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Cómo los ahorros chinos pueden respaldar la transición verde global

Green,Energy,World,(3d,Rendering)Copyright (c) 2019 lassedesignen/Shutterstock. No use without permission., Shutterstock

La alta tasa de ahorro de China –y el exceso de capacidad industrial al que inevitablemente conduce– deben verse no como un problema que hay que resolver, sino como una oportunidad que hay que aprovechar. La UE, en particular, debería dar la bienvenida a los productos verdes baratos de China, para aprovechar así los ahorros chinos para reducir el costo de la transición a la energía limpia.

MILÁN. Las tensiones vuelven a estar en aumento en el sistema de comercio global y China se está volviendo el blanco de críticas desde muchos lados. La secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, ha instado a los aliados orientados al mercado a presentar un “muro de oposición” al país por su exceso de capacidad industrial que, según su punto de vista, es el resultado de subsidios estatales generosos y otras políticas industriales. De la misma manera, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha llamado a tomar medidas contra los “productos subsidiados” chinos, desde vehículos eléctricos (VE) hasta acero, que están “inundando el mercado europeo”.

El problema es que gran parte de los ataques se centran en acciones específicas del gobierno chino, como la reciente demanda de los reguladores chinos de que las instituciones financieras aumenten el crédito a industrias estratégicas, como la inteligencia artificial, y a la fabricación verde. Pero estas medidas están destinadas a tratar los síntomas de un desafío más profundo: un exceso de ahorros chinos.

La tasa de ahorros nacional de China se mantiene persistentemente cerca del 45% del PIB, comparado con alrededor del 26% en la Unión Europea y menos del 17% en Estados Unidos. Durante décadas, estos ahorros se canalizaban, principalmente, hacia la inversión inmobiliaria y en infraestructura, que durante mucho tiempo representó el 25-30% del PIB aproximadamente. Pero los hogares chinos tienen una superficie habitable per cápita de más de 41 metros cuadrados, tanto como el europeo promedio, y China cuenta con una infraestructura de transporte altamente desarrollada, con más líneas de trenes de alta velocidad que el resto del mundo en su conjunto. A menos que China quiera más ciudades fantasma y autopistas vacías, una desaceleración en el gasto en construcción es inevitable.

Algo similar sucedió en Japón en los años 1990, después de que estallara su burbuja inmobiliaria. Como en China, la actividad de la construcción había estado financiada durante mucho tiempo por una tasa alta de ahorros domésticos. En cierto momento, sin embargo, los precios de la propiedad dejaron de subir y la inversión en construcción se desaceleró marcadamente. Al darse cuenta de que los ahorros tenían que ir a alguna parte, el gobierno aumentó drásticamente su propio gasto en inversión. Pero Japón no necesitaba tanta infraestructura y la proliferación de puentes a ninguna parte obligó al gobierno a abandonar esta política. En ese contexto, el excedente de ahorros solo tenía un lugar adonde ir: el exterior, a través de un yen más débil y un superávit comercial importante.

Otras economías, especialmente Estados Unidos y los países europeos, respondieron a los excedentes de exportaciones de Japón con medidas destinadas a proteger a los actores occidentales existentes en sectores que enfrentaban una nueva competencia de los productores japoneses. En el sector de los automóviles, en particular, el gobierno japonés tuvo que aceptar restricciones “voluntarias” a las exportaciones para calmar a sus socios comerciales en Occidente. Este tipo de obstáculos a las exportaciones japonesas no incidieron demasiado en el excedente comercial de Japón, que estaba determinado por un exceso de ahorros domésticos, pero sí desviaron la presión competitiva a otros sectores.

Por supuesto, China es mucho más grande que Japón, con una población alrededor de 12 veces mayor y un PIB cinco veces más grande. Pero en su apogeo en los años 1980, cuando la economía mundial era mucho más pequeña de lo que es hoy, Japón representaba alrededor del 17% del PIB global y un porcentaje similar del comercio mundial. Esta cifra no es muy inferior a lo que representa China hoy. Si bien China se volverá mucho más importante de lo que alguna vez fue Japón, su población mucho mayor se traduce en un gigantesco potencial de crecimiento, su peso relativo en la economía global hoy es comparable al de Japón hace pocas décadas.

Sin embargo, existen diferencias importantes en las circunstancias de los dos países, empezando por el contexto geopolítico. El Japón democrático era considerado un pilar, no una amenaza, para el orden mundial. Por el contrario, la China cada vez más autocrática busca abiertamente derrocar el orden geopolítico global existente. Para Occidente, esta parece una buena razón para intentar limitar el poder económico de China.

Pero existe una segunda diferencia clave: el cambio climático, que necesita una reducción urgente de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Las tecnologías necesarias para sustituir los combustibles fósiles en la producción de energía exigen grandes inversiones de capital inicial, por ejemplo, para construir parques solares o eólicos, pero la energía luego se produce a un costo marginal esencialmente equivalente a cero.

Un país con abundancia de capital como China, por ende, tiene una ventaja natural en la transición verde. En este sentido, el exceso de capacidad no es un defecto, sino una característica de una economía con un exceso de ahorros.

El autor

Daniel Gros es director del Instituto para la Elaboración de Políticas Europeas en la Universidad Bocconi.

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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