Buscar
Opinión

Lectura 8:00 min

Círculos íntimos

La visita del Presidente de México a Estados Unidos fue exitosa. Andrés Manuel López Obrador dio un buen discurso en la Casa Blanca. Comunicó claramente una visión de prosperidad para América del Norte y firmó con el presidente Donald Trump una declaración conjunta. El T-MEC entró en vigor y ahora viene el trabajo de implementación.

Más allá de los malos pronósticos y el análisis de la comentocracia mexicana en relación con el riesgo de la visita, me sorprendió el tiempo, las líneas y la especulación que se dedicaron a identificar quiénes eran los empresarios mexicanos invitados a la cena en la Casa Blanca y por qué no se invitó a otros. ¿Se trató de un “círculo íntimo” del presidente de México?  ¿Cuál sería la conversación del “círculo íntimo” con el presidente antes y después de la cena? ¿Por qué no invitó a las organizaciones empresariales que realmente ayudaron a negociar el T-MEC? ¿Están fuera del “círculo íntimo” del presidente?

Toda la discusión en la prensa sobre quiénes fueron incluidos y excluidos de la lista de invitados me recordó una experiencia de hace muchos años que es una lección de vida.

En mayo de 1987, mi último semestre de la maestría en políticas públicas en la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard, tomé un curso con Roger B. Porter sobre “Management of Federal Policy Development”. Porter es un profesor extraordinario, con experiencia académica y administrativa en la Casa Blanca, donde trabajó para los presidentes Ford y Reagan. Escribió un libro clásico, Presidential Decision Making: The Economic Policy Board. Al final de la última clase nos repartió a cada uno de sus alumnos una fotocopia de un documento y nos dijo: “no lo lean ahora, ni mañana; guárdenlo y léanlo cuando ya regresen a sus ciudades o a sus países de origen, cuando ya tengan trabajo y estén listos para iniciar una nueva etapa. Seguramente los hará reflexionar”.

Todos los estudiantes estábamos en los días de euforia porque finalizaba el semestre y algunos terminábamos ya nuestra maestría. Así que puse las fotocopias que nos dio Porter en la carpeta del curso, guardé todo en una caja y no volví a verla hasta que me establecí en la Ciudad de México.

El 1 de julio de 1987 inicié mis labores en la SEP como director de Planeación del Centro de Procesamiento Arturo Rosenblueth. Era una muy buena oportunidad para iniciar mi carrera de servidor público. Yo había hecho mi servicio social en 1985 ahí, en Planeación Educativa. Vivíamos una época de efervescencia política previa a la nominación de quien sería el candidato del PRI a la Presidencia de la República.

Una tarde de sábado, arreglando las cajas que traje de Harvard, me encontré el documento que Porter nos había entregado el último día de clases. Me puse a leerlo. Se trataba de uno de los ensayos más memorables de C. S. Lewis, “The Inner Ring” (El círculo íntimo).  C. S. Lewis (1898-1963) fue Profesor de Literatura Medieval y del Renacimiento en la Universidad de Cambridge.

El texto era una de sus conferencias magistrales ante los alumnos de la Universidad de Londres en 1944. Describe la experiencia y el deseo de todos los seres humanos quienes, en diversas etapas de la vida, buscan sin cesar ser aceptados dentro del “círculo íntimo” de cualquier grupo que les importe en ese momento. Para muchos, la vida es una lucha continua por entrar a círculos íntimos, uno tras otro.

Percibirse excluido del “círculo íntimo”, o fuera de él, es un sentimiento insoportable para algunos. Y el deseo de estar dentro puede hacer que muchos digan cosas que de otra manera no dirían, o que no digan lo que deberían decir. Este deseo de estar dentro del círculo íntimo al que se aspira puede afectar trabajo, afiliaciones políticas, relaciones en la comunidad.

C. S. Lewis dice: “creo que, en la vida de todos los hombres en ciertos períodos, y en la vida de muchos hombres en todos los períodos entre la infancia y la vejez extrema, uno de los elementos más dominantes es el deseo de estar dentro del círculo íntimo y el terror de quedarse fuera de él. En la escuela, puede desear estar en el gobierno estudiantil, en un equipo deportivo, en un club o, simplemente, ser aceptado por los chicos “geniales”. En la universidad tal vez el deseo de ser parte de una fraternidad. En el trabajo, tal vez el deseo sea ser socio en un despacho de abogados, obtener una promoción o ser parte del equipo ejecutivo de una empresa”.

El problema no radica en ese proceso natural de la vida. Entrar y salir de círculos íntimos no tendría nada de malo. Sin embargo, como dice Lewis: el deseo y la perversidad que nos lleva a penetrar los círculos íntimos puede ser peligroso. “A menos que usted tome medidas para evitarlo, este deseo será uno de los motivos principales de su vida, desde el momento en que ingresa a su profesión hasta que es demasiado viejo para preocuparse de ello”.

Todo esto es una llamada de atención para los políticos. ¿Se lamentan por quedarse fuera de los círculos a los que nunca pueden entrar? ¿O celebran al entrar triunfalmente a uno y a otro sin saber realmente para qué lo hacen?

El político, en su carrera ascendente, siempre va a tener opciones que se le presentarán en cruces de caminos. Puede avanzar por el camino de la virtud o por el camino del vicio. Pero si su única guía es la ambición de penetrar círculos íntimos, ser un personaje reconocido, llegar a puestos más altos, entonces seguramente seguirá por el camino que le permita ser admitido, aunque no sea ético, sea cual fuere la consecuencia. Eso le generará una gran satisfacción.

Y así puede ceder a propuestas o compromisos que lo llevarán a uno y otro círculo íntimo más. En esa lucha diaria, el primer análisis y pensamiento se tornan en acciones, luego se vuelven hábitos, que la repetición los convierte en carácter y finalmente en destino. Aquí entra la disyuntiva entre los políticos que se convierten en almas grandes y los que se quedan con la simple etiqueta de sinvergüenzas, pusilánimes, que caen en las garras de la corrupción.

Lo peor de todo es que aquél que logra ingresar al círculo íntimo se dará cuenta que la satisfacción no dura por mucho tiempo. Lewis dice: “mientras esté gobernado por ese deseo, ese individuo nunca obtendrá lo que desea”. Penetrar círculos íntimos es una tarea semejante a la de pelar una cebolla; quitas aros y aros, capas y capas y, si tienes éxito, descubres que no hay nada en el centro, porque al final de tu tarea no quedará nada.

Si logra meterse al círculo, la emoción inicial del político no durará. Tarde o temprano tendrá que buscar una nueva puerta, ventana o rendija para ingresar a otro. El que quiera seguir pelando cebollas y penetrando círculos íntimos no será reconocido hasta que conquiste el miedo de ser un desconocido.

El político que tiene el alma grande no debe desear ingresar a los círculos íntimos. Mejor debe hacer un trabajo excepcional y su capacidad lo pondrá en el centro del círculo que realmente importa. El trabajo debe ser el fin del político, el servicio a la gente, la creación de valor público. Ese esfuerzo es lo único que será reconocido por los demás. Tal vez no gane fama ni fortuna ni influencia, pero sí el respeto de todos. Los resultados y el trabajo eficaz conducen al político a la amistad con otros políticos que ven las mismas verdades y valoran las mismas cosas. Ese no es un círculo íntimo, sino un círculo virtuoso. El poder es para hacer el bien y crear valor público.

*Javier Treviño Cantú es director de Políticas Públicas del CCE.

Twitter: @javier_trevino

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Últimas noticias

Noticias Recomendadas