante de créditos. Frente a una política gubernamental que impulsó deliberadamente la filosofía de que todos los estadounidenses debían de tener casa propia como un reflejo de bienestar y prosperidad de la sociedad americana.

Se estima que en el 2005, 40% de todas las casas que se compraron fue como opción de inversión, es decir, no fueron para ser habitadas sino para aprovechar las enormes facilidades que los bancos ofrecían a los acreditados, práctica que significó un crecimiento exponencial en los niveles de aplanamiento de los consumidores.

Evidentemente, una buena parte de los recursos de la banca fueron canalizados a personas con baja o nula calidad crediticia, ya fuera por tener poco tiempo en su trabajo o por tener ingresos muy bajos, lo que potencialmente era una bomba de tiempo en el escenario de que alguno de los elementos de la ecuación se colapsara.

De manera paralela al fuerte crecimiento en el consumo, se registraron mayores presiones inflacionarias. La tasa anual de crecimiento en los precios pasó de 1.1% a mediados del 2002 a casi 5% en septiembre del 2005, lo que derivó en la instrumentación de una política monetaria altamente restrictiva.

De esta forma, la tasa de interés de los bonos federales se incrementó de 1% en junio del 2004 a 5.25% en junio del 2006, lo que impactó las finanzas de los consumidores y posteriormente las de los bancos. Este contexto se reflejó en un menor dinamismo económico y crecientes indicies de desempleo.

Ahora, el mundo enfrenta nuevos retos en el horizonte: la caída en los precios del petróleo y dudas sobre la verdadera capacidad de recuperación de la mayor parte de países avanzados y emergentes. Así, más que nunca es importante aprender a ver la volatilidad con serenidad y convertir las crisis en oportunidades.

*Manuel Guzmán es director de Asset Management en Monex Grupo Financiero.

mguzmanm@monex.com.mx

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